Àngels Chacón (Igualada, 17/7/1968) es uno de ese tipo de políticos que respirará tranquilo si en este perfil, por muy crítico que pueda llegar a ser, en algún rincón escondido se encuentra una frase del tipo "es una mujer a la que le gusta hacer las cosas bien hechas". Para no hacerla sufrir (porque en casa también somos gente de orden), lo escribiremos bien al principio y santas pascuas. En efecto, Chacón es una estricta encarnación humana del adagio pujolista según el cual "el trabajo mal hecho no tiene futuro y el trabajo bien hecho no tiene fronteras", una frase que, como todas las del expresident, es más falsa que un duro sevillano (pues el buen trabajo también choca con muros fronterizos, especialmente los españoles). Pero eso qué mas da, ya que con la mandanga del independentismo ordenado y una de las pocas campañas del 14-F que tiene cara y ojos a nivel comunicativo, Chacón ha conseguido lo que quería, y es que las madres de la rambla de Catalunya, entre ellas la que me parió, tengan ganas de votarla.

En un entorno en el que los políticos no disimulan su intención de no aportar nada sustancial al debate y en que el independentismo ya no tiene ánimos para que no se le escape la risa cuando tiene que vender la moto sobre DUIs que no se levantarán y bases que no se ampliarán, Chacón ha hecho mella en el 14-F con una campaña de ítems muy claros que la candidata resume con la misma pericia que debe tener para cortar la carne rebozada a los niños en cuadraditos perfectos, dirigida a aquello que, durante los felices años noventa, conocimos como clase media catalana; a saber, por si me lee un centennial, una especie de ciudadanos con nómina mensual, mutua privada y dos residencias (Empordà, principalmente) que ahora se acerca a la jubilación y a quienes la antigua consellera ha hecho llegar muy hábilmente el mensaje según el cual con los críos de la CUP, greña y litrona, no se va por el mundo y que eso de los impuestos es una tara de socialistas que no va con la peña a la que gusta tener dinero en el bolsillo.

Chacón es el último intento de la élite catalana para convertir la independencia en una cosa de anhelar, platónica, moderada y, por lo tanto, inexistente

La cosa tiene gracia si pensamos en que una gran parte de la naturalización política de la CUP se produjo cuando Artur Mas, valedero de Chacón, abrazó a David Fernàndez en aquella consulta de pacotilla del 9-N que el antiguo president había pactado con Rajoy bajo la condición de que lo organizara la sociedad civil y que el Molt Honorable no lo aprovechara para patrimonializarla a nivel personal. Mas incumplió la promesa anunciando el resultado con pompa y circunstancia y sus amigos de Madrit le pusieron una multita que, como sabéis, han acabado pagando las madres de la rambla de Catalunya, entre ellas la que me parió. Que a Artur no lo enviarían a la papelera de la historia los cupaires ya lo sabíamos desde que el antiguo president hizo ver que hacía un paso al lado y tampoco era muy difícil de prever que el masisme se presentaría al 14-F bajo las mismas intenciones que tiene Laura Borràs de acabar con la influencia de Waterloo y de Carles Puigdemont en la vida política del país.

Como buena convergente, el cinismo de Chacón ha sido educado en las escuelas de pago y tiene mucha más clase que los intentos de ERC de encorbatarse y que la salmodia junquerista sobre lo buena gente que somos. Porque de la misma manera que Chacón escarnece la influencia de la CUP cuando fue el mismo Mas quien la hizo grande, la candidata puede corregir a sus antiguos compañeros de viaje como locos unilateralistas como si ella no hubiera estado nunca en los gobiernos donde se tomaban las decisiones que ella ahora critica con tanta moderación. Esta es una de las características que más me ha apasionado siempre de los convergentes: de la misma manera que nadie estaba nunca en las reuniones donde se decidía eso del 3%, ahora parece que Mas no tiene nada que ver con Puigdemont (cuando lo escogió con estricta técnica digital) y ahora parece que Chacón no tenga nada que ver con ninguno de sus antiguos compañeros de Govern ni con las políticas que se hacían y se deshacían cuando era consellera.

Sin embargo, insisto, con los niveles de cinismo y de incompetencia a los cuales ha llegado nuestra clase política, todo eso parecen nimiedades de tiquismiquis. La poca energía que tienen los electores catalanes soberanistas se vehicula en poder votar a alguien que no les dé vergüenza ajena. Chacón tiene fama de liberal y buena gestora (dependiendo del sector empresarial al que se consulte), habla bien el inglés y el alemán, y dice cosas como "hay que poner los pies en el suelo", lo cual ya la diferencia de Alba Vergés y de Carles Puigdemont. La candidata pedecátor resume perfectamente el anhelo de nuestra clase política de hacernos volver al 2010 como si el procés no hubiera pasado, convirtiendo el 1-O en una fecha nostálgica y eso de los presos políticos en la excusa perfecta para sellar un nuevo pacto con España más marmóreo y criminal en su cinismo que el de 1978. Chacón es el último intento de la élite catalana para convertir la independencia en una cosa de anhelar, platónica, moderada y, por lo tanto, inexistente.

Pero todo eso da igual y no tiene ninguna importancia, porque aquí lo esencial es que las madres de la rambla de Catalunya, entre las cuales la que me parió, quieren a Àngels Chacón en el Parlament.