Tranquilos, no os hagáis camisetas con mi lema. Ya lo había pensado antes el diseñador Óscar León. Ya sé que no soy la Feliu, una santsense que las estaciones llevan su nombre. Una de las cosas que más ilusión me ha hecho en la vida ha sido hacer el pregón de las fiestas de mi barrio. Y que la Feliu viniera a brindar conmigo. Era cliente del Celler de Gelida. Me encantaba su aroma a laca y cómo combinaba el cobre de su pelo con la sombra de ojos verde. De pequeña quería ser una mezcla entre Mari Pau Huguet y la Feliu. Que, por cierto, se tendría que bautizar la calle de TV3 con el nombre de la gran presentadora catalana. Nos lo merecemos.

Una estación de trenes más digna es lo que necesita Barcelona, dice la arquitecta Benedetta Tagliabue. Que me lo digan a mí, que vivo a un minuto de Sants Estació y que lloro cuando tengo que cruzar la estación de autobuses. Si no hacemos algo, nunca podremos sacar pecho y decir que somos como el barrio más cool de Manhattan. Esta semana he hecho un mete-saca Sants-Atocha Almudena Grandes. En una compañía low-cost que Adif hace esfuerzos por demostrar que no estás en Renfe. Lo peor es que llegues más tarde de las 12 y te hagan salir por aquella plaza horrible llena de metales y tribus urbanas. Uno de mis otros destinos habituales, por trabajo, es el de Málaga y su estación lleva el nombre de la filósofa María Zambrano. Pues mira, si los nombres de las estaciones sirven para que tengamos referentes o más cultura de mujeres que han hecho cosas importantes, bienvenidos sean. Pero si se tiene que escoger entre la Caballé y la Feliu, por mucho que haya sido la gran soprano internacional, los nombres del barrio nos hacen más ilusión. Como la colección de "Pequeña & Grande" que les leo a mis hijos. Libros dedicados a Coco Chanel, Marie Curie o Frida Kahlo. Aunque las mujeres que han hecho las cosas más importantes, como cuidar a los suyos, sean anónimas.

Sé que Barcelona podría ser Nueva York si llegáramos a la estación de Sants con alfombra roja y renombrada con el nombre de la diva del jazz

Mi calle, canta Joan Manel Serrat. Yo, más que de Barcelona y de Sants, soy tan separatista que solo soy de la calle Vallespir. Mi fantasía erótica es estar unos días sin moverme de mi calle. Máximo, moverme por el perímetro de la plaza del Centre al Cine Balañá. O lo queda de él, ya que desde que lo cerraron por la pandemia, sigue cerrado a los cinéfilos. Tapiar para que no entren los ocupas no es hacer, es deshacer. En este gran cine es donde me di el lote por primera vez viendo Titanic. Mi perímetro va de yoga a la casa de mi hermano. Sí, soy de este tipo de chica que vive a dos números de sus padres: la única manera posible de conciliar la vida y el trabajo. Ir a comer el menú del Bartolí, local donde los dos hermanos están casados con dos hermanas. Después del Bar Tomás, el Bartolí podría coronarse como una de las mejores bravas de Barcelona y los mejores trinxats, y es de los pocos lugares donde te puedes comer un desayuno de tenedor al estilo Josep Pla. E ir a cenar al Addis Abeba, una deliciosa comida etíope donde vamos con Ferran Centelles, sumiller de El Bulli Foundation.

Todavía recuerdo cuando mi abuelo tenía la tienda de bicicletas. Maribel, la de la pelu Xiroi, iba a ver el león Vicentet, Vallespir esquina Béthencourt. Y cuando el Celler del Nou Priorat era como una ampliación de mi comedor. Lo llevaban las cubanas Amarylis y Tania, con quien todavía tengo contacto, aunque estén en otro continente. Fui al colegio en la misma calle, primero al Núria, después al de las monjas (donde está Ràdio Estel) y, finalmente, a los Maristas Sants-Les Corts. En la misma calle, por cierto. Sí, y tuve a Joaquim Benítez (el de los abusos sexuales a niños menores) durante doce años de profesor de educación física y de entrenador de voley, deporte en el cual estaba federada.

Hice de pitufa cuando tenía cinco años en la cabalgata del barrio y cuando pasé por la tienda, mi madre me tuvo que coger porque no paraba de llorar. Decía que era por el frío, pero era porque estaba lejos de mi calle. Es una de aquellas fotos que tienes clavada en la retina sin que la tengas que mirar. He crecido gracias a todos los caldos del Cuit i cru. Sí, cuando salgo de casa soy como Rocky y voy saludando a todo el mundo. A veces me siento tanto como en casa que salgo en pijama y solo con una chaqueta para disimular. ¿Vamos a cenar al Born? No, nada me horroriza más que salir de mi barrio los fines de semana. Me da menos pereza coger un AVE que ir a Gràcia. Si es que el tema de la guerra de las fiestas mayores viene de muy lejos. Mi padre ya me lo decía: te tienes que casar con la vecina de al lado. Después de tener parejas de todo el mundo, por fin tengo una de Vallvidrera y cuando voy me parece que voy de excursión. Mi vecina, por cierto, es la actriz Bella Agossou. Tengo la suerte de que mis mejores amigas no viven más lejos de la calle Santa Caterina y Galileu. Esto me transmite paz. Aunque no las pueda ver en un mes, sé que están allí y que si necesitara algo, estoy en 2 minutos. A beber un vermú al Trencalòs o a La Europea, y comer los mejores torreznos en Vermut i Força al Canut, la mejor horchata del mundo, el mejor café en el Bar-celona. Todo el mundo en la calle Vallespir. Y no lo digo porque en el número 65 haga 128 años que estamos vendiendo vino o porque mi padre es uno de los comerciantes nacidos en la tienda. Es porque es ambiente de barrio. Esta semana he ido al Godó para celebrar su 125.º aniversario. Dudo de que los de la zona alta tengan este ambientazo. También he ido a aplaudir a Renata Zanchi desfilar para Yolancris en la Bridal Fashion Week. Y la próxima semana, Sant Jordi. Sí, sé que Barcelona podría ser Nueva York si llegáramos a la estación de Sants con alfombra roja y renombrada con el nombre de la diva del jazz.