The New York Times llevaba este fin de semana un artículo sobre los métodos represivos que China aplica para controlar el separatismo en la región autónoma de Xinjiang, que ponía los pelos de punta. Igual que pasa en el Tíbet, allí donde no llega el sectarismo de la ley, llegan tácticas oscuras de control y prevención. Pekín ha actualizado con la tecnología punta sus métodos totalitarios y así exacerba, con su ejemplo, las pulsiones autoritarias que muchos Estados empiezan a aplicar por todo el mundo.

Si en la época de Mao, China se convirtió en el referente más atroz de la cultura comunista, ahora parece que Pekín quiera liderar las concepciones más retrógradas y perversas de la globalización. Con todos los defectos de los viejos estados nación y ninguna de sus virtudes, en ningún sitio como en China se pueden ver con tanta claridad los estragos que los avances tecnológicos pueden hacer cuando se ponen al servicio de los delirios centralistas y las ambiciones nacionalistas.

En sus memorias, Albert Speer establece una buena relación entre el nazismo y el envejecimiento de una cultura política que fue incapaz de humanizar las nuevas posibilidades que los avances tecnológicos dieron a la razón de Estado a principios del siglo XX. Algún día habrá que recordar que Hitler aplicó, con toda la fuerza que le daba la mecanización, los mismos patrones de centralización, de conquista y de exterminio que otras potencias europeas habían practicado antes.

Kissinger ya advirtió hace unos años, en su libro On China, que la relación entre los Estados Unidos y China recuerda la que Inglaterra y Alemania tenían antes de la primera guerra mundial. Washington y Pekín ya no son sólo capitales de dos grandes potencias nacionales, son el centro de dos concepciones de la dignidad humana y del mundo. Kissinger aconsejaba una política de pacto y contención, pero el pacto cada vez parece más difícil.

Este enero, The economist sacó un número titulado The Next War que analizaba la rivalidad militar entre las cuatro principales súper potencias. "Por primera vez es plausible un conflicto de una intensidad que no se veía desde la Segunda Guerra Mundial", concluía la editorial. No promete nada bueno que la amenaza de guerra aumente ahora que todos los países que tienen la bomba atómica retroceden en calidad de vida, respecto de hace 30 años.

La globalización ha trasladado, al conjunto del mundo, el conflicto entre libertad y autoritarismo que siempre había marcado la historia europea. Hasta no hace mucho se daba por descontado que el dinero democratizaría China, pero ya se ve que el autoritarismo es más resistente de lo que parecía a los atractivos de la democracia. En España cada día vemos como la opinión pública se adapta con facilidad a situaciones que hace poco parecían imposibles.

La globalización sólo funcionará si la libertad de circulación y de pensamiento tienen más fuerza que las obsesiones geopolíticas de los Estados y, por lo tanto, si la tecnología se pone al servicio de las manías personales de los individuos, que cada vez serán más creativas y democratizadoras. De momento, según el dossier del The Economist mencionado, la proliferación de tecnologías baratas está erosionando la superioridad militar incontestable que los Estados Unidos y sus aliados tenían hacia países como China o Rusia.

En Catalunya, los intentos de separarse de España siempre nos pillan justo en medio de grandes conflictos mundiales que nos acaban jugando en contra. Esta vez, el hecho de que Europa sea un agente periférico que depende del poder blando nos podría ayudar, si nosotros también ponemos un poco de nuestra parte. A nivel internacional, nos va bien que los Turcos no puedan parar a los Kurdos, que reciben la ayuda de los americanos y que son una pieza clave en la guerra fría contra China.

Las nuevas tecnologías quizás obligarán a Estados Unidos a apoyarse en países débiles u oprimidos, para asegurar la democracia. Ahora que el Muro de Berlín lleva más tiempo destruido de lo que estuvo de pie, el autoritarismo quiere hacer puntos para poder alzar otro de nuevo.