Hoy se cumple un año. El president Carles Puigdemont era detenido y encarcelado en Alemania cuando regresaba a Bélgica tras una conferencia en Helsinki. Los diarios madrileños se pusieron como motos. Todos. Vale la pena recordar las portadas del día siguiente al arresto. Aquellas primeras páginas de hace 364 días rezuman el estado de ánimo poco templado de quienes las editaron —el afán de revancha, de ensañarse— que pasó por encima de la tarea de informar de los hechos y darles contexto. La portada es el espejo de un diario, como la cara del alma.

De tanto frotarse las manos con la detención, algunos se las quemaron. El Mundo destacaba en un subtítulo una afirmación atribuida a la fiscalía: "Los delitos de rebelión de nuestro Código Penal encajan muy bien en el alemán". También La Razón: "El Código Penal alemán sí recoge la rebelión y la castiga con penas de cadena perpetua". El País y ABC hablaban del fin de la "farsa", de "caída", en jerga antiterrorista, y de "liquidar" —como la exvicepresidenta— en el mismo sentido que los gángsteres. Ya sabes cómo acaba la historia. No solo la justicia española salió tocada de este asunto.

Un año después la impresión que causa volver a ver estas portadas y sus titulares es parecido al del griterío de la turba reunida bajo el cadalso en el que van a ejecutar a un reo odioso. La pregunta, hoy, es si a esos diarios todavía les impulsa el mismo espíritu.

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