Salvador Illa i Roca (la Roca del Vallès, 5/5/1966) es el segundo artículo 155 con que el PSOE ha castrado la autonomía del PSC con la intención de convertir la Generalitat en una sucursal de La Moncloa. Primero lo deseó José Luis Rodríguez ZP, quien después de desangrar políticamente a Pasqual Maragall, aprobando un Estatut con el sello y el cepillo de Alfonso Guerra, envió a José Montilla a la plaza Sant Jaume para comprobar si a los catalanes les complacería ser gobernados por un funcionario de correos. Illa proviene de la misma factoría del municipalismo sociata de extrarradio; fue alcalde de la Roca del Vallès (1999-2005), lugar que debe hacer de hogar a bellísimas personas, pero del cual sólo se conoce la cárcel de Cuatre Camins y La Roca Village, un outlet donde las marcas de ropa ponen en venta piezas con defectos de fabricación y restos de series a precios más baratos para que las compren los rusos.

A diferencia del president Montilla, que a pesar de poseer el carisma político de una almeja podía hacer gala de una envidiable pericia para mandar en las instituciones y una capacidad de quinqui para salirse con la suya en una negociación, Illa es como una de estas prendas de ropa con sello de marca pero con la opacidad del paso del tiempo, un personaje que sorprende por una mediocridad de apariencia imperturbable, un ser capaz de decir "te quiero", "en junio tendremos a un 70% de la población vacunada" y "el Espanyol por fin ha ganado su primera Champions" con el mismo rostro fúnebre de las máscaras mortuorias. Si el PSOE pudo colar a Montilla en la Generalitat aprovechándose de la estulticia de Esquerra, que cayó en la trampa de investirlo sólo para que a los catalanes no se nos acusara de ser racistas con los charnegos, ahora Sánchez intenta dormirnos la vida política con un candidato que el PSC tenía de cónsul en Madrit en un ministerio que sólo daba órdenes a los bedeles.

Que Illa presida la Generalitat sería la mejor noticia para el independentismo, porque sólo así, con Catalunya nuevamente comandada por un oficinista sin ningún tipo de ánimo, las bases convergentes y republicanas podrían renovar la esclerosis de sus partidos y devolver a la ilusión que el electorado tenía antes del 1-O

Los políticos independentistas no dejan pasar la ocasión para recordar que Illa ha sido uno de los peores ministros de Salud de toda Europa, y tienen toda la razón del mundo. Sánchez lo quiere presidiendo la Generalitat porque la nuestra es una administración muy escasa y no necesita de ningún genio para ser maquinada (Pujol lo sabía, y por eso pasaba de la Generalitat, del Parlament y del Estatut y entendió que para gobernar Catalunya necesitaba crear un contrapoder al funcionariado que fuera más allá del control español, focalizado en los medios de comunicación y la escuela). Illa puede tener glamur para gestionar el 155 de Sánchez porque el autonomismo es un sistema absolutamente muerto, por mucho que los incumplimientos de Puigdemont y Junqueras parece que le hayan dado la enésima vida. Que Sánchez nos envíe a Illa no es una mala noticia: demuestra que incluso el PSOE ve que la Gene no es nada.

En una campaña inframental donde casi todos los jugadores salen a empatar con una falta de ambición que aterra, podría sorprender que Illa haya mantenido un perfil tan bajo, de un continuo what you see is what you get, como si su sola presencia fuera un recordatorio de hasta qué punto ha degenerado la política catalana cuando el procesismo ya ha agotado todo su afán creativo de hojas de ruta incumplidas y estructuras de estado que sólo tenían como objetivo alimentar convergentes y republicanos. De hecho, que Illa presida la Generalitat sería la mejor noticia para el independentismo, porque sólo así, con Catalunya nuevamente comandada por un oficinista sin ningún tipo de ánimo, las bases convergentes y republicanas podrían renovar la esclerosis de sus partidos y volver a la ilusión que el electorado tenía antes del 1-O y que Mas y Puigdemont prostituyeron sólo para poder salvar su condición de mártires.

El final lógico del procés y su degeneración política sería contemplar a Illa irrumpiendo en Palau embutido en una de sus insufribles americanas, acompañado de una serie de consellers made in Societat Civil Catalana y con el ministro Iceta bailando el Don't stop me now de Queen

El final lógico del procés y su degeneración política sería contemplar a Illa irrumpiendo en Palau embutido en una de sus insufribles americanas, acompañado de una serie de consellers made in Societat Civil Catalana y con el ministro Iceta bailando el Don't stop me now de Queen. Si Illa fue uno de los factótums en la negociación que el PSC hizo con Convergència para retener la Diputación de Barcelona, para que Colau aceptara pactar con Collboni en el Ayuntamiento de Barcelona, y también una pieza clave en la negociación con ERC para la investidura de Sánchez, eso nuestro de llegar a presidir la Generalitat con los votos de quien haga falta le resultará chupado. Por si le faltaba carisma, los políticos independentistas le han prestado una magnífica publicidad haciéndolo el centro de la campaña electoral, lo cual certifica que los compañeros de militancia indepe tienen la vista de un topo.

Los políticos independentistas del 14-F aceptaron el 155 sin oponer ningún tipo de resistencia, incumpliendo no sólo el mandato del 1-O sino el de todas las elecciones posteriores. Puestos a tener un 155 en la Generalitat, mejor que venga directamente de Madrit con el sello del PSOE. Que Catalunya acabe gobernada por este colega filósofo que no ha aprendido mucho de la disciplina (y por eso ha acabado de funcionario) tiene tanta poesía que resulta el mejor retrato del final agónico del procés. Merecemos que nos dirija una ropa de marca tullida, un resto de serie, un pack de calzoncillos que tal día fue novedad y ahora se vende a precio de saldo cerca de la AP-7.