El PSC ha ganado las elecciones en Catalunya quince años después. Esto no ocurría desde 2008, cuando Carme Chacón obtuvo un resultado espectacular. La abstención también ha ganado en Catalunya, perjudicando de una manera clarísima a los partidos protagonistas de la llamada revolución de las sonrisas. En estas elecciones se ha repetido el resultado de las pasadas elecciones municipales: ERC ha entrado en un ciclo de declive que Junts no consigue rentabilizar, a pesar de que aguante la posición incluso después de la ruptura con el PDeCAT. La candidatura de Roger Montañola, que tenía mucho de caballo de Troya de los republicanos, al final ha quedado en nada y el antiguo espacio de CiU ha muerto definitivamente. Que en Catalunya la abstención haya aumentado más de un 4% no es una buena noticia. Los partidos independentistas han perdido 707.000 votos (Esquerra más que ningún otro, 417.000). Durante el procés, la participación electoral fue histórica, llegando casi al 80%. Aunque lo niegue el españolismo, esto demuestra hasta qué punto la democracia era fuerte y activa en Catalunya. El abstencionismo actual se alimenta, sobre todo, de un electorado independentista que está dolido con los partidos del procés. El castigo es fuerte, pero de momento no tan fuerte como para destruir el sistema de partidos actual. Veremos qué ocurrirá en las elecciones al Parlamento Europeo, que cerrarán un ciclo y pueden dejar sin escaño a una de las principales defensoras del abstencionismo, la eurodiputada de Junts Clara Ponsatí.

El día de reflexión electoral mantuve una animada charla con un grupo de gente. La mayoría eran antiguos votantes de los partidos independentistas. Uno explicó que conocía a algunas personas que el 1-O fueron a votar a favor de la independencia y que esta vez habían decidido votar a Vox. Me pareció sorprendente, pero después recordé algunos tuits airados en Twitter que defendían reventarlo todo para convertir el gobierno de España en un bastión de los partidarios del 155 duro. El escenario del caos es el preferido de un independentismo radical, que a menudo no lleva a ninguna parte. Lo acaba de constatar la CUP, que ha quedado fuera del Congreso de los Diputados. Al final, tanto los cuperos como Esquerra han hecho el mismo discurso que el PSC, con la agravante que arrastraban el lastre de ser los “culpables” de la decepción del votante independentista más puro. Este era el razonamiento de otro de los comensales con quien compartí mesa el día de reflexión. A pesar de confesarse independentista y confesar que había votado a ERC durante años, ahora había decidido votar por el PSC. Ante la “traición” de los republicanos, había que parar a la derecha en España, sin otra consideración, como por ejemplo que el PSOE hubiera sido el cómplice necesario para aplicar el 155 en Catalunya en 2017. Los electores son bastante imprevisibles y estaría bien que los partidos independentistas hicieran una reflexión conjunta, aunque les cueste, sobre el estado del movimiento independentista. Si no lo hacen y se refugian en el partidismo, les costará remontar la situación. Los entornos intelectuales de los partidos tendrían que contribuir a fomentar este diálogo, digamos, interno.

Una investidura de Pedro Sánchez a bajo precio arrastraría a Junts hacia abajo, porque el elector independentista castigaría a los de Puigdemont con la misma severidad que lo ha hecho con Esquerra

El PP ha ganado las elecciones, con un margen muy estrecho. A Núñez Feijóo no le será fácil formar gobierno. La suma de escaños del PP con Vox no es suficiente para decantar la balanza. También es verdad que la alternativa tampoco suma y da a Junts un protagonismo que no tenía en la pasada legislatura. Los de Puigdemont se pueden encontrar con el dilema que en 2015 tuvo que resolver el PDeCAT en relación con la moción de censura a Mariano Rajoy. Si Junts es coherente con lo que ha prometido en estas elecciones, el precio para investir a Pedro Sánchez será tan alto que puede provocar que haya que repetir estas elecciones. Sería coherente y vayan ustedes a saber si sostener esta posición no le daría un mayor rédito electoral. Esquerra puede alegrarse de haber superado a Junts en esta competición fratricida que solo satisface a los militantes y causa rechazo entre los electores. Junts es ahora el partido-alfa del independentismo en Madrid y tiene que saber gestionar esta oportunidad. Los diputados de Esquerra se aburrirán en Madrid, porque ellos mismos son los responsables de haber perdido tantos votos. En Catalunya, el verbo dimitir no se conjuga jamás. En eso somos muy españoles.

Junts puede tener la clave para parar el fascismo en España, cosa que le da un protagonismo que relativiza la victoria del PSC y Sumar en Catalunya. Puigdemont se tendría que despertar de la somnolencia que ha dormido a Junts. Su papel será fundamental para desactivar las previsibles disputas internas entre los turullistas y los lauristas. Hay gente que, cuando tiene un motivo para alegrarse, enseguida se esfuerza por encontrar la manera de destruirse. Los de Junts tienen la posibilidad de recuperarse de una etapa de tribulaciones que les han minado como alternativa, porque la carencia de cohesión, lealtad e iniciativa les han abocado a la marginalidad. La coalición PP-Vox es el 155 duro, la coalición PSOE-Sumar es el 155 light, que pacta con el PP para arrebatar la alcaldía de Barcelona al independentismo. Desde Catalunya hay que tener muy claro que el catalanismo clásico, aquel que quería cambiar España e influir en ella, murió en 2017 y el independentismo tiene que actuar de una manera muy diferente, aunque eso comporte perder el favor de sectores que nacionalmente son siempre volátiles. Hay que saber ser independentistas y pragmáticos a la vez, pero lo importante es el sustantivo: querer separarse de un estado que pretende reducir Catalunya a una comunidad autónoma cada vez más empobrecida y nacionalmente débil. Hay partido, hay que aprovechar la oportunidad de negociar una abstención que tenga un precio que no sea a “cambio de nada”. Una investidura de Pedro Sánchez a bajo precio arrastraría a Junts hacia abajo, porque el elector independentista castigaría a los de Puigdemont con la misma severidad que lo ha hecho con Esquerra. Es la hora de la política con principios.