Vivimos desde hace unas semanas, de hecho unos meses, inmersos en unas imágenes y mensajes que nos colocan en una especie de déjà vu que nos ha dejado a todos un poco azorados. Movimientos masivos de tropas, maniobras militares en medio del hielo y de la nieve, negociaciones maratonianas a caballo entre Ginebra, París... Un enfrentamiento como hacía décadas que no habíamos visto entre Rusia y Estados Unidos a raíz de la crisis en la frontera ucraniana. Y es que lo que está en juego no es solamente el equilibrio regional en una zona ya de por sí compleja, sino que podría tener consecuencias mucho más allá. Pero vamos por partes.

El origen de esta crisis lo tenemos que ir a buscar también en lugares remotos. La caída de Kabul el agosto pasado y el caos que la rodeó envió al mundo una fuerte señal de debilidad norteamericana. Una fotografía descarnada de la inestabilidad a la que nos puede llevar el repliegue del imperio dominante y el vacío de poder resultante. Un repliegue que hay que recordar, por cierto, no ha iniciado Biden, sino que fue mucho más intenso a raíz del America First de Trump y su política de retorno masivo de tropas americanas desde varios frentes: desde la península de Corea, siguiendo por Afganistán o las bases militares europeas.

Pues bien, en este contexto el Kremlin ha visto la oportunidad de activar una estrategia que es evidente que hace tiempo que prepara. Un "test de resistencia" en toda regla para poner a Washington contra las cuerdas y devolver a Europa Oriental a su "orden natural" o, mejor dicho, al orden que Moscú considera que es el "natural" en la zona.

El Kremlin ha visto la oportunidad de activar una estrategia que es evidente que hace tiempo que prepara. Un "test de resistencia" en toda regla para poner a Washington contra las cuerdas y devolver a Europa Oriental a su "orden natural"

Antes, sin embargo, hecho que confirma la meticulosa preparación de la operación, Putin se cubrió las espaldas y en una cumbre virtual con el presidente chino Xi Jinping (15 de diciembre de 2021) se presentó una nueva alianza sinorusa en contra de las "injerencias" occidentales. Alianza que tendrá una nueva representación en la asistencia de Putin este viernes, día 4 de febrero, a la ceremonia de apertura de los Juegos Olímpicos de invierno de Beijing en los que está previsto un nuevo encuentro entre los dos mandatarios para, explícitamente, hablar de "seguridad europea". Unos Juegos Olímpicos que, por cierto, cuentan con el boicot institucional de los Estados Unidos entre otros.

Todo indica que la atrevida operación de Putin tiene formalmente como objetivo deshacer la humillación vivida durante los años de debilidad postsoviética y volver al escenario de los pactos que pusieron fin a la Guerra Fría y que incluían que ninguna de las ex repúblicas soviéticas fronterizas con la Federación Rusa entraría a formar parte de la OTAN. Y de paso, ver de nuevo su rol como gran potencia reconocida y sus áreas de influencia en la Europa Oriental, el Cáucaso y Asia Central respetadas. La gran duda, aquello que provoca dolores de cabeza a Washington, Bruselas (sede de la OTAN aparte de la Unión Europea) y tantas otras capitales y agencias de riesgo, es saber hasta dónde está dispuesto a llegar en Putin para conseguirlo.

Hace falta tener en cuenta que la evolución de esta crisis se está siguiendo milimétricamente desde muchas capitales y respectivas agencias de seguridad. Y es que la manera como se "resuelva" la situación en Ucrania puede tener graves impactos en otros escenarios, desde los Balcanes hasta el estrecho de Taiwán.

No se puede ignorar el hecho de que la tensión es también creciente en los Balcanes, y en particular en Bosnia-Herzegovina, donde la actitud secesionista de Mirolad Dodick, el líder de la República Srpska (una de las dos entidades que conforman Bosnia-Herzegovina) está llevando a los límites el delicado equilibrio institucional del país, estructura resultante de los acuerdos de paz de Dayton impuestos por los Estados Unidos en 1995.

La manera como se "resuelva" la situación en Ucrania puede tener graves impactos en otros escenarios, desde los Balcanes hasta el estrecho de Taiwán.

Y no se puede descartar que la evolución de la inestabilidad ucraniana, en una dirección u otra, acabe teniendo una derivada balcánica, ya que pocos observadores dudan que detrás de Dodick está, también la influencia del Kremlin. En otras palabras, no se puede descartar un incremento de la inestabilidad en esta zona si la presión rusa actual en Ucrania no acaba teniendo los resultados que quiere Moscú. Por no obviar China, que hace tiempo que refuerza su presencia en los Balcanes —y no solamente en Montenegro— algo que fue uno de los motivos que obligó a la Unión Europea a mover ficha y a anunciar, diciembre pasado, un plan de inversiones global en infraestructuras de 300.000 millones de euros para... contrarrestar la influencia china.

La otra derivada es la de Taiwán. Es importante subrayar el hecho de que la crisis que vivimos, con una tensión que hacía tiempo que no experimentábamos, se da entre los Estados Unidos y Rusia, es decir entre la primera y la undécima economía mundial. Por lo tanto, ¿qué podría pasar si se repitiera una situación similar entre las dos primeras potencias? ¿Entre los Estados Unidos y China?

Porque este es el gran regalo que está recibiendo Beijing de la crisis ucraniana, un manual valiosísimo de cómo responden la administración Biden y sus aliados (si bien ahora cuentan más bien poco) ante una provocación y la tensión del nivel como la que está ejerciendo Rusia. Una crisis que, desengañémonos, también es de desgaste y guerra psicológica, un ámbito en el que la Rusia soviética llegó a sobresalir.

Y de eso todo el mundo es consciente, empezando por Washington, siguiendo por todas las capitales europeas, pasando por Moscú, Beijing y acabando en Taipéi. Por eso, a la vez que Estados Unidos sabe que la opción militar en la Europa Oriental es un sin sentido, por otra parte, sabe que no puede demostrar la más mínima debilidad, ya que abriría la puerta a un frente todavía más delicado y grave para la estabilidad mundial.