Cada vez que me cojo los dedos en Twitter hay algún amigo que me pregunta por qué digo cosas que, objetivamente, sé que van a molestar. Otras personas, quizás frustradas por expectativas que no se acaban de cumplir, interpretan que busco notoriedad a través de la provocación. Poca gente parece pensar que Twitter es una herramienta fantástica para tratar de adivinar tendencias y dilucidar de qué materiales están hechos los discursos hegemónicos.

Es cierto que las redes sociales apestan a metro y a cloaca. Es verdad que si te los tomas demasiado a pecho corres el riesgo de traumatizarte, como se traumatizaría cualquier persona que, antes de beber un vaso de agua limpia y transparente, se pusiera a observar con atención qué tipo de bichitos viven allí, a través de un microscopio. Aun así, si sabes conservar la calma, dan mucha información; más que las conversaciones de cariz privado filtradas en la prensa que ahora tienen tanto prestigio.

Twitter te permite estar en todas partes a la vez y poner muchos comportamientos en relación sin necesidad de pasarte todo el día yendo de fiesta en fiesta. Me recuerda aquel artículo de Mariano José de Larra que acaba diciendo: "Todo el mundo es máscara, todo el año es Carnaval". La gracia de Twitter es que te permite observar en directo la evolución de la comedia, ver el teatro más allá de la retórica, que es estática por naturaleza y que responde siempre a unos intereses muy concretos y pasajeros.

Como la interacción entre la gente es inmediata, la mayoría de las cosas que se publican son más reales que las que aparecen en la prensa de papel, que ya hace tiempo que perdió la espontaneidad y la inocencia. Es interesante observar qué tipo de tuiteros se apuntan a cada linchamiento, y con qué intensidad lo hacen, según los intereses que tienen en el tema. Me gusta más seguir los likes de las personas que conazco, que leer los artículos o los chistes que muchos tuiteros publican.

Como pasaba con la prensa de los años treinta, Twitter es un medio que nadie controla del todo y que, por lo tanto, puede estar al servicio de las finalidades más nobles y también puede despertar los monstruos más oscuros. En Twitter la lucha para dominar la verdad o para huir como más lejos mejor es tan descarnada que todo el mundo queda con el culo al aire, aunque no se dé cuenta de ello. La información aparece en bruto y puedes tratar de hacerte una opinión propia antes de que un sistema de intereses te la imponga a través de las debilidades y la rabia de la gente.

Twitter es interesante porque pone en relación el poder de las porteras con el poder de las élites. También porque te vacuna contra los discursos excesivamente teóricos y te obliga a trabajar igual que un artesano, poniendo el alma y el cuerpo en cada frase. Twitter me recuerda que, como dicen los toreros, la dureza no se rechaza por sensibilidad sino por ignorancia. A mí me ayuda a mantenerme conectado con las manifestaciones más viscerales y más primarias de la realidad, a poner a prueba cada intuición y a estimar el precio de cada idea, ni que sea de manera aproximada.

Sin Twitter, el apoyo del independentismo no habría crecido tanto, pero hoy tampoco sería tan fácil de ver el nivel de degeneración que ha desencadenado la destrucción del marco autonomista. En ningún sitio como en Twitter se ve mejor que los catalanes son el peor enemigo de Catalunya. A veces, la sumisión crea una identidad tan fuerte que las personas acaban convirtiendo en un capricho o en una comedia de épica pueril y pedantesca la posibilidad de liberarse de ella.