Ya le gustaría, a Oriol Junqueras, que Aliança Catalana fuera realmente un "invento contra Catalunya" del Centro Nacional de Inteligencia (CNI), los servicios secretos españoles, conocido hasta 2002 como Centro Superior de Información de la Defensa (CESID). Aunque hace unos días que lo insinuó, él sabe sobradamente que no es verdad, pero lo soltó como aquel que no quiere la cosa solo para tratar de desprestigiar la marca política de la alcaldesa de Ripoll, Sílvia Orriols, levantando la sombra de la sospecha y despertando el fantasma del miedo en torno a un proyecto que cada día que pasa gana más adeptos. ¿Por qué lo hizo entonces?

Pues por no tener que reconocer que, en buena parte, el crecimiento exponencial de Aliança Catalana es la consecuencia de la capitulación de ERC, JxCat y la CUP al darse cuenta de que el resultado real del referéndum del Primer d’Octubre, que no es el que se hizo público oficialmente, los obligaba sí o sí a hacer efectiva la independencia, porque la participación en la votación había alcanzado el 58,61% del censo y con un porcentaje así el reconocimiento internacional estaba garantizado. Ellos fueron los primeros sorprendidos, porque se esperaban que la mayor parte de los colegios electorales estuvieran cerrados y prácticamente nadie pudiera votar, pero la respuesta de la gente, una vez más, los desbordó. Y el 27 de octubre del 2017 materializaron la rendición con aquella pantomima de declaración de independencia en el Parlament, que ni siquiera se publicó en el Diari Oficial de la Generalitat de Catalunya (DOGC) para que tuviera validez jurídica, y unos se entregaron con armas y bagajes y renegaron de todo lo que habían hecho a cambio de una libertad supeditada a las reglas de juego españolas, y los otros emprendieron el camino del exilio, pero sometidos también a las mismas reglas de juego españolas.

Oriol Junqueras dice lo que dice por no tener que dar —como presidente de ERC que era entonces y que es ahora— explicaciones y rendir cuentas de todo esto. Como deberían hacerlo los máximos dirigentes de JxCat y de la CUP. Tomaron el pelo a la gente que de buena fe les había dado confianza, han eludido todas las responsabilidades y aún esperan que se les siga creyendo. Por eso crece Aliança Catalana, por la falta de credibilidad y confianza de los partidos procesistas. La reciente encuesta del Centro de Estudios de Opinión (CEO) refleja esta subida, pero se equivocará quien piense que el ascenso se producirá solo a expensas de JxCat, como da a entender el sondeo convenientemente cocinado para que esta sea la impresión que saque todo el mundo. La formación de Carles Puigdemont será probablemente la más afectada, pero ERC también saldrá perjudicada. ¿O por qué cree la gente que Oriol Junqueras ha salido con la pata de banco del CNI? E incluso la CUP pagará las consecuencias de su mal comportamiento.

En las próximas elecciones catalanas, previstas, en principio, para 2028, a Aliança Catalana la votará fundamentalmente, además de los últimos electores desengañados de ERC, JxCat y la CUP, una parte de los independentistas que desde los comicios municipales de 2023 han decidido quedarse en casa a la vista de la decepción sufrida precisamente con los tres, pero no todos. Otra parte seguirá apostando por la abstención, porque ni así acaba de ver las cosas claras. Pero que nadie se fíe y piense que lo del partido de Sílvia Orriols no es cosa suya, porque la alcaldesa de Ripoll será capaz también de pescar votos en otros caladeros de las formaciones catalanas, como el del PSC. Si no, ¿por qué cada vez que tiene que responder una pregunta en el Parlament al president de la Generalitat —y justamente primer secretario del PSC—, Salvador Illa, se le agría de repente el carácter y le supura toda la bilis que parece tener retenida?

Aliança Catalana no es un partido que haga el juego a España, ni un partido contrario a la independencia de Catalunya, como quieren hacer creer los detractores

Aliança Catalana no es un partido que haga el juego a España, ni un partido contrario a la independencia de Catalunya, ni un partido que haya encontrado en la antipolítica su razón de ser, como quieren hacer creer los detractores, que cada vez sienten más cerca el aliento de Sílvia Orriols en la nuca. Aliança Catalana es una fuerza independentista, pero, en la coyuntura actual, cada vez es más una fuerza antisistema, contraria a todo lo que representa el sistema político vigente en España, y por extensión en Catalunya, que ha perpetuado un régimen franquista que, como demuestra cada día el aparato judicial, por ejemplo, sigue vivo cincuenta años después de la muerte del dictador Francisco Franco y del que forman parte todos los partidos clásicos del arco parlamentario, incluso aquellos que en su día se definían en oposición al sistema, pero que con el paso del tiempo han acabado absorbidos por el mismo sistema, como la CUP, por ejemplo.

Por eso el resto de formaciones políticas están en contra de Aliança Catalana, porque saben que, si algún día tocara poder en Catalunya, les desmontaría el tinglado y trabajo tendrían para dar razón de escándalos como el de la Dirección General de Atención a la Infancia y la Adolescencia (DGAIA), que ahora todos esconden porque todos son corresponsables de ello, o para justificar las millonadas que supuestamente se destinan a ayudas a la cooperación internacional y que no son más que comederos y canonjías diversas que se reparten entre todos. Son solo dos casos que muestran la distancia cada día mayor que existe entre la ciudadanía y las fuerzas políticas que deberían representarla y que alimentan fenómenos como el de la alcaldesa de Ripoll, que tampoco se puede decir que sea populista como la etiquetan dichas fuerzas políticas, porque se limita a recoger el descontento y el malestar que estas han provocado.

La incógnita es si, llegado el caso de pintar algo en la gobernanza de Catalunya, un partido como Aliança Catalana estará listo para asumir el reto. El primer test será el de las municipales de 2027. Lo que seguro no puede pretender es recuperar experimentos del pasado —pese a que algunos la encasillan como marca neoconvergente—, que en su día funcionaron pero que ahora pasados ​​están, sino que debe ofrecer un producto nuevo. De gente que critique, en todo caso, no le van a faltar, en especial los que la tachan de extrema derecha y creen que así todo queda resuelto. Pero también se equivocan, porque para los catalanes la extrema derecha, y más precisamente la ultraderecha, han sido siempre y son todavía los fachas españoles. Y en este momento los fascistas españoles están muy bien representados por Vox, por parte del PP e incluso por sectores del PSOE, por lo que a la mayoría de los catalanes nunca se les ocurrirá que sea un partido catalán el que es de extrema derecha.

Otra cosa es el debate en torno a la inmigración y la necesidad de controlarla, que, en el fondo, es lo que se esconde detrás de todo. Este es un debate que empieza a avanzar en algunos puntos de Europa, pero que por ahora Catalunya tiene pendiente. Los partidos del sistema no lo han hecho, y o lo hacen de una vez o que no se quejen si otros lo hacen por ellos, si lo hacen los que aspiran a convertirse en la voz de quienes han sido expulsados ​​del sistema, de quienes han sido apartados hasta echarlos de un sistema cada vez más dogmático, más sectario, más excluyente y más estrecho de miras que ha dejado de representarlos y que estigmatiza y censura a todo aquel que se atreve a llevarle la contraria.