Vladímir Putin recupera este miércoles el protagonismo en las portadas que le habían arrebatado las elecciones en Francia y la ultraderecha española. El autócrata ruso dijo ayer que no se detendrá hasta arrebatar el Donbas a Ucrania. Ya sabes qué métodos usará para lograrlo, ahora que ha puesto al frente del ejército agresor al "carnicero de Siria", mote del general Aleksandr Dvórnikov. Aquí es donde se hace grande y luminosa la decisión del presidente de Ucrania de vetar la visita del presidente de Alemania, Frank-Walter Steinmeier, por sus vínculos con la red de gasoductos y oleoductos germano-rusa Nord Stream. Volodímir Zelenski pasa factura a la obstinación de Alemania por comprometerse con Putin a pesar de sus repetidas agresiones (invasión de Georgia, asesinato de opositores y disidentes en el exterior y en el interior, crímenes de guerra en Siria, ocupación de Crimea y del Donbas...). Zelenski dice al mundo que no todo vale y que la guerra no lo ha empequeñecido, degradado ni desesperanzado. Al contrario. ¿Qué nos dice de los diarios, sin embargo, que hoy hayan elegido abrir portada con la amenaza de un mafioso como Putin y no con la demostración de dignidad de Zelenski? Los ucranianos hacen el máximo sacrificio para defender cada milímetro y gramo de libertad e independencia, viene a decir el presidente ucraniano. ¿Es demasiado —pregunta sin preguntar— que los ciudadanos de Occidente hagamos algún sacrificio para ser ejemplares y mantener limpia y aseada la sociedad democrática —imperfecta, de acuerdo— ni que sea pagando el precio de vivir un poco menos cómodos?

Hoy también da la impresión que es demasiada realidad para tan poca portada. Este martes ha sido un día con una carga de difícil gestión para los mismos periódicos digitales, más ágiles, capaces y rápidos que los de papel. Imagínate cómo es de difícil digerir el día y condensarlo en una portada impresa. La agresión militar contra Ucrania. Las secuelas económicas de la guerra de Putin. La OPEP no quiere contribuir a rebajar el precio de la energía. La resaca de las elecciones francesas y la llegada de Vox a un gobierno. La explosión e incendio del bar en el Eixample de Barcelona que ha afectado a ocho edificios. El tiroteo brutal en el metro de Nueva York. La Champions del Vila-Real y del Madrid. Una sola de estas historias serviría para abrir el diario un día cualquiera.

¿Pesimismo?

Vuelve flotar entre las portadas y las crónicas de los enviados especiales un fatalismo desesperanzado, como al principio de la ofensiva rusa contra Ucrania. No sólo por la guerra de Putin. La retirada de la pandemia de Covid-19 había hecho volar la ilusión de la gente, que busca alivio tras dos años horribles. Pero los combustibles y los alimentos han subido y la inflación se calienta. Salimos de una crisis y entramos en otra y, como pasaba en pandemia, no se ve ningún final claro.

El alza de precios va más allá del bolsillo. Por ejemplo, reimpulsar la extracción de crudo y de gas natural o buscar agresivamente fuentes de energía alternativas puede afectar al cambio climático para bien y para mal. Una ciudadanía enfadada por el aumento del coste de la vida podría protestar o votar contra los políticos que mandan. En Europa, en EE.UU. y en otros países que ayudan a Ucrania pueden empezar a preguntarse si vale la pena pagar un precio tan caro por su apoyo. Encuestas recientes sugieren que el público está dispuesto a hacer sacrificios para el esfuerzo de guerra, pero también muestran un descontento creciente con la inflación. Todo perjudica la determinación de Occidente contra Rusia.

Para más inri, en muchas democracias ganan terreno líderes y partidos autoritarios mientras se miran con benevolencia o envidia regímenes como Turquía o China, de los que se alaba su supuesta eficacia y el nacionalismo desacomplejado. Este autoritarismo postdemocrático, como le llaman, promueve la idea de que compensa cambiar un poco de la libertad de cada uno por más seguridad para todos, dar prioridad al orden sobre la justicia, favorecer el caudillismo y el verticalazo en vez de la deliberación colectiva y los derechos, trasladar poder desde las urnas y los parlamentos a las togas y los billetes. Con varias intensidades y colorines, son fórmulas pésimas, pues en el pasado han dado resultados pésimos. Bien, esta pieza ha llegado ya demasiado lejos para ser un mero comentario de portadas de un miércoles intenso. El ambiente desventurado y desafortunado no puede vencer al buen ánimo. Quizás los diarios podrían contribuir con más maña a la hora de explicar la realidad —y los portadólogos también. Zelenski style.

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