El independentismo, con la Doctrina Junqueras, se ha consolidado definitivamente, también, como un movimiento que se erige como baluarte de la defensa de los derechos civiles y políticos a ojos de Europa. Es la victoria judicial más importante que ha experimentado hasta la fecha. Tanto es así, tan fulminante ha sido, que al día siguiente de la sentencia del Tribunal de Luxemburgo amparando a Junqueras, Toni Comín y Carles Puigdemont, ya hicieron lo que no habían podido hacer en dos años, pisar el Parlamento Europeo con todos los honores. Difícilmente el artífice de esta sonada victoria que ha ridiculizado la justicia española se verá beneficiado con esta equivalencia. La diferencia es obvia: Oriol Junqueras queda cautivo de un estado que emprendiendo un proceso inquisitorial contra el Govern de Catalunya cometió un error gigantesco y, de rebote, justificó el exilio. Hoy, prisión y exilio se complementan, con independencia que no haya sido el fruto de ninguna estrategia. Lo más significativo es precisamente que se han acabado complementando. Punto final.

El primero que se debió dar cuenta de ello, a pesar de todos los pesares, fue el mismo Oriol Junqueras cuando una tarde de marzo de 2018 tuvo la última conversación con Marta Rovira. Aquel día, tras los barrotes d'Estremera, cuando todo indicaba que Rovira entraría en la cárcel si se presentaba ante el Tribunal Supremo, Junqueras trasladó a Rovira que la decisión que tomara sería la mejor. Al día siguiente, la última decisión de Rovira como parlamentaria fue participar en el desdichado intento de investir a Jordi Turull, que como Josep Rull, Dolors Bassa, Carme Forcadell y Raül Romeva, también habían sido citados a declarar ante el magistrado Llarena. Todos ellos acabarían (algunos, nuevamente) en la cárcel a causa de haber impulsado aquella investidura fallida, y haber participado en ella, que habría permitido que quien compareciera en el Tribunal Supremo hubiera estado el Presidente de Catalunya, hecho que abría un nuevo embate inédito. Fueron, a pesar de saber que incomprensiblemente no prosperaría, y lo pagaron con la prisión aunque aquel sacrificio fue estéril.

Hoy, prisión y exilio se complementan, con independencia que no haya sido el fruto de ninguna estrategia. Lo más significativo es precisamente que se han acabado complementando

Rovira optó por Suiza, por Ginebra, la ciudad que acoge a más organismos internacionales vinculados a la defensa de los derechos y libertades. Y con honestidad explicó su decisión en una carta pública, admitiendo motivos personales, familiares y políticos. Rovira es la única dirigente de una formación política –todos los otros eran el Gobierno de Catalunya, excepto Forcadell- que ha sido procesada por rebelión y señalada como motor del 1 de Octubre.

La Doctrina Junqueras es ya hoy como aquella Doctrina Bosman, aquel modesto futbolista belga que pleiteó y ganó ante la justicia europea que los jugadores de fútbol también se tenían que beneficiar de la libre circulación de personas y que, por lo tanto, podía prestar sus servicios en cualquier club de fútbol de la Unión Europea. Aquella decisión acabó con las limitaciones sobre los jugadores comunitarios que podían jugar en cada equipo. A partir de aquella sentencia, el fútbol experimentó un giro espectacular porque cualquier jugador europeo podía jugar en cualquier equipo europeo sin limitaciones.

La Doctrina Junqueras establece precisamente también un precedente que fortalece a la Europa de derechos y libertades. Todos los diputados europeos tienen inmunidad por esta condición y son electos de pleno derecho, sin restricciones, a partir del momento que son elegidos por los ciudadanos europeos. Y esta es una victoria muy significativa del independentismo catalán ante el autoritarismo del estado español, que nuevamente ha quedado ante la Unión Europea como una democracia de tan pobre calidad, tan reaccionaria, que provoca comentarios tan explícitos como los de la canciller Merkel. Porque a pesar del papelón que todos estos dirigentes europeos puedan hacer como representantes en un club de estados, no pueden evitar sentir vergüenza ajena cuando les hacen participar en esta farsa monumental.