El rey Felipe es un símbolo andante. Un fetiche, una figura representativa e icónica, como lo es la propia Virgen de Montserrat. De modo que, cuando coinciden ambos símbolos en el mismo espacio (ella con una nariz maravillosa y estilizada, él con barba de malas pulgas), nos encontramos de algún modo ante un cara a cara simbólico entre Catalunya y España que debemos decidir si es fraternal o conflictivo. El president Illa tiene una versión amable del encuentro de ambos, claro, pero su opinión viene condicionada por su deuda con el artículo 155 y por el hecho de que la Moreneta, igual que Catalunya, no puede moverse de su sitio. El independentismo, en cambio, ve en ello un encuentro humillante, innecesario y desafortunado, que necesita todavía mostrar la herida abierta: de ahí la protesta organizada, con éxito, el día de la visita. Pero, para saber con certeza si los dos símbolos tuvieron un encuentro cordial o no tan cordial, si queremos ser un poco objetivos sobre si el conflicto sigue latente, basta con acudir a las palabras del propio rey: visiblemente molesto, apeló a evitar las “identidades no excluyentes” y las “pretensiones de superioridad moral”. Es decir, vino claramente (todavía) a regañarnos. Por lo tanto, ni el mensaje era de cordialidad, ni hay normalidad, ni Felipe acaba de superar el hecho de que en Catalunya su visita siempre genere polémica. De hecho, a juzgar por sus gestos y sus palabras, lo lleva fatal. Y se lo toma muy a pecho.

Más símbolos: ¿qué significa la “N” del MNAC? El hecho de que el actual gobierno de Aragón (los que debían organizar unos cordiales Juegos Olímpicos de Invierno con Barcelona, ¿recuerdan?) todavía reclame las obras de Sijena “por las buenas o por las malas” lo indica: la “N” del MNAC no se refiere a ninguna “nación general” que englobe a todos los pueblos del Estado, sino a una propia, la catalana, que el gobierno aragonés no solo no comparte sino que además niega. Y no compartir sentimientos es una cosa, pero negar los de los demás, y sobre todo negar la historia y la ciencia, es otra muy distinta. El MNAC decidió comunicar al juez (acertadamente) el punto de los acuerdos de su Patronato referente a la imposibilidad técnica de la ejecución de la sentencia, y de ese modo el MNAC hizo valer su “N”: aquí no hacemos disparates y sabemos qué simboliza Sijena. Después, por lo visto, el gobierno de la Generalitat reclamó que ese punto se suprimiera. Dejando claro, de nuevo, la confusión del president Illa sobre qué representa la Generalitat (es el 133.º president, no el noveno) y qué tipo de “territorio” gobierna. Pero lo que queda meridianamente claro, si se trata de saber de qué tipo de conflicto estamos hablando, es que en Catalunya una “N” significa lo que significa. Siempre. Y esto vale para el TNC, para la Biblioteca Nacional, para la Ràdio Nacional, para el Arxiu Nacional o para la Orquestra Simfònica Nacional. Esto no conforma ninguna identidad excluyente, pero conforma una identidad clara. Como la que simboliza Montserrat, a pesar de la pasividad de la abadía (algo tendrá que ver en ello la declaración del Milenario como “acontecimiento de excepcional interés público” por parte del Estado, con los beneficios fiscales que eso conlleva). Que no vengan con San Benito: los conflictos, en las democracias, se resuelven, en efecto, escuchando. Votando.

En Catalunya una “N” significa lo que significa. Siempre. Y esto vale para el TNC, para la Biblioteca Nacional, para la Ràdio Nacional, para el Arxiu Nacional o para la Orquestra Simfònica Nacional.

Más símbolos: Illa empezó la legislatura haciendo reverencias al símbolo de la corona, sacando a Francesc Macià de su despacho, bautizando aeropuertos con alusiones al régimen del 78 y colocando “rojigualdas” en espacios gubernamentales donde hasta ahora nunca habían estado. Cuando digo que Illa sigue el programa de Sociedad Civil Catalana es porque me he leído los postulados de esta asociación y porque toda la comunicación del Govern responde a dichos postulados. La idea es que el gobierno “de todos” significa el gobierno que ignora a la mitad independentista de la sociedad, con un afán de revancha indisimulable. Que el rey, el mismo día de Montserrat, fuera a visitar Ciutat Badia pretende satisfacer claramente a un determinado tipo de público. Como también es evidente lo que simboliza celebrar los cincuenta años de los pisos construidos (en forma de mapa de España, por cierto) en aquella población: hace cincuenta años era otro símbolo, con poderes dictatoriales, quien manejaba el cotarro. De hecho, el mérito de aquella construcción es de la administración franquista. La idea que perseguía, también.

Símbolo final: todo ello pretende simbolizar un “Cataluña ha vuelto” que tiene la misma solidez argumental, y el mismo apoyo social, que los Juegos Olímpicos de Invierno o la Copa América. Todo con calzador y de la manera más artificial: cuando no es un mensaje de ocupación descarado, es un “me tienes que querer sí o sí” (o, como dirían en Aragón, “por las buenas o por las malas”). Tantos intentos desesperados no hacen sino demostrar el fracaso de la operación: si quieren saber qué pensamos de tantas invitaciones a rendirnos, pásense por la Patum. Allí también verán simbología milenaria, en forma de música, saltos y fuego. Ah: y no se preocupe, Su Majestad, que allí todo el mundo es bienvenido, excepto los represores. Solo es un símbolo del revés. Confío en que no se lo tome como algo personal.