Iñigo Urkullu es un lehendakari casi perfecto para las élites vascas, ahora que necesitan hacerse las simpáticas con Madrid y pasar discretamente después de vivir 40 años a remolque de la presión ejercida por los atentados de ETA. También es un lehendakari casi ideal para Madrid, que necesita barnizar su fanatismo constitucional de tolerancia a la diversidad de las españas.

Si Catalunya tuviera el concierto económico, en lugar de promocionar a Arrimadas o a Duran i Lleida las élites de Pedralbes podrían financiar a alguien más auténtico y apañado, que hubiera mamado la historia de pequeño y, como Urkullu, no tuviera que fingir el amor a la patria. Claro que entonces el PNV no sería el único gran partido de la Transición que conservara la columna vertebral intacta, y que no necesitara quemar a las jóvenes promesas para salvar a sus veteranos.

Nacido en 1961 en una familia pobre y nacionalista de Baracaldo, Urkullu habla el euskera desde pequeño y ha vivido en primera línea la evolución de la democracia española desde la muerte de Franco. En 1977 se afilió al PNV y en 1980 ya presidía las juventudes del partido. Escogido diputado del parlamento vasco en 1984, antes de dedicarse plenamente a la política trabajó de maestro en una Ikastola.

El hecho de cambiar los estudios de Filología Hispánica en Deusto por los de Magisterio, que cursó en la escuela del obispado, le costó bastantes desprecios. Durante años sus enemigos dentro del PNV despachaban su carácter reservado y serio tildándolo de maestro. Diplomado en Magisterio por la rama de Filología Vasca, Urkullu se convirtió desde joven en uno de los valores de las élites de Vizcaya que se sentían incómodos con la cúpula de Arzallus, más abonada a los políticos de Guipúzcoa.

Cuando el presidente Ibarretxe fracasó en su intento de celebrar un referéndum de autodeterminación, el clan de los Egibar se empezó a tambalear, y Josu Imaz quedó al frente del PNV. Imaz era un político de Guipúzcoa con las formas y la mentalidad que gustan a las élites vizcaínas. Aunque en Neguri lo encontraban todavía demasiado locuaz y apasionado, era un hombre guapo y elegante, que no transmitía la imagen entrañable de pastor de cabras que tenía Ibarretxe.

Los intentos que Imaz hizo de unir el partido después del fracaso del plan Ibarretxe no funcionaron y en el 2007 abandonó la política y cedió su sitio a Urkullu, que se convirtió en el líder del PNV prácticamente sin oposición. Investido Lehendakari en 2012, después de una legislatura de dominio socialista, el gobierno de Urkullu ha destacado por su discreción. El silencio de ETA y la fuerza del proceso independentista en Catalunya ha permitido a Urkullu trabajar lejos de los focos.

Urkullu y las élites vascas esperan a ver qué pasa en Catalunya

Abstemio en un país con tendencia a la farra, Urkullu lo ha tenido fácil para hacer honor a su fama de hombre austero que nunca se deja llevar por las emociones. Su discreción ha sido tan acentuada que en algunas ocasiones ha tenido que recordar a Madrid que el País Vasco es una nación y que PNV está a favor del derecho a la autodeterminación. Con dinero para afrontar la crisis y el impacto de la segunda globalización, el lehendakari ha llevado el nacionalismo vasco a los cuarteles de invierno esperando a ver qué pasa en Catalunya.

Urkullu y las élites de Neguri esperan, como otras veces, que Catalunya ponga los muertos para decidir su política. Si el Parlament convoca un referéndum y sale adelante, veremos al PNV reivindicando el mismo trato. Si Catalunya no sale adelante, el PNV estrechará las relaciones con Madrid para proteger su concierto ante las autoridades europeas. Este pragmatismo salvaje es el que hace del País Vasco una especie de Suiza gris y primaria, sin cucos ni relojes de colores.

Urkullu, que según sus mismos colaboradores, es un hombre que no arriesga nunca y que siempre actúa con las espaldas cubiertas, es el lehendakari ideal para el momento político. Si pienso en su quietismo educado, de yerno ideal, recuerdo una vez que paseábamos por Vitoria con mi amiga Marisol. Yo contemplaba ese homenaje al bienestar y al amodorramiento y ella me preguntó:

- ¿Con este paisaje tan bonito y esta comida tan buena por qué los jóvenes vascos se tenían que hacer etarras?

- Supongo que este bienestar de balneario les hizo perder la esperanza.

Aunque suene bestia, después de tantos pactos pragmáticos con Madrid, después de tantas derrotas disfrazadas de victoria, sin ETA el País Vasco se habría convertido en un parque temático y los españoles no habrían aprendido a valorar bien la democracia. Si en Catalunya hablamos de hacer un referéndum con la tranquilidad que el Estado no podrá utilizar la violencia, en el fondo es porque en el País Vasco los muertos todavía están demasiado calientes para poner las urnas y hacer la pregunta que hará falta hacer algún día para no acabar pervirtiendo la democracia más de la cuenta.