Dicen, dicen, que los de Junts quieren presentar al exalcalde Xavier Trias como candidato en las elecciones municipales del próximo año. Desde la renuncia de Elsa Artadi, el partido independentista va a la deriva. Si exceptuamos la popularidad de Ferran Mascarell y Neus Munté, que la tienen más por el pasado que acumulan que no por el presente, el resto de concejales de Junts son poco o nada conocidos, a pesar de que llevan años siéndolo. También es verdad que la mayoría de los mortales sería incapaz de recordar el nombre de ningún concejal, sea del partido que sea, porque los jefes de fila son los que siempre salen en los medios de comunicación. El trabajo en los distritos es tan endoscópico y burocrático, que los concejales se han convertido en un buzón de quejas de los vecinos más enfadados y una repartidora de dinero entre las asociaciones más o menos activas. No querría ser injusto, pero esta es la sensación que tenemos muchos de los ciudadanos de Barcelona.

Todavía está por completar un análisis profundo de por qué Xavier Trias perdió las elecciones de 2015. Lo más fácil es atribuir la derrota a las mentiras que el estado fabricó contra él. No me cabe duda de que aquella campaña antidemocrática, que debería haber provocado la ira de todos los candidatos realmente demócratas y no fue así, perjudicó a Trias. Él entonces no lo vivió exactamente de esa manera. La atribuyó al exceso de independentismo que transmitía su grupo, entonces en plena transformación hacia un soberanismo sin miedo. Al fin y al cabo, el gobierno de Artur Mas había sido el gran protagonista de la consulta del 9-N de 2014, mientras Trias era alcalde. Entonces ya me pareció que Trias se equivocaba al atribuir su retroceso al incipiente procés.

En aquella consulta declarada ilegal participaron 2.305.290 electores, no muchos menos que los votantes (2.594.167) que acudieron a las urnas en el referéndum estatutario de 2006. Es cierto que en la consulta del 2014 se podía votar a partir de los dieciséis años. En todo caso, la gente estaba muy movilizada. Nacionalmente, pues en Barcelona, el 9-N fueron a votar 507.454 personas y en las municipales del 2015, 703.793. Barcelona también estaba bastante agitada socialmente desde la ocupación de la plaza de Catalunya por el movimiento del 15-M de 2011. El asedio del Parlament del 15 de junio de aquel año estaba muy vivo en el recuerdo. El uso excesivo de la fuerza por parte de los Mossos que dirigía el conseller convergente Felip Puig no ayudó nada. Al contrario, identificó a los convergentes con los poderosos. La represión de la huelga de 2012, que le costó un ojo a Ester Quintana, también perjudicó la imagen de una federación, CiU, que empezaba a derrumbarse. Trias perdió las elecciones el 2015 y el 2016 Felip Puig pasó a presidir la empresa público-privada TRAM, la concesionaria del tranvía de Barcelona, hasta el 2021. La violencia deja una huella indeleble en la memoria de quien la sufre.

Si Trias no es capaz de confeccionar una candidatura soberanista, barcelonesa, próxima a los ciudadanos desfavorecidos y con buenos gestores (excluyendo a los funcionarios de partido ineptos), la eficacia de su retorno será mínima

En política —como en la historia— la explicación de los hechos acostumbra a ser compleja. Trias no perdió las elecciones porque fuera demasiado independentista. Las perdió porque su campaña fue muy mala: las gafitas de pasta marrón que servían para identificarlo en los carteles de propaganda eran realmente de pijo. El programa no estaba nada claro. Sobre todo, en cuanto a la vivienda, que era el estandarte que usaba una Colau que lideraba la PAH, y porque en vez de dedicarse a regenerar los barrios más pobres de la ciudad con el argumento implícito de que “aquí no nos votarán jamás”, también embarrancó en la Diagonal, como el anterior alcalde, el socialista Jordi Hereu, cuando el superávit del Ayuntamiento habría podido servirle para doblar las becas comedor. Pero es que, además, la noche de las elecciones Trias hizo honor a la antipolítica que ahora se atribuye al sector laurista de Junts. Reaccionó emocionalmente a una circunstancia negativa, que es haber quedado segundo con 159.222 votos, a una distancia de 17.372 sufragios respecto del grupo de Colau, BComú-E (176.594 votos). Si Trias hubiera pensado políticamente, habría valorado una posible alianza con los socialistas, que entonces todavía no tenían la posición tan marcadamente unionista de después, para sumar los 67.475 votos del PSC y formar una mayoría. No reaccionó así. Cogió el teléfono y llamó a Colau para ofrecerle la victoria. Después de aquella llamada ya no hubo vuelta atrás. El “hemos ganado, hemos ganado” de Colau se convirtió irreversible.

Después de este montón de errores y de demostrar una falta de ambición y no disponer de un modelo alternativo, ahora según dicen Puigdemont ha pactado con Trias que el exalcalde optará a encabezar la candidatura de Junts en las elecciones de 2023. A mí la edad de este señor no me preocupa en absoluto. Como pueden comprender, con mis años no padezco el síndrome del edatismo. La insolencia de la prole independentista es generacional, dado que de momento no ha demostrado nada, más allá de quejarse por su mala suerte, por no estar estabilizados. En Barcelona hay situaciones sociales, de marginación y pobreza, que superan con creces la inestabilidad laboral de algunos articulistas y tertulianos. La cuestión no es esa. Lo que urgente que sepamos es con qué Barcelona sueña el señor Trias. Si comprende la diferencia entre una Barcelona metropolitana y una Barcelona metapolitana, para seguir la propuesta que el arquitecto Eduard Rodríguez Villaescusa plantea en el ensayo Barcelona: de la ciudad acabada al territorio metapolitano (RBA, 2022). Si se trata de retomar lo que fracasó en 2015 simplemente por la oportunidad de un estado de opinión desfavorable a Colau, el activo es exiguo. El aburrimiento retrae más que ilusiona. En primer lugar, porque no está tan claro que la actual alcaldesa esté tan desprestigiada como se proclama, a pesar de la sensación generalizada de que Barcelona ha perdido pie y la ciudad es una especie de arrabal de los turistas de chancla.

Si Trias no es capaz de confeccionar una candidatura soberanista, barcelonesa, próxima a los ciudadanos desfavorecidos y con buenos gestores (excluyendo a los funcionarios de partido ineptos), la eficacia de su retorno será mínima. Pero es que, además, si su candidatura no tiene la frescura, la energía y la claridad independentista de la candidatura que el 21-D de 2017 vio nacer a Junts per Catalunya, que es la única vez que Junts ha ganado unas elecciones, entonces Trias no será una alternativa real a Colau. Mantendrá la posición, quizás la mejorará, pero no desbancará la coalición entre los comunes y los socialistas. Podría darse una paradoja más dramática. Que el PSC ganara las elecciones y ofreciera a Junts una coalición, como la que ya conforman en la Diputación de Barcelona, que sellaría la muerte de Junts tal como se ha entendido hasta ahora este partido independentista. Quizás es lo que buscan. La política es como acudir al casino para jugarte los dineros. Si ganas, fantástico. Si pierdes, es la ruina.