1. El CASO DALMASES. Que la política alberga un nido de víboras lo sabe todo el mundo. Los políticos malignos, intimidadores y sectarios están muy repartidos por todas las casas. Los hay que, encima de ser malas personas, son embusteros. A raíz del debate sobre el caso Dalmases hemos podido constatar la desvergüenza de antiguos políticos reconvertidos en tertulianos. Se han lanzado contra Francesc de Dalmases como si ellos no hubieran hecho intimidaciones similares mientras tenían un poco de poder, solo un poco, porque el poder en Catalunya da risa. Los políticos siempre creen que tienen razón. Se consideran tocados por la mano de Dios. Si un asesor se hubiera atrevido a sugerir a Jordi Pujol que cortara la cabeza de sus hijos corruptos, lo habría mandado a freír espárragos. En el contexto político del régimen del 78, todo aquello se podía esconder por la complicidad del poder de verdad, el del Estado, que no estaba interesado en desvelarlo, y porque entonces solo la prensa marginal hurgaba en los casos de corrupción. No por este caso, pero sí por haber destapado la guerra sucia del Estado contra ETA, el gran Xavier Vinader sufrió las consecuencias. En vez de investigar las tramas negras denunciadas por Vinader —que, de hecho, eran el embrión de los GAL—, la justicia española optó por procesar al periodista, hecho que le comportó primero el exilio y después la cárcel.

El caso Dalmases no es tan dramático, pero es igualmente grave. Vaya por delante que no tengo nada contra mi amigo Francesc, pero que la reacción del diputado de Junts ante el informe de la comisión de garantías de su partido fuera replicarlo con un escrito, digamos, de recusación, demuestra hasta qué punto la soberbia de la impunidad no deja que los políticos piensen con la cabeza fría. El episodio existió. Además, según la periodista afectada, Dalmases se disculpó al cabo de ocho días, en una aceptación implícita de su error. Por lo tanto, la única alternativa que tenía Dalmases ante un hecho probado y ratificado era hacer suyo el aforismo de Joan Fuster que apareció en mi línea cronológica de Twitter el mismo día que todas las tertulias abordaban el caso: “Acéptate tal como eres. Pero procura, enseguida, convertir esta aceptación en un remordimiento”. Los políticos por norma general no se sienten culpables de nada. Ni de una mala acción, ni de mentir impunemente. No tienen remordimientos hasta que se despeñan por un acantilado. Entonces quizás sí que se sienten culpables y acaban en el hospital, como ocurrió con Francesc de Dalmases. Las relaciones de los políticos con la prensa y los articulistas han sido siempre problemáticas. Mantenerlos a raya no es fácil y a menudo se tiene que pagar un precio muy alto para preservar la independencia de criterio y esquivar las embestidas. 

2. AJUSTAR CUENTAS. El caso Dalmases ha sido aprovechado para dirimir una nueva batalla interna en Junts per Catalunya. La mala digestión de la derrota del sector turullista tóxico, que no es ni mucho menos todo el turullismo, ante el sector borrasista en la consulta interna sobre si abandonar o no del Govern, ha alimentado la polémica. Es evidente que quien filtró el informe de Magda Oranich a los medios tenía voluntad de hacer daño. El peor enemigo a menudo se tiene cerca. En los partidos, las batallas por el poder son terribles. Nos escandalizamos por la purga en directa de Hu Jintao durante el congreso del Partido Comunista de China. El ex secretario general estaba sentado junto a Xi Jinping, el renovado sátrapa chino. No me da pena, la verdad, porque ninguno de los dos son políticos demócratas y el sistema de partido único propicia estas prácticas. Al fin y al cabo, en 2012, Hu Jintao se cargó también en directo al viceprimer ministro Bo Xilai, nombrado en 2008, porque durante esos cuatro años osó amenazar a los clanes de poder tradicionales con una insolencia imprudente. El mismo día que fue anunciada la expulsión de Bono Xilai del Politburó, su esposa, Gu Kailai, fue declarada sospechosa del homicidio de un hombre de negocios británico que había aparecido muerto en Chongqing, la ciudad desde donde actuaba el líder defenestrado. Un aviso para navegantes.

Con esto no estoy insinuando que Junts sea como el PC chino. Solo faltaría. Las prácticas de exclusión y la lucha interna de Junts se asemejan más a la UCD crepuscular de principios de los años ochenta. Ya sabemos cómo acabó un partido constituido con retahílas de aquí y de allá en torno a un líder carismático, Adolfo Suárez. Aquel partido había cumplido su misión y después del golpe de Estado de 1981 iba a la deriva, hasta el punto de que el mismo Suárez se dio de baja en julio de 1982 para crear un nuevo partido, el CDS. Las luchas cainitas fueron protagonizadas por una pandilla de notables cuyo empeño era sobrevivir. ¿Quién no tiene presente la trayectoria oportunista de Francisco Fernández Ordóñez? Un recordatorio para los desmemoriados. Cuando percibió que la UCD llegaba a su fin, Fernández Ordóñez formó su propio partido, el denominado Partido de Acción Democrática (PAD), si bien no abandonó su escaño a pesar de las peticiones de dimisión realizadas desde la dirección de la UCD. El PAD acabó integrándose en el PSOE, de forma que, cuando los socialistas ganaron las elecciones de 1982, él siguió su actividad política presidiendo el Banco Exterior hasta junio de 1985, año que Felipe González lo nombró ministro de Asuntos exteriores. ¡Ole tú! El espíritu de supervivencia entre los políticos es colosal, lo que también se ha constatado con la incorporación al supuesto gobierno independentista de Esquerra de políticos descaradamente antiindependentistas y contrarios al proceso que llevó al 1-O.

3. UN POCO DE ORDEN. Ir todos contra todos no puede acabar bien. Algunos sostienen la teoría que Junts está llegando al final. Que ya no tiene más recorrido y agoniza. Quizás sea así, no lo sé. Lo que me parece incontestable es que este partido está muy mal dirigido y que el pacto de Argelers entre Turull y Borràs no se está cumpliendo. Se va deshilachando con rapidez. El llamado sector posibilista, que lo es tanto que no tiene inconveniente en dejar pasar como si nada que Miquel Buch y Damià Calvet retengan dos de los cargos mejor remunerados de designación política, el de presidentes de Infraestructuras de Catalunya y del Puerto de Barcelona, respectivamente. Están esperando la destitución, como hizo la exconsellera Victòria Alsina, que en pocos días se “fumó” el prestigio al optar por una actitud inapropiada y desleal con el partido al que se acababa de afiliar con urgencia para parar la salida del Govern. El desorden de Junts es notable. Jordi Turull no sabe dirigirlo, quizás porque ahora se ha visto que el cargo le va grande. Los turullistas de última hora —o sea, los tóxicos y los adláteres ocasionales— le acusan de ser blando con los borrasistas y de no apretar para acabar con ellos, mientras que el bando de Borràs tampoco se lo pone fácil con el sectarismo, las admoniciones, y las condenas que gastan, que son propias de una secta de iluminados. Quien no vea que esta dinámica llevará a la destrucción de Junts es que vive en otro mundo.

Quien primero debería verlo es Carles Puigdemont. Cuando el president de la Generalitat en el exilio declara, con motivo de la conmemoración del 27-O, que la no aplicación inmediata de la DUI “no anula su vigencia” y “obliga a buscar la forma de desplegarla desde las instituciones autonómicas o republicanas”, tendría que pensar qué apoyo político tiene incluso dentro de su partido. Es bien conocido que el sector posibilista de Junts no comulga con esta tesis porque no quería salir de un Govern que estaba a años luz —y ahora todavía lo está más— de la vía rupturista que une a Carles Puigdemont con Laura Borràs, le sepa mejor o peor al presidente. Puesto que la política no va de amistades, como ya he indicado, lo que debería llevar a la reflexión al president Puigdemont es si la implosión de Junts favorece a su política o no. O, por el contrario, como ya ocurrió con Adolfo Suárez, anuncia el fin de una etapa que inevitablemente lo dejará aislado en el exilio con un reducido club de fieles. Solo se puede opinar que Junts ya no es el instrumento adecuado para impulsar una acción política alineada con las tesis de Puigdemont (que son las de Borràs, a pesar de la incompatibilidad de caracteres) si la lucha por la independencia ha dejado de ser una prioridad.