Al encontrarnos en esta columna el lunes de la semana próxima, la cuestión electoral ya estará clara. En Madrid, se habrá resuelto, del todo o en parte, el enfrentamiento entre el PP y el PSOE, y también habrá quedado claro el respaldo que tendrán los partidos que hacen de muleta, Sumar y Vox. En el caso del PSOE, su futuro probablemente dependerá de los resultados de algunos partidos de las nacionalidades que ya lo respaldaron en la legislatura anterior: PNV, EH Bildu, BNG y ERC. Aunque quieren fomentar el bipartidismo con debates frente a frente con solo dos candidatos, la realidad es que el Congreso español está tan fragmentado como otros muchos Parlamentos europeos. Ante el fracaso de la operación Ciudadanos a nivel español (porque los estragos que ha ocasionado en Catalunya este partido xenófobo e iliberal han sido terribles) por ser el partido-bisagra que desde el 1977 ocupaban —en solitario, alternativa o conjuntamente— el PNV y CiU, el PSOE no tiene otro aliado que los partidos de las naciones históricas. En Catalunya tendremos el mismo problema al que ya nos enfrentábamos tanto si gana la derecha como si gana la izquierda. Una represión que no cesa, como hemos podido apreciar con las sentencias que se hacen públicas contra los jóvenes activistas, o con los juicios que comienzan en plena campaña electoral. Por ejemplo, mi sobrino Francesc (aquel chico que en 2019 fue apaleado, vejado y encarcelado a raíz de las protestas por las sentencias contra los VIPS del procés), el próximo miércoles se sentará en el banquillo de los acusados sin que ninguno de estos personajes se haya interesado por él. Cuando los políticos abandonan las bases a su suerte, el resultado es inevitable: desafección, desmoralización y rabia. Me parece que este fenómeno es más relevante que escandalizarse porque una agente de la policía española se haya infiltrado durante más de dos años en círculos del activismo independentista en Girona. El Estado ejecuta su trabajo, ilegalmente, si hace falta, como cuando los GAL. El independentismo político, en cambio, no reacciona adecuadamente. Se acobarda.

Los independentistas deberían recordar cada día lo que significa ser libres, y lo que hicieron durante una década, aunque los políticos independentistas los hayan decepcionado. Si olvidan esta fuerza, si aceptan los ataques y las victorias españolistas como si nada, porque parecen inevitables, entonces todo estará perdido. Cuando reclamo que se debe acudir a las urnas para evitar que el establishment y la prensa internacional escriban que el independentismo catalán es cada vez más irrelevante, no pretendo disculpar a los políticos del procés. Por el contrario, solicito que los electores independentistas no se suiciden, minorizando a los partidos independentistas que tenemos en la actualidad. Es cierto que ninguna opción ofrece una hoja de ruta muy clara sobre el camino a seguir, pero la convocatoria de este domingo no es parar votar en unas elecciones catalanas, sino que son unas elecciones españolas en las que los partidos independentistas pueden ser fundamentales en un sentido muy diferente al del catalanismo clásico. En la última legislatura, ERC, Junts y la CUP no acordaron una acción conjunta. No hay ningún motivo para pensar que este acuerdo se pueda lograr ahora. La unidad independentista es imposible y solo cabe la opción de concentrar el voto en el partido que brinde más garantías. Por esta razón, es necesario que los electores reflexionen con atención qué hacer. ¿Votar para qué? Esta es la cuestión que de forma habitual podemos leer en las redes sociales. Mi respuesta es sencilla: para impedir que los partidos unionistas puedan ganar en Catalunya, como ya expliqué en mi artículo anterior, y para poner las cosas difíciles al partido español que quede primero en Madrid. La inestabilidad española siempre es una oportunidad para el avance del independentismo.

No es incompatible ser independentista y pragmático a la vez; al contrario, es preciso que esta ecuación guíe la acción política de un independentismo que, como el escocés o el irlandés, gobierna y no renuncia a la independencia

Hay hechos que son irrefutables y que los electores independentistas que en estos momentos se sienten huérfanos deberían recordar. En 2019, Junts per Catalunya votó contra la investidura de Pedro Sánchez las dos ocasiones en las que intentó ser investido, superando los reproches de aquellos que acusaban a los de Puigdemont de alinearse con la derecha cavernícola española. ERC, por el contrario, primero votó contra el candidato socialista y, en la segunda votación, se abstuvo (junto con EH Bildu, que es el partido por el que se deja llevar). Esto provocó la convocatoria de nuevas elecciones. En las elecciones generales españolas de noviembre de 2019, el PSOE volvió a ganar las elecciones, a pesar de perder 3 diputados, pasando de 123 a 120. Le faltaban amigos y los encontró en Unidas Podemos, PNV, Más País, Compromís, BNG, Nueva Canarias y Teruel Existe. Junts per Catalunya volvió a votar en contra de Pedro Sánchez, junto con la CUP, que había obtenido dos diputados. Las abstenciones de EH Bildu y ERC propiciaron la investidura, ya que los votos favorables a Sánchez fueron de 167 y los contrarios de 165. Esquerra justificó su atención porque aseguró haber arrancado de Sánchez la constitución de una mesa de diálogo que finalmente ha sido un fiasco y no ha servido para nada. Esquerra se enorgullece de haber acordado los indultos de los VIPS del procés con Sánchez, pero es evidente que no se ha molestado en intentar modificar ni un milímetro la política represiva del estado contra los activistas independentistas. El Govern catalán a menudo es cómplice de esa represión cuando se persona como acusación contra ellos. La indignación independentista está justificada.

Los parlamentarios de Junts per Catalunya se dividieron en el Congreso español en 2020 tras el divorcio entre Junts y el PDeCAT en Catalunya. Cada partido se mantuvo con cuatro diputados. La ruptura fue ocasionada, precisamente, por dos perspectivas muy distintas acerca de cómo se debía actuar. La prueba más clara de que esa ruptura era inevitable es que el candidato actual del PDeCAT ha renunciado abiertamente al independentismo. Las derrotas (y lo ocurrido después del 1-O no admite otro calificativo) provocan estos cambios de chaqueta. Soy consciente de que Junts a menudo es un partido que parece una torre de Babel, ya que todos hablan y no se entiende nadie. La constitución de la Diputación de Barcelona ha demostrado de nuevo que el partido no es que esté mal dirigido, sino que no lo dirige nadie y se ha convertido en un reino de taifas. ¡Qué coincidencia que dos diputados provinciales de Junts que eran independientes votaran a favor de una presidencia socialista a cambio de prebendas! Ningún líder de Junts se lo ha reprochado, cuando menos públicamente. Me parece que esta posibilidad estaba acordada, pero no tengo pruebas de ello. La pérdida de credibilidad de la política se debe a acciones como esta. Esto también es lo que hace que muchas personas no confíen en Junts, aunque en Madrid el partido de Puigdemont se haya mantenido firme ante el españolismo de derecha y de izquierda. Míriam Nogueras asume una gran responsabilidad cuando promete que no investirá a Pedro Sánchez si no está dispuesto a negociar la amnistía y el derecho a la autodeterminación de los catalanes. No es incompatible ser independentista y pragmático a la vez. Al contrario, es preciso que esta ecuación guíe la acción política de un independentismo que, como el escocés o el irlandés, gobierna y no renuncia a la independencia. Debemos ser claros y tratar al electorado como personas adultas. Salvador Cardús ha escrito que la desmoralización política invita a la desmoralización cívica. Sin lugar a duda, pero intentar destruir a los partidos independentistas sin disponer de una alternativa es ayudar a la victoria del españolismo, retroceder y hundir el independentismo para los cincuenta años venideros.