En el extremo más oriental de la provincia de Sevilla solo hay campos. Aquí, las filas infinitas de olivos se alargan hasta el horizonte, interrumpidas ocasionalmente por los prados de cereales dorados. Un cultivo totalmente adaptado a la condición climática, árida y seca, tan solo multiplicada bajo un sol de primavera, pero que podría ser perfectamente de agosto. En la carretera, prácticamente vacía, circulan principalmente camiones que cargan arriba y abajo la cosecha. Y, perdido en medio de todos estos cultivos, se encuentra un pequeño lugar que conserva aún ahora una especie de leyenda que le otorga un aura especial.

En esta región, todo el mundo conoce Marinaleda y a su alcalde, Juan Manuel Sánchez Gordillo. Y es que, al poder desde la transición, ha convertido este municipio sevillano en su propia utopía comunista. Esto, sin embargo, no parece preocupar a los vecinos de los pueblos más próximos. En Estepa, situado a unos cuantos kilómetros del bastión revolucionario, se muestran más bien desinteresados. "Nos portamos bien con ellos. Nosotros somos más bien de centro porque votamos al PSOE, pero por esta zona todos tiramos hacia la izquierda", dice la camarera de un bar. Una colega suya verifica esta perspectiva con un juego de palabras: "El PP, pa na".

De entrada, esta reliquia comunista no aparenta nada especial. Al contrario, Marinaleda parece ser un pueblo más de los muchos que hay dispersos por el interior de Andalucía. Hay bares, peluquerías y otros comercios habituales; vecinos que pasean arriba y abajo mientras los coches intentan esquivar las obras en la carretera; un banco de aquellos en que la gente puede sacar dinero; y varios bancos de aquellos en que los jubilados se sientan para charlar. Pero cuando uno se fija con atención, empieza a comprobar diferentes elementos que delatan su verdadero carácter: los grafitis en las paredes no son dibujos aleatorios, sino que comparten reivindicaciones anticapitalistas y en contra de la discriminación; las calles no llevan por nombre conceptos vacíos, sino que honran a Che Guevara, a Salvador Allende y al comunista andaluz Rafael Alberti; y el escudo del pueblo no contiene una cita en latín que nadie sabe leer, sino que deja clara la postura con un dibujo de una paloma blanca y la frase 'Una utopía hacia la paz'.

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Al fondo, un bloque de viviendas sociales.

Una vida dedicada a la lucha

Todo esto no es sorprendente si nos fijamos en quién es nuestro protagonista. Vinculado desde la época de la dictadura al movimiento nacionalista andaluz y a la lucha obrera y sindical, Sánchez Gordillo aprovechó su llegada a la alcaldía de Marinaleda para poner en marcha su particular revolución comunista en este pueblo. Desde el primer momento, impulsó varias medidas vinculadas a su pensamiento político, como la construcción de viviendas para alquiler social y a un precio insignificante, que aún hoy se mantienen. También fue el artífice de la creación de una cooperativa en la cual participen los trabajadores del campo, evitando así la existencia de terratenientes. Y puso en marcha unas asambleas en las que los vecinos puedan hacer sentir su voz sobre cuestiones relacionadas con el pueblo. Más allá de la política local, Sánchez Gordillo también ha estado involucrado en algunas jornadas de protesta y acciones sorpresa que han acaparado las portadas de los diarios. Especialmente sonadas fueron el cierre del acceso a la Expo 92 en Sevilla, o el bloqueo de las vías del AVE en Córdoba.

Estos hitos son los que explican que el comunista haya conseguido mantenerse en el poder durante tanto tiempo. Y es que, desde 1979, el histórico alcalde de Marinaleda ha ganado once elecciones consecutivas, casi todas por una mayoría abrumadora y sin ninguna rivalidad importante. Pero todo eso parece que se acabará más pronto que tarde. Antes de las últimas elecciones municipales, Sánchez Gordillo ya sufrió un ictus que lo dejó profundamente incapacitado y que le ha obligado a ocupar un rol secundario y dar la responsabilidad de la gestión del pueblo al concejal Sergio Reyes. De hecho, el actual alcalde ya ha informado de que en los próximos comicios, que se celebran en menos de un año, cederá el relevo a su mano derecha, lo cual marca esta fecha del calendario como su límite máximo en el poder local. Y, aunque se presentara él, tendría las de perder: en 2019 ya estuvo a punto de ceder la alcaldía después de que se organizara una coalición opositora de izquierdas con el objetivo de desbancarlo, y evitando este imprevisto gracias a tan solo unos cuarenta votos de diferencia.

Marinaleda J.M.
Una de las calles de Marinaleda, como el de cualquier otro pueblo andaluz

Gordillo, el centro del debate entre los vecinos

La polarización en Marinaleda no es ciencia ficción: parte del electorado está visiblemente harto de su perduración en el gobierno, especialmente después de su enfermedad. "Esto es una dictadura, y estamos obligados a callarnos y quedarnos en silencio para que no lo oiga la gente y corra la voz", lamenta uno de los jubilados sentado en un banco de la avenida Libertad, rodeado de algunos amigos. "Solo que a mí no me importe que me filtren y lo digo cómo lo pienso". El silencio lo rompe uno de sus compañeros, que está de acuerdo con estas palabras. "La mayoría de gente está cansada. Tiene más gente en contra que a favor", asegura. "Queremos que entre un sustituto". Otros, sin embargo, restan importancia a este debate y se interesan, en cambio, en chismorrear sobre el estado de salud de Sánchez Gordillo. Dos de ellos coinciden en que alguien les ha dicho que vio al alcalde salir de casa hace solo unos días para comprobar cómo llenaban el pueblo de carteles por la campaña electoral.

Este rechazo por parte de algunos no es, ni mucho menos, unánime. Sentada en el portal de su casa, Ginerva lamenta las palabras con las que se han pronunciado sus vecinos. "Esto no es una dictadura", mantiene. "Una dictadura era lo que había antes del alcalde, cuando no podías salir de casa sin miedo que te pegaran". Por el contrario, cree que el consistorio ha actuado siempre de manera honesta. "Cuando ganaron las primeras elecciones, la gente se pensaba que podría entrar a trabajar en el Ayuntamiento para cobrar su sueldo sin hacer nada, pero no ha sido así", recuerda. Ginerva también detalla algunas de las medidas que ha impulsado el gobierno local, como la construcción de un instituto a fin de que los adolescentes no tengan que ir a estudiar fuera, la puesta en marcha de programas para recaudar alimentos y fondos para los más necesitados, y los llamados 'domingos rojos', que son una serie de trabajos gratuitos en que "siempre se le veía a él con la escoba en la mano", si bien reconoce que con la situación de salud del alcalde se ha perdido esta tradición. Ahora bien, su opinión no deja sombra de duda: "El Ayuntamiento ha ayudado mucho a todo el mundo, y quien diga lo contrario miente".

Unas calles más allá, José tiene una visión bastante similar y reivindica la aportación de Sánchez Gordillo al pueblo. "No comprendo que antes fuera un dios y ahora se lo trata como si no fuera nadie", critica. "Para mí aún es un dios". Y, todo esto, a pesar de reconocer que no coincide en todos los puntos con el Ayuntamiento, sino que hay algunas cuestiones en que no ha estado de acuerdo. Como ejemplo, sitúa las numerosas acciones reivindicativas y de protesta del alcalde, que él no comparte porque no cree que hagan falta tantas huelgas. Ahora bien, admite que todo aquello que ha hecho no ha sido por intereses personales, sino en defensa del pueblo. "Nunca ha trabajado en beneficio propio, por lo que siempre ha tenido todo mi apoyo y lo seguirá teniendo", dice.

Marinaleda J.M.
Un mural desgastado y decolorado detrás de un espacio en obras

El fin de una era

Hacia las dos de la tarde, cuando el sol está más álgido e incluso el calor en la sombra se vuelve insoportable, las calles se vacían. También la furgoneta del tapicero que circula ganduleando por el pueblo mientras por el megáfono lanza un discurso sutilmente machista ("Atención, señora, pregunte por nuestros precios") que ha conseguido esquivar la política municipal contra la discriminación, desaparece. Para combatir las altas temperaturas, se llena el bar, donde las paredes están empapeladas aún con los carteles que recuerdan que hace menos de un mes se celebró aquí un concierto antifascista con la participación de algunos de los principales grupos del movimiento, como Ska-P y Boikot, en un acto que sirvió para rendir homenaje 'a la lucha de Juan Manuel Sánchez Gordillo y el pueblo de Marinaleda'. A la barra se acerca un hombre con una camiseta en que hay el escudo del pueblo y un lema sencillo: 'El capitalismo es el problema'. Me explica que en su casa tiene otra camiseta en que aparecen las caras del alcalde junto con el Che Guevara y Fidel Castro. Llama a su pareja para que la traiga al bar y me la regala. "He aprendido que es mejor vivir con poco y ser feliz", se justifica.

Son tan solo dos muestras de la esencia comunista, aún viva, de este pueblo. Pero lo cierto es que, se mire como se mire, el experimento utópico de Sánchez Gordillo tiene los días contados. En la carretera principal, los murales pintados por antifascistas venidos de todo el Estado para solidarizarse con el municipio, incluidas las tierras catalanas, se ven desgastados y decolorados, como reliquias de otros tiempos. Y, en la fachada del consistorio, cuelgan cuatro banderas desgarradas e inmóviles de países del Oriente Medio que impulsaron su propia Primavera Árabe. El alcalde comunista aún no se ha marchado, pero en Marinaleda ya se apaga la llama revolucionaria.

Camiseta con las caras de Sánchez Gordillo, Fidel Castro y el Che Guevara
Camiseta con las caras de Sánchez Gordillo, Fidel Castro y el Che Guevara