Andaba yo, como cada día a las ocho de la tarde, asomado al balcón aplaudiendo junto al resto de la vecindad en ese gesto que ya se ha convertido en cotidiano, cuando me pregunté qué iba a ser de esta enorme fuerza social una vez que acabase esta situación excepcional. La energía, sin duda, es enorme: por volumen, claro, pero también por su naturaleza transversal que cruza generaciones, ideologías, fronteras, clases sociales, etc. Para entendernos, estamos ante un 15-M al por mayor.

Y sigo añadiendo otros fenómenos sociales que han proliferado: iniciativas vecinales de solidaridad (en euskera tenemos acuñado el término auzolan, trabajo de barrio), redes para facilitar material sanitario, alimentación, vivienda y otros servicios básicos allá donde son más necesarios, proyectos nacidos de una universidad que se ha demostrado muy activa cuando hemos necesitado respuestas a nuestro desconcierto y así una larga lista de una sociedad con mucho músculo.

El sistema vasco de concierto económico ni es un privilegio, ni es insolidario, ni arreglará jamás el enorme déficit público español. Es un ejercicio de responsabilidad fiscal que podría extenderse a otras naciones: Catalunya, sin ir más lejos

Sabía que aquí había una tarea pendiente, pero no sabía darle forma hasta que topé con este tuit de la politóloga Eva Silván: “En esta crisis las respuestas innovadoras se están produciendo en los márgenes de las instituciones, desde la sociedad civil o desde el sector privado. Hay que pensar ya en construir puentes que lleven la innovación a la Administración y la Administración a la innovación”. ¡Bingo! La tarea pendiente para canalizar toda esta revolución social emplaza a cada uno en su ámbito, a cada red social resurgida (la mayoría estaban ya pero trabajaban al ralentí), al sector privado y, sobre todo, es un enorme reto para las administraciones públicas en sus diferentes niveles.

El ejemplo de lo que no hay que hacer lo ha brindado la otrora redactora de Twitter (llevaba la cuenta del perro de Esperanza Aguirre) y ahora presidenta de la Comunidad de Madrid. En un ejemplo de soberbia, Díaz Ayuso ha desdeñado la ayuda de miles de makers que fabrican en impresoras 3-D material ahora muy necesario: desde pantallas protectoras a viseras o, incluso, piezas que convierten máscaras de buceo en respiradores artificiales. 

De su petición de fondos extraordinarios a cuenta del Estado al mismo tiempo que alardea de bajar los impuestos (a los ricos, claro) hablamos otro día. Aprovecho la ocasión de escribir en un medio catalán para explicar que el sistema vasco de concierto económico ni es un privilegio, ni es insolidario, ni arreglará jamás el enorme déficit público español. Es un ejercicio de responsabilidad fiscal que podría extenderse a otras naciones: Catalunya, sin ir más lejos.