Cuando Maurici Lucena irrumpió intempestivamente ―talmente como si fuera Mister Marshall― para anunciar la voluntad de Aena, el ente aeroportuario plenipotenciario, de ampliar el aeropuerto de El Prat sólo estaba agasajando una voluntad que respondía a los intereses y decisiones estratégicas de Aena.

Rápidamente, una parte de la patronal catalana se lanzó a los brazos de Lucena sin conocer prácticamente nada del proyecto de Aena. Es una actitud clásica de gran parte de la patronal, incapaz de defender los intereses del país y todavía menos que estos intereses respondan a la voluntad soberana del país o a un mínimo debate sobre el modelo económico que queremos los catalanes.

Por eso, el anuncio pomposo hecho por el conseller Puigneró ―quiero pensar que estaba al corriente el president Aragonès― me parece precipitado y claramente la evidencia de una decisión precipitada que recuerda a aquel acuerdo con nocturnidad (y en aquel caso con alevosía) que tuvo como artífices a Artur Mas y Zapatero en 2006. Los republicanos, Joan Puigcercós en particular, mantenían un pulso con el PSOE para aprobar un Estatut que incorporara la gestión soberana de los aeropuertos catalanes y en particular, por su importancia, el de El Prat.

Si era Aena quien mostraba este interés, ¿no era una fantástica oportunidad para negociar una inversión aeroportuaria que respondiera también a un modelo económico y de país?

El acuerdo rubricado por Mas a escondidas de los republicanos dinamitó cualquier opción, por modesta que fuera, de traspasar la gestión de El Prat a manos catalanas. Mas quería ser el artífice del acuerdo, el gran protagonista, y no dudó en pasar por debajo del listón competencial que él mismo había exigido levantar al Parlament para hacer tambalear el Tripartito. A la hora de la verdad, Mas suscribió el acuerdo y pasó de rodillas.

Es Aena, como dejó muy claro Maurici Lucena, quien ahora quiere hacer una inversión en El Prat. Los repentinos motivos se me escapan. Pero está muy claro que esta ha sido una iniciativa de Lucena y el conseller Puigneró, tal como hizo una parte de la patronal desde el primer momento, se ha lanzado en plancha y ha acompañado el acuerdo (esperamos que preacuerdo) de las habituales promesas de creación de decenas de miles de puestos de trabajo y de multiplicación del PIB interior.

Si era Aena quien mostraba ―por el motivo que fuera― este interés, ¿no era una fantástica oportunidad para negociar una inversión aeroportuaria que respondiera también a un modelo económico y de país? ¿O es que sin meditar ni un instante nos lanzamos hambrientos sobre el primer bistec que nos tiran?

No digo que no sea conveniente mejorar nuestra red aeroportuaria, o potenciar El Prat, o construir una segunda pista larga que complemente la única que hay que, además, está infrautilizada para evitar las molestias en la franja marítima de Gavà y de Castelldefels. Otra cuestión es la afectación a un espacio con un alto valor medioambiental como La Ricarda, que no se puede pasar por alto. Ni con eso estoy diciendo que se tenga que comprar a pies juntillas el discurso de los anticapitalistas ―basado en el "no a todo"―, pero sí que nos merecemos una pizca más de respeto como país.

Que no parezca que volvamos a las andadas como ya pasó en 2006 con dirigentes de la misma formación política que quisieron ser protagonistas antes y ahora.