Aplaudí con entusiasmo las palabras de Puigdemont el día de su investidura cuando contestando sobre un tuit que el presidenciable había hecho en memoria del fusilamiento de Carles Rahola le lanzaba a Inés Arrimadas que “la garra del fascismo sobre nuestras vidas no la queremos nunca”. No sé si en nuestra historia reciente hemos tenido un pronunciamiento tan antifascista desde las instituciones catalanas, pero en todo caso, nunca es sobrero. La extrema derecha vuelve a ser de actualidad después de cada contienda electoral en Europa –en Austria hace sólo unos días- y los ataques racistas proliferan en nuestra casa. Y nosotros nos recordamos y nos repetimos cada día la lección del Holocausto: Nunca más, en ningún sitio y contra nadie, releyendo a Primo Levi, Hannah Arendt o las páginas imprescindibles de aquel Els catalans als camps nazis con que muchos descubrimos a Montserrat Roig y con ella, el horror y la necesidad de nuestro compromiso ético y político.

Pienso en ellos estos días que con la CUP estamos terminando una proposición de ley contra el racismo, la xenofobia y la discriminación y que presentaremos muy pronto al Parlament. Este texto enfoca algunos de los retos que como sociedad tenemos pendientes hoy como el de la islamofobia, pero también algunos antiguos, como el antisemitismo. El antisemitismo, dice el DIEC, es la ideología de hostilidad contra los judíos como grupo religioso o étnico. Xavier Antich ampliaba y concretaba el concepto en el artículo La temptació antisemita entendiéndolo como la actitud que condena a un judío, sólo por el hecho de serlo, por aquello que se atribuye a otros judíos, tanto si eso es completamente falso como si efectivamente se ha cometido.

Hace unas semanas el Parlament de Catalunya recibía a un luchador por los derechos humanos en el Oriente Medio, referente de primer nivel, el palestino Raji Sourani. Su comparecencia fue expresamente ubicada en la semana que se conmemora la Naqba – “la catástrofe” -, momento en que recordamos que, a raíz de la construcción del Estado de Israel el año 1948 el 70% de la población palestina fue expulsada de sus hogares y 580 pueblos fueron literalmente arrasados con la creación de un alud de refugiados que todavía hoy confían en volver a su casa. (Una compañera cupaire que ha estado en Idomeni hace unos días me explicaba como hay entre los refugiados de hoy todavía descendientes de aquellos palestinos de ayer). 

La presencia de Sourani, trabajada durante meses, fue propuesta por la totalidad de los grupos parlamentarios y puso sobre la mesa datos aterradores sobre la vulneración sistemática de los derechos humanos y de apartheid en Gaza y en el conjunto de Palestina. En esta sesión monográfica que entra dentro de la normalidad parlamentaria, apareció sólo tres días antes una petición de Junts pel Sí, el PP y Ciutadans de hacer comparecer simultáneamente a Sourani, Uriel Benguigui representante de la comunidad israelita de Barcelona. Al tratarse de la comisión de Afers Exteriors del Parlament y propuesto expresamente con el fin de contestar al palestino Sourani, imaginé que el papel de Benguigui no era ningún otro que justificar lo injustificable desde la mirada de Israel.

El debate en la comisión de Exteriors era de naturaleza política y por lo tanto me limité a discutir la conveniencia de una comparecencia precipitada de un representante de Israel

No entendí en ningún momento que el debate que teníamos que abrir sobre la oportunidad de la comparecencia de Benguigui fuera un debate en términos religiosos o culturales. El debate en la comisión de Exteriors era de naturaleza política, obviamente, y por lo tanto me limité a discutir la conveniencia de una comparecencia precipitada de un representante de Israel –en este sentido el diario de sesiones es testigo de que en ningún momento utilicé ningún término religioso o cultural- en la misma mesa de aquel que nos venía a explicar cómo mueren los niños en las casas de Gaza fruto precisamente de los ataques militares israelíes. No hay ninguna duda, las estructuras estatales de Israel son las culpables de las muertes indiscriminadas de centenares de palestinos cada año. Pienso, por ejemplo, en Houda Ghalia que vio cómo morían siete miembros de su familia –sus padres y cinco hermanos- mientras celebraban un picnic en la playa de Gaza. De estas muertes inocentes son responsables los militares israelíes.    

La peor respuesta a esta situación tan grave –y por cierto, impune- sería confundir la responsabilidad del Estado Israelí con la cultura y la religión judía. Es decir, nos haríamos mucho daño todos juntos con el fin de reconocer estas sistemáticas vulneraciones de derechos humanos en Gaza y para garantizar que no se repiten que para la resolución del conflicto ubicáramos el judaísmo aquí en el medio. Tenemos que poder separar netamente Israel de la comunidad judía y por lo tanto, como decía Antich, no acusar a nadie por su carácter de judío, sólo faltaría. 

En mis palabras a Benguigui erré estrepitosamente si en algún momento se pudo entender que iban referidas a su condición de judío

En mis palabras en Benguigui erré estrepitosamente si en algún momento se pudo entender que iban referidas a su condición de judío, porque yo me referí, por contexto, en tanto que representante de Israel. Si no venía como embajador político de Israel, metí la pata, no hay duda, aunque entonces no entiendo en qué calidad comparecía a hablar de Gaza y Palestina en la comisión de Exteriors.

Espero haber aclarado tanto de alboroto, en la responsabilidad que tiene que ser colectiva para la defensa de los derechos humanos por todo el mundo, convencido de que el compromiso contra el racismo, y por lo tanto contra el antisemitismo, lleva escrito aquello de Nunca Más, en ningún sitio contra nadie. Aquí y en Palestina.

Benet Salellas es diputado de la CUP-Crida Constituent