La exvicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría se ha presentado este mediodía en el Supremo vestida como la Soraya de siempre, la del Diplocat en liquidasió, la omnipotente número dos de Mariano Rajoy, la Soraya de la sonrisa segura y la declaración lapidaria. Pero después de dos horas de declaración ha descubierto que ya no estaba en la sala de prensa de la Moncloa donde su dedo señala quien tiene la palabra, ni en el Congreso de los Diputados empequeñeciendo la oposición con displicencia.

La exvicepresidenta ha entrado a las doce y media en la sala con peinado nuevo, posado seguro y la sonrisa de siempre. Ha contestado al número dos de Vox, Javier Ortega ―que a pesar de la expectación ante su retorno después de más de una semana de silencio ha representado a la acusación popular sin pena ni gloria―, y al fiscal Javier Zaragoza, que no le ha planteado ningún problema.

En respuestas a la acusación, Santamaría no ha tenido inconveniente en asegurar que a partir del 20 de septiembre hubo en Catalunya un clima de constante violencia y "de acoso, masivo, generalizado y sistemático" con una estrategia concertada del gobierno liderada por el president, que en todo momento ha sido nombrado por el fiscal como el "procesado rebelde Carles Puigdemont". ¿Todo para poner en riesgo el orden constitucional? "Por descontado".

Pero después de las acusaciones, llegan las defensas, y el paseo triunfal por la sala acaba. La número dos del Gobierno, máxima responsable del dispositivo que el ejecutivo español desplegó en Catalunya para suspender la autonomía, ha sido incapaz de superar el interrogatorio del abogado de Quim Forn, Xavier Melero, sobre el informe sobre riesgos del 1-O que fijaban funciones limitadas para la policía española el 1-O.

Soraya ha asegurado ante las acusaciones que se enviaron 6.000 policías españoles a Catalunya después de la violencia, que según ha asegurado, hubo el 20-S ante Economia, pero ha sido incapaz de responder al abogado Jordi Pina cómo puede ser que si esta decisión se adoptó ante los hechos del día 20, la petición para enviar los barcos Piolín al puerto de Barcelona fuera del día 19.

"Sabe qué pasa, que eso es un juicio no un debate político. Contésteme a lo que le pregunto", le ha reclamado Pina.

El presidente de la sala, Manuel Marchena, ha tenido que salir a rescatar a la vicepresidenta, que cada vez aparecía con la sonrisa más rígida.

Posiblemente la escena más curiosa la ha protagonizado el interrogatorio con Francesc Homs, con el cual había mantenido numerosos debates en el Congreso hasta que tuvo que abandonar la Cámara cuando fue inhabilitado por el Supremo a raíz de la consulta del 9-N. Ahora Homs ya no es diputado, pero tampoco Soraya es la vicepresidenta.

El Homs abogado ha querido que reconociera que el Código Penal no sólo eliminó como delito la convocatoria de referéndums sino que el PP tampoco lo volvió a incorporar en la última reforma de la ley cuando tenía mayoría absoluta, y que admitiera que el Govern asumió el 155. "Estamos teniendo una gran generosidad con las preguntas", le ha reprochado Marchena.

La abogada Olga Arderiu ha advertido que la exvicepresidenta había explicado ante las defensas que aquello que no se publica no tiene efectos jurídicos. "Sabe que la declaración de independencia no se publicó ni se votó el preámbulo", le ha espetado.

A las dos y media ha acabado el interrogatorio y el presidente ha levantado la sesión. Los presentes se han ido levantando. También los acusados, que se han dirigido a conversar con sus abogados.

Por unos instantes, sólo la vicepresidenta se mantenía sentada en su silla. De cara al tribunal que estaba recogiendo y de espaldas al resto de asistentes. Finalmente, se ha puesto de pie, se ha girado con la sonrisa congelada hacia el público e intentando no cruzar la mirada con ninguno de los acusados, con ninguno de aquellos que durante meses mantuvieron reuniones y conversaciones y que hoy están en la prisión.

El auxiliar de la sala lo ha ido a rescatar, mientras Santamaría, hierática, miraba de reojo a su alrededor para asegurarse de que no se encontraría nadie. Hasta que se ha autorizado su salida de la sala antes que nadie, mientras los presos se despedían del público.