El reencuentro en persona entre Carles Puigdemont y Oriol Junqueras después de más de tres años y medio de prisión y exilio se producirá hoy en Waterloo, en la Casa de la República. El encuentro tiene lugar al día siguiente de la visita de Carme Forcadell, Dolors Bassa, Raül Romeva y Oriol Junqueras en el Parlamento Europeo, en la sesión plenaria celebrada en Estrasburgo, donde Junqueras y Romeva participaron en varias reuniones con eurodiputados de los Verdes/ALE.

Oriol Junqueras fue eurodiputado del 2009 al 2011 y Raül Romeva, del 2004 al 2014. Así que volver a pisar el Parlamento Europeo les habrá hecho una especial ilusión. También, y quizás sobre todo, porque Junqueras volvió a ser escogido eurodiputado en las elecciones europeas del 2019.

Recordemos que Oriol Junqueras no pudo recoger su acta de eurodiputado y viajar a Bruselas porque Manuel Marchena se lo impidió. Pero el litigio que provocó aquella controversia jurídica (y política) dió luz a la llamada "doctrina Junqueras". La doctrina Junqueras establece que la condición de inmunidad de un europarlamentario se produce desde el momento de la elección. Junqueras fue retenido en la prisión por Marchena y privado de sus derechos. Pero gracias precisamente a esta batalla jurídica que se planteó, hoy tres exiliados son miembros del Parlamento Europeo con todas las letras. Él, Junqueras, no se benefició. Pero sí Puigdemont, Comín y Ponsatí.

Si el independentismo quiere salir adelante, tendrá que ser capaz de conjurar las dos almas principales y generar todas las complicidades posibles

Ahora, cuando se reencuentren en Waterloo, seguro que se podrán abrazar y Puigdemont le podrá agradecer de corazón el sacrificio y la resolución judicial que desencalló la condición de eurodiputado y su inmunidad que ahora le permite viajar por la Europa de los veintiséis. Porque recordemos que el vigésimoséptimo todavía mantiene vigente la orden nacional de detención en todo el estado español. Una vergüenza jurídica de campeonato.

Hace bien Junqueras en visitar a Puigdemont y en hacerle llegar todo su afecto y compromiso. Lo empequeñecería estar resentido por el doble volumen que Puigdemont le dedicó a Junqueras, dos extensos libros en que el presidente de Junts ajusta las cuentas con el presidente de ERC sin privarse de nada. Afortunadamente, Junqueras no se revolvió, no se inquietó y pasó por alto la cascada de descalificaciones unilaterales. Mucho mejor así: esta actitud lo hace grande. Si hubiera contestado, les habría hecho el juego sucio a los corifeos del disenso y habría engrandado todavía más la grieta dentro del mundo independentista.

Junqueras y Puigdemont no han sido nunca amigos, ni lo serán. Pero no es menos cierto que en sincronía fueron los dos grandes artífices institucionales del 1 de octubre. Hoy, como ayer, no los separa tanto un abismo estratégico como un recelo mutuo que, en el caso de uno de los dos, se ha acentuado. Pero es igualmente cierto que si el independentismo quiere salir adelante, tendrá que ser capaz de conjurar las dos almas principales y generar todas las complicidades posibles. Porque, digan lo que digan, siempre será mejor sumar que restar, abrazar que rechazar, poner los pies en el suelo que estar en las nubes.

El reencuentro es un buen punto de partida y la foto de ambos, una instantánea que recorrerá media Europa.