Entre los asuntos de las portadas de hoy, algunos quizá merecerían más suerte. Una de estas noticias aparece en El Mundo y La Razón: 21 millones de españoles, un 40%, "cobran del Estado", según el tabloide trumpista, o "vivirán del Estado", según el diario del Grupo Planeta. Ambas expresiones son despectivas. Se suele hablar así en un contexto de menosprecio, como queriendo decir que esos 21 millones de personas se aprovechan del Estado.

Qué plaga, esta mentalidad, que entiende el Estado como un aparato que no pertenece y sirve a los ciudadanos, sino que es propiedad de sus administradores: de la monarquía, de los ministros, de los altos cargos públicos, de los jueces y fiscales, de los cuerpos de seguridad, de los catedráticos, de los notarios, de los embajadores... El Estado es un artefacto que tiene que ser protegido de la gente, que quiere aprovecharse, servirse en favor de vaya usted a saber de qué oscuros intereses, engañarlo, incluso destruirlo, etcétera. El procés catalán, además, no ha hecho más que agravar esta visión.

La obsesión polr desmontar la estructura constitucional —que es autonómica, aka el Estado Más Descentralizado del Mundo™, etcétera— y centralizar y militarizar la gestión de la pandemia en Madrid, en el llamado "gobierno del Estado", responde a la misma inercia argumental. De aquí también se deriva, por ejemplo, el escándalo —sin pruebas— de los diarios por el comportamiento presuntamente irresponsable de los ciudadanos en el paseo desconfinado con los niños de este domingo. La gente es peligrosa. Amenaza al Estado. Pone en peligro el orden que fabrica "la única autoridad competente".

A esos diarios les cuesta ver que el Estado es justo para eso: para que la gente acuda y se valga de él cuando vienen mal dadas como ahora. Por el mismo motivo les es tan difícil de entender la desconfianza de los estados del norte de Europa —esos sí saben que se deben a sus ciudadanos—, cuando debaten el plan de reconstrucción pospandemia de la UE. Qué se han creído, dicen, y les insultan: son egoístas, insolidarios, mezquinos, etcétera, etcétera.

En fin, todo esto es más complicado y merece más que cuatro líneas de un comentario de las portadas del día. Para ponértela cortita y al pie: es penoso que los mismos diarios que exigen, levantando el dedito, que el Estado les ayude a sobrevivir, traten ahora como piratas y malhechores a los ciudadanos que pagan ese mismo Estado que los obliga a quedarse en casa, con multas y restricciones arbitrarias de derechos y libertades, pero que es incapaz de contar bien a las víctimas, hacer suficientes test, equipar bien a sus sanitarios o facilitar las ayudas necesarias.

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