¿Es compatible preservar un espacio de interés natural protegido por la Unión Europea y aspirar a que Catalunya tenga un hub aeroportuario? La respuesta es que sí, sin lugar a dudas. Nada hace pensar lo contrario, por mucho que nos lo hagan creer.

¿Era imprescindible contestar al proyecto presentado por Aena y abrazado a pies juntillas por una parte del Govern de Catalunya? También.

Pero igual de imprescindible es definir una propuesta que hoy brilla por su ausencia. El proyecto de Aena no tiene nada que ver con la voluntad de convertir Barcelona en el hub del Mediterráneo. Si hoy El Prat no es este hub, es la consecuencia directa de la nula voluntad política de Aena y del Gobierno. No por la actual dimensión de El Prat, que por número de vuelos y pasajeros hace años que es un monstruo en el Mediterráneo.

El proyecto de ampliación es el proyecto de Aena que al vicepresident (fuera o no por libre) le endosaron ―no está nada claro que el resto de consellers de Junts compartan este proyecto― porque le vieron venir de lejos. Como la patronal catalana. Demasiadas ganas de quedar bien, demasiadas ganas de exhibir un triunfo.

Este es sobre todo un proyecto urbanístico y de volumen. Más vuelos, más viajeros, como para doblar los de Mallorca. Primera verdad.

No ha habido ningún debate sobre qué necesita el país, qué tipo de turismo, qué tipo de economía, qué equilibrios territoriales

Ni un solo estudio sobre cómo optimizar la actual pista larga, infrautilizada; todo se basa en alargar la pista corta y trasladar La Ricarda, evidenciando una sensibilidad medioambiental del siglo XIX. Ningún tipo de estudio, por ejemplo, de viabilidad sobre el aeropuerto de Reus, que tiene las ventajas geográficas que no tiene El Prat, encajonado entre urbanizaciones y el mar. Ningún tipo de estudio de insonorización, ningún compromiso en firme que no fuera alargar la pista corta y promociones inmobiliarias. Promesas y las cuentas del Gran Capitán. Una segunda verdad: más casas, más pisos, más cerca de la costa.

Ningún debate sobre qué necesita el país, qué tipo de turismo, qué tipo de economía, qué equilibrios territoriales. Los grandes del cava apostaron por la cantidad en lugar de la calidad y ahora están en manos alemanas y americanas. Y la marca Cava devaluada en Europa.

El vicepresident corrió audaz a morder el anzuelo, sin evaluar los costes, se precipitó y volvió a comprar los planes de Aena, acrítico y entusiasta, como si de un trofeo se tratara. Un error de cálculo.

Vayamos por partes. Es Aena quien repentinamente tiene un insólito interés, justo ahora cuando la pandemia ha hecho caer drásticamente el número de vuelos, aviones y pasajeros. Ni una sola declaración de intenciones habíamos escuchado antes de marzo del 2020, ni una, cuando estábamos en el pico histórico de aviones y pasajeros. ¿Y en vez de aprovechar este interés y los supuestos 1.700 millones ―vuelve la lluvia de millones― para emplazarlos a hablar, nos lanzamos en plancha con el pretexto de que Aena tenía prisa, según un hipotético calendario acompañado de una justificación tan arbitraria como chantajista? ¿En serio? De repente era aquello de lo coge o lo deja. Si de verdad era tan imprescindible, no han tardado demasiado en retractarse los de Aena, acompañado de un ruidoso portazo.

Tercera verdad. Tampoco podemos ser los del no a todo, tentación en la que es fácil caer. Recordemos el famoso conflicto de la autovía de Leitzaran. Había el proyecto institucional, el no ecologista drástico a la autovía y la alternativa Lurraldea, una propuesta que validaba una autovía, pero con un cambio de recorrido infinitamente más respetuoso con el entorno. Hoy, desde Dos Hermanas a Irurtzun, norte de Navarra, hasta Guipúzcoa, hay una fantástica autovía con un recorrido tan bello como práctico. Ni se trata de correr poseídos ante promesas interesadas ni de dormir el sueño de los justos parapetados tras la pancarta. Propuestas, debate y soluciones antes de acabar con todo.