Con una sequía que hace años que se arrastra, finalmente el Govern ha decretado el estado de excepcionalidad y ya se han hecho públicas las primeras medidas. Entre ellas, dos nos han llamado especialmente la atención: queda prohibido usar agua potable para regar jardines, zonas verdes y limpiar calles y no se pueden rellenar piscinas y fuentes (solo parcialmente aquellas que disponen de mecanismos de recirculación). Y la pregunta es: ¿ah, pero que eso todavía no estaba pasando?

Hasta no hace muchos decenios, la lluvia era un hecho únicamente divino y el hombre no podía incidir (excepto en los cómics de Astérix con la inestimable ayuda del músico de la saga, Asurancetúrix). Desde hace un tiempo, sin embargo, sabemos que la mano humana ha desbaratado el equilibrio de la naturaleza y hay un fenómeno denominado cambio climático que sí, afecta a la pluviometría y al calentamiento global y a todo aquello que había funcionado lo bastante bien hasta nuestros días.

Por lo tanto, mirar al cielo y rezarle a la rosa de abril ya no es la única solución a un problema que, como especie, hemos contribuido a generar o, cuando menos, empeorar. Si a estas alturas ya somos perfectamente conscientes de toda esta situación, ¿cómo es que hay medidas que solo se aplican en caso de excepcionalidad? ¿No se podrían aplicar ciertas acciones de una manera más estructural, y no de emergencia, haya o no riesgo de falta de agua? Porque nos viene a la cabeza el dicho aquel que solo nos acordamos de Santa Bárbara cuando truena, aunque en este caso sería más bien cuando no truena.

No se puede cargar todo el peso de la sequía en medidas contra el campesinado, sector que ya sufre bastante de un maltrato estructural

Con los embalses de la cuenca del Ebro al 39% (en manos de la Confederación Hidrográfica del Ebro, CHE, y, por lo tanto, del gobierno de Madrid) y los de las cuencas internas al 28% (en manos de la Agència Catalana de l'Aigua, ACA, y, por lo tanto, de la Generalitat), la gestión hidráulica de Catalunya está partida en dos, como si el mapa fuera de la Catalunya Nueva y la Vieja, más o menos. En este marco, otras medidas que se han tomado recientemente implican reducciones de agua para usos industriales (un 15%) y agrícolas (hasta un 40%), pero tampoco ahora debemos cargar todo el peso de esta situación sobre el campesinado, porque nosotros bien que queremos comer tres o cuatro veces al día y porque el sector ya sufre bastante por el maltrato (este sí estructural y no excepcional) que le dispensan administraciones diversas.

Cabe decir que desde 2008 —última sequía importante en nuestro país— se han hecho algunos deberes, por ejemplo construir o aumentar capacidades de desaladoras y depuradoras, como la de la Tordera o del Prat, y es un camino a seguir, ciertamente. Pero si en paralelo a estas acertadas acciones se siguen financiando o apoyando otras antagónicas, como la fabricación de nieve artificial, la ampliación innecesaria de regadíos Ebro arriba, el exceso de campos de golf o la apuesta por proyectos urbanísticos insostenibles, entonces qué credibilidad se tiene cuando se piden sacrificios a la población o se alerta de que viene el lobo?

Si, pongamos por caso, tienes que participar en una carrera en el mes de junio y quieres estar en forma, tendrás que empezar a entrenar meses antes, no cuando ves que el tiempo se te tira encima. Porque si lo haces así no llegas a tiempo y corres el riesgo, además, de lesionarte. La sequía es un mal recurrente que sabemos que aparece cíclicamente como un fantasma y entonces todo son prisas. Y cada vez los ciclos son más estrechos y la población más numerosa y las decisiones políticas menos acertadas.

Con respecto al consumo de boca, de momento no queda afectado, ya que las restricciones que se han aplicado son de 230 litros por habitante y día, muy por encima de lo que en Catalunya está marcado, que son 117 litros. No obstante, hay afectados 224 municipios de 15 comarcas, que suponen una cifra combinada de seis millones de ciudadanos (hecho que, por otra parte, denota la enorme diferencia en el reparto de habitantes y pone más de relieve realidades como el despoblamiento o el insuficiente transporte público, pero eso ya sería otro melón que ahora no podemos abrir).

¿Hay alguien controlando el agua que tenemos realmente en los pantanos? La oclusión por la retención de sedimentos en el fondo hace que su capacidad sea menor de lo que creemos

Desde 2020, la setentena de municipios del país de más de 20.000 habitantes están obligados a tener un plan de emergencia y ahorro de agua. Leo que solo 23 lo tienen terminado —como Barcelona, Mataró, Vic o Terrassa— y que entre los que todavía no han hecho los deberes están Badalona, Cornellà o Figueres. Aparte de eso, ¿hay alguien controlando cuánta agua real tenemos en los embalses? Más que nada porque años y años de retención de sedimentos generan un lodo abundante y cuando se dice que los pantanos están, por ejemplo, al 50% de su capacidad, quizás la oclusión por barro en el fondo hace que esta cifra tampoco sea real y las reservas sean menores de lo que se cree.

Y hablando de pantanos, ¿sabremos alguna vez si las empresas hidroeléctricas llegaron a soltar más agua de la cuenta para poder producir más energía y venderla a precio de oro? Hemos llegado a tal punto de desconfianza en las versiones oficiales que nada sería descartable. Que ahora que hemos sabido (¡oh, sorpresa!) que las grandes petroleras subieron precios para quedarse parte de la ayuda estatal de 20 céntimos a la gasolina, ¿quién te dice a ti que no ha pasado una cosa similar en el ámbito del agua y la producción energética?

Mientras tanto, también podrían redactarse leyes que hicieran que los edificios de nueva construcción fuesen autónomos y se autoproveyesen de luz —con placas solares en los tejados— y de agua —con depuradoras para las mismas comunidades de vecinos. O podríamos hacer como nuestros yayos, recoger el agua de lluvia en una cisterna. Es solo una idea. Como también lo es que nosotros, humildes ciudadanos, pusiéramos de nuestra parte cerrando el chorro cuando nos lavamos los dientes, estirando la cadena del inodoro después de varios usos líquidos (y no cada vez) o guardando en un lebrillo el agua fría que sale de la ducha antes de que llegue la caliente, utilizándola después para fregar, limpiar o para echarla al inodoro en lugar de vaciar el depósito entero. En definitiva, ciudadanía y representantes políticos, hace falta que seamos conscientes de que en el mundo no todo el mundo tiene un grifo al final del cual, una vez girado el mango, sale agua. Este privilegio se tiene que merecer, valorar y respetar, no solo cuando la sequía asoma la nariz, sino todos los días del año.