Miquel Iceta tiene un cráneo napoleónico y elegante, de general republicano, y un cuerpo redondito y pulpejo -nada deportivo- de civilización decadente y disoluta. Tiene las extremidades cortas y probablemente los pies pequeños, como algunos escritores sibaritas y pragmáticos que conozco, poetas que van en taxi y, en general, hombres que viven en una torre de marfil a una distancia sideral del mundo. Su cuello de buey, puesto sobre su cuerpo esmirriado de pingüino, transmite una imagen de voluntad y resistencia que se nota cuando lees su hoja de servicios y cuando te das cuenta de que es el único candidato que ya hacía política al inicio de la Transición.

El candidato del PSC tiene una caída de pestañas presumida y unas cejas que, cuando quiere, le dan un aire bondadoso, de personaje experimentado y divertido. La expresividad de las cejas, igual que la barriguita o los michelines -o que la boquita de soprano italiana-, casan con la imagen que proyecta de persona simpática y flexible, un poco fresca, si hace falta frivolota, con la cual es posible negociarlo todo. Los dos surcos profundos que le bajan desde la nariz hasta la boca ya son otra cosa; son quizás su único rasgo marcial; la única marca realmente visible del fondo arrogante, despiadado, ambicioso e iracundo que cualquier hombre de poder necesita para triunfar o, cuando menos, para sobrevivir.

En 1977, cuando Inés Arrimadas y Albert Rivera todavía no habían nacido, Iceta se afilió al Partido Socialista Popular de Tierno Galván. Tenía 17 años. Desde entonces, ha sobrevivido a todos los descalabros y a todos cambios de paradigma de la izquierda catalana y española. El primer descalabro lo vivió en el mismo partido de Galván, que era la rama más intelectual y moderada del socialismo español, en un momento en el que Felipe González y sus chicos defendían postulados marxistas y antimonárquicos. Galván era mucho más culto y refinado -no hace falta que repasemos su bibliografía-, pero los americanos no le dieron apoyo. Cuando, en abril de 1978, su partido se tuvo que integrar en el PSOE, Iceta ya se había marchado y militaba en las Juventudes Socialistas de Catalunya.

En 1999, en plena campaña electoral, se convirtió en el primer político del Estado que anunció públicamente que era gay

ICETA-Cara

El mismo otoño de 1978, Iceta fue escogido secretario de política estudiantil y ese invierno ya hizo campaña a favor del sí en el referéndum de la Constitución. Hace poco, en un mitin en Lleida, recordaba la “emoción” que vivió recorriendo las calles de Barcelona con los amigos para animar a la gente a ir a votar a favor del nuevo orden democrático. Aunque la Constitución se aprobó por una amplia mayoría, la homosexualidad entonces no tenía la aceptación que tiene ahora, ni de lejos. En España, todavía resonaban las batidas de la policía y las palabras de un ministro de Hacienda que había dicho: “Cuando un catalán es acusado de homosexual tiene que demostrar que no lo es acostándose con una señora en medio de Plaza Cataluña”.

En 1954, sólo seis años antes de que Iceta llegara al mundo, el matemático Alan Turing se suicidó después de que los tribunales ingleses le obligaran a escoger entre la castración química o la prisión. Alan Turing había sido un héroe de la II Guerra Mundial. No sé hasta qué punto el ambiente homofóbico en el cual creció Iceta pudo condicionarle el carácter y las ambiciones. En 1999, en plena campaña electoral, se convirtió en el primer político del Estado que anunció públicamente que era gay. Hacía 8 años que Freddie Mercury había muerto, y ya hacía tiempo que algunos políticos europeos, como Michael Portillo, iban escenificando salidas del armario ante la prensa. En entrevistas muy recientes ha vuelto a confesar que, hace sólo diez años, los insultos contra su homosexualidad todavía le afectaban.

Explico eso porque hasta ahora, el candidato del PSC había dedicado su talento a ser un hombre de segunda línea. Por complejo o por conciencia de las propias limitaciones, Iceta era un político que se caracterizaba por tener mucha más voluntad de poder que no voluntad de presencia. El entusiasmo con que se ha puesto al frente de este PSC disminuido y casi en ruinas, ha sido una sorpresa. Podría hacer pensar que quizás sí que, durante años, soñó con liderar el partido, ni que fuera secretamente, mientras actuaba entre bambalinas.

Ha hecho carrera de político de palacio y, para sobrevivir, los cortesanos tienen que saber esconder sus anhelos y las debilidades.

Iceta ha hecho carrera de político de palacio y, para sobrevivir, los cortesanos tienen que saber esconder sus anhelos y las debilidades. Algo curioso, si se repasa su extenso currículum, es que el candidato socialista ha enterrado a todos los dirigentes de su partido con los cuales ha colaborado: Narcís Serra, Josep Borrell, José Montilla, Pasqual Maragall y Pere Navarro, todos acabaron dejándolo después de trabajar con él. Los cortesanos a veces sueñan con ocupar el lugar del rey pero una cosa que seguro que hacen es utilizar todo lo que tienen al alcance para sobrevivirlo.

Respecto de las caídas de Navarro y Maragall, algunos exmilitantes acusan a Iceta de haber colaborado a erosionar al PSC con sus ganas de mandar y con su “españolismo soterrado pero visceral”. A Navarro, me han llegado a decir, lo fue matando a cucharaditas de arsénico, impidiendo que cediera ni un milímetro ante de las presiones del independentismo, exactamente como quería el PSOE. Con Maragall, tuvo la grandeza de irle a decir personalmente que los españoles ya no lo querían. Parece que fue uno de los pocos dirigentes de su partido que tuvo el valor de irlo a apuñalar de cara. Pero él no creyó nunca en la reforma del Estatuto y, aunque tuvo un papel destacado en las negociaciones, cuando quedó claro que Zapatero y Maragall se distanciaban no tuvo dudas sobre quién tenía que morir y cuál era su bando.

A mí Iceta me recuerda a estos cortesanos de amabilidad esférica y de ingenio afilado que producen las estructuras de poder y que en los momentos de descomposición se convierten en el principal punto de apoyo de la jerarquía establecida. Estas figuras secundarias, que nunca dan señales de debilidad porque viven de las debilidades de los otros, son mucho más fieles a la estructura que sirven que a las personas que forman parte de ella en cada momento. Pueden ser generosas y accesibles y también pueden ser cínicas y crueles. Se hacen querer porque son inteligentes y porque normalmente traen muchas más soluciones que problemas. Como nunca se juegan nada que sea suyo, no se toman la miseria humana como una cosa personal. En general dicen a todo el mundo que sí y todo les parece bien, mientras no vean peligrar los cimientos del sistema de poder que representan.

Trabaja pensando que cuando el independentismo fracase, su partido tendrá la oportunidad de volver a presentarse como un espacio de confluencia y de consenso.

Iceta ha dedicado toda la vida al PSC y, por lo tanto, la supervivencia del partido y de la España que lo ha hecho posible es el motor de su discurso y de su acción política. Su hoja de ruta sigue la estrategia que ha utilizado siempre, que es esperar a que los adversarios acaben sucumbiendo a sus propias debilidades y contradicciones. Iceta trabaja pensando que cuando el independentismo fracase, su partido tendrá la oportunidad de volver a presentarse como un espacio de confluencia y de consenso, sobre todo ahora que Unió Democràtica parece estar a punto de desaparecer. En estas elecciones el único objetivo es ganar tiempo y esperar a que pase el temporal. Iceta ha dicho que terminará si el PSOE no abre ninguna perspectiva de reforma constitucional cuando llegue a la Moncloa, pero también dijo que no se presentaría a la Generalitat, cuando sustituyó a Pere Navarro.

La reforma federal parece pensada, pues, para salir del paso mientras el panorama se aclara y el sistema encuentra la manera de reformular los viejos equilibrios. Cuando la aventura de Maragall fracasó, Iceta no tuvo ningún disgusto. Si una parte de su partido se empezó a decantar hacia el independentismo, él enseguida se mostró partidario de pasar página y de olvidar el tema. Los socialistas más catalanistas insinúan que estos últimos años Iceta ha permitido que el partido se hiciera pequeño para poder volver a presentarse como un hombre imprescindible. Los militantes más próximos al aparato piensan que es un político realista, con buenos contactos en el conjunto de España. Celebran que no cometa los errores de Navarro y dicen que, si acaso, fue Maragall, con su obsesión por solucionar un problema de tantos siglos, quien llevó el partido por mal sendero.

Iceta abrió la campaña del 27S con un baile apoteósico que ha reforzado su imagen de político adaptable y que ha dejado a Pedro Sánchez en segundo término ante los militantes de su partido en Catalunya. Ni que sea porque bailar y cantar es una de las pocas cosas que los dirigentes del PSC todavía pueden hacer sin pedir permiso al PSOE, el numerito funcionó. Iceta se estrenó en campaña marcando territorio, demostrando que podía ser un líder con carisma y dando moral de resistencia a su partido. Durante la campaña, ha repetido el bailoteo en mítines y programas de televisión. La escritora Elvira Lindo ha publicado, en una columna solemne en El País, que los bailes de Iceta le han hecho volver a creer “en la humanidad” y supongo que, por extensión, también en los políticos.

Ha tenido la intuición de que las sonrisas del independentismo tenían que responderse con más sonrisas y más alegría.

Si se piensa bien, el hecho de que un político como Iceta, que tiene un control tan afinado de la palabra, haya triunfado bailando en el escenario como una gogo girl, es toda una fotografía del momento. Todo el mundo está de acuerdo con que el candidato del PSC es uno de los políticos más inteligentes y eficaces del país. Todo el mundo está de acuerdo con que es un hombre brillante, capaz de dar la vuelta a cualquier argumento y de alzar cualquier lógica política sólo con la oratoria, por más gastada que esté por el paso del tiempo y de la historia. Y, aun así, el candidato del PSC ha tenido que bailar como un adolescente para ponerse en valor ante el resto de candidatos del unionismo. Mientras que otros políticos hablaban como si fueran inquisidores o policías, Iceta ha tenido la intuición de que las sonrisas del independentismo tenían que responderse con más sonrisas y más alegría.

La jugada parece que le ha salido bien y el 27S ha dado dos imágenes para la posteridad: la imagen de la Meridiana llena de estrellas y la imagen de Miquel Iceta removiendo el culo al ritmo de Queen. Delante de la Catalunya que no tiene miedo del Estado español, Iceta ha intentado encarnar el unionismo que no tiene miedo del independentismo; ante una Catalunya que dice que quiere hacer un país nuevo, Iceta ha intentado plantear la esperanza de una España nueva, aunque sólo sea más simpática. “Liderar -dijo Felipe González en el mitin del miércoles en l'Hospitalet- es hacerse cargo de los estados de ánimos de la gente”. Es una visión paternalista de la política, pero este es el público del PSC y, en general, del resto de partidos. El bailoteo de Iceta no tiene más recorrido que el “talante” de Zapatero, pero sirve para salir del paso en un momento en el que la incapacidad de España para reconocer Catalunya ha impuesto una dinámica de crispación y de renovación desesperada.

Iceta es el sistema que se parodia a sí mismo y que parodiándose a sí mismo parodia el independentismo. En los mítines el candidato del PSC a menudo cambia de idioma a media frase, alternando el catalán y el castellano, como aquel que no quiere la cosa. Critica el independentismo y la política de CiU con un humor sencillo que a veces recuerda a Joan Capri. No añade muchos argumentos al discurso de lo que él denomina el anticatalanismo más primario, pero lo dice con más gracia. En vez de poner el ejemplo dramático de escoger entre el padre y la madre, dice que no quiere tener que escoger entre Dalí y Velázquez; en vez de decir que el independentismo rompe las familias dice que no quiere dar la espalda “a los hermanos” de Mallorca, Valencia y Aragón; en vez de decir que la independencia nos llevará al paraíso, dice que la independencia "no nos curará los juanetes”.

Iceta-ballant-EFE

Quizás porque es aquello que algunos españoles dicen 'un catalán muy catalán' -o sencillamente porque sabe escribir el idioma nacional sin hacer faltas de ortografía- es el candidato del unionismo que habla más relajadamente de Catalunya. Cuando dice la palabra ‘independencia’ no hace cara de llaga de estómago, ni de pedante de casino, ni de cara bonita que recita propaganda. Ni siquiera cuando explica que le llaman ‘vendido’ por las calles de Barcelona, o que en los años 90 ya le llamaban ‘colaboracionista’, adopta un tono agrio o se hace la víctima; lo explica como si fuera parte de su trabajo, y como si se pudiera poner en la piel de aquellos que lo atacan porque son de su mismo país.

En los mítines y en los debates pocas veces grita y parece que todo se lo tome un poco como un juego. Es aquí donde ve más claramente que está convencido de que la banca siempre gana y que la banca está a su favor. Cuando se postula como el candidato que representa el camino del medio, queda creíble porque es capaz de hablar de España con entusiasmo, sin necesidad de negar la existencia de la nación catalana. El problema que tendrá, me parece, es que su discurso sólo se entiende en Catalunya. Y como en el resto del Estado no tendrá nunca seguidores, no me extrañaría que, tratando de ganar tiempo y de salvar los muebles, acabe de multiplicar las contradicciones que quiere resolver, y acelere la desconexión.

Iceta tiene una idea de Catalunya muy limitada, que bebe de los tópicos del universalismo francés que murieron con la guerra fría. Aun así, a veces, cuando me lo miro veo una excrecencia de las glorias medievales, o un heredero no sé si muy consciente de esta tradición barcelonesa que ha utilizado todo lo que ha tenido a mano, incluida la identidad y la cultura, como una herramienta de poder para sobrevivir en la derrota. En el ideario de Maragalltodavía quedaba algún rastro espiritual de la nobleza catalana. Quizás era una nobleza vencida, pero era una nobleza viva, que conectaba con las profundidades de la historia y con una idea de civilización. Iceta más bien parece un materialista separado de su pasado por el muro traumático de la dictadura. No sé si es porque fue concejal de Cornellà, pero en el fondo de su discurso todavía se lee que la independencia divide porque recibimos mucha inmigración durante la época franquista. A pesar de que es un buen usuario de internet, y de que su hermana hace muchos años que es la directora de l'Avenç, para él Catalunya es sólo un trozo de tierra con una lengua que se acaba en los Pirineos.

Enric Vila es periodista y escritor