Miquel Iceta (Barcelona, 1960) recibe a los periodistas de El Nacional en su despacho de primer secretario del PSC en la sede del partido, en la calle Nicaragua 75 de Barcelona. La vieja fábrica de lámparas, pura arqueología industrial, que los socialistas catalanes convirtieron en su cuartel general a principios de los años noventa del siglo pasado no sólo está en venta sino que está vendida. Es un edificio imponente: más de 4.700 metros cuadrados edificados, 4 plantas, sótano y parking, cerca de la estación de Sants. Había tres ofertas de compra sobre la mesa, y, finalmente, el PSC ha vendido. Los ingresos obtenidos han permitido al partido adquirir una nueva sede, en el Poblenou, y sanear parte de la deuda con los bancos, de unos 12 millones de euros.

El PSC ha sufrido los efectos financieros de la pérdida, más bien de la sangría, continuada de votos y escaños, en los parlamentos catalán y español. El abrupto final de la etapa Zapatero, los tripartitos y los dilemas del procés soberanista, le han pasado una durísima factura política y económica al partido que hace cinco o seis años gobernaba en todas partes. El 27S, las encuestas preveían lo peor, pero Iceta se puso a bailar en la apertura de la campaña electoral ante Pedro Sánchez, y, con 16 diputados, consiguió salvar la vergüenza y los muebles, entre los cuales el sofá azul de su despacho en el que contesta amablemente a los periodistas de El Nacional.

Se encuentra cómodo, aunque, como siempre, vigilante. "Demasiadas cosas he dicho", confiesa al acabar la larga conversación, por la cual transita desde la reunión del todo inédita entre Pedro Sánchez y el president Carles Puigdemont hasta el porvenir de la atascada legislatura española - "creo que habrá nuevas elecciones" -, pasando por el Quebec y Escocia. Iceta cree que la doble votación que Sánchez ofrece -referéndum sobre una nueva Constitución y un nuevo Estatut- es la salida más practicable para resolver "el tema". Pero reconoce que si los catalanes acabaran diciendo no se tendría que ir a una ley de claridad, como la canadiense, y un referéndum como el del Quebec.

El veterano político socialista, uno de los grandes capitanes del Baix Llobregat que conquistaron el partido e, incluso -lo imposible es lo que pasa, dijo Derrida- la presidencia de la Generalitat para el PSC con los tripartitos de Maragall y Montilla, lo ha visto todo y lo ha removido todo, también el culo encima del escenario de los mítines -¿que tiene Freddie Mercuri o Tony Manero que no tenga Iceta?- y piensa seguir viendo y removiéndolo todo fiel a su divisa que la política está para hacer política. Iceta habla de diálogo, negociación y acuerdo y hace (o busca) lo que dice: habla día sí y día también con Pedro Sánchez, se ha visto a solas con Carles Puigdemont y piensa seguir hablando con Artur Mas.

Al final de la visita, Iceta posa para las fotos en la gran sala de la ejecutiva nacional del partido. El espacio, pura historia del PSC y del socialismo catalán contemporáneo, está vacío, como casi todo el edificio, pero las sillas -y todo- está perfectamente ordenado, cartesianamente ordenado. Como la cabeza de Iceta. Cosas, y templos, de la vieja política.

¿Miquel, Nicaragua se ha rendido?, le preguntamos. "Sí", responde sin dudarlo. Pero con alegría.