“Al setembre comença l’escola i també la xerinola” (‘En septiembre empieza la escuela y también la juerga’), dice el refranero popular catalán, y la expresión es acertada si pensamos en términos políticos, porque habrá mucha juerga en este regreso del curso político. Es cierto que los grandes sustos se producirán en Madrid, donde el Gobierno estará sometido a probables cataclismos cósmicos, ya sea por nuevas grabaciones de las cloacas, por rupturas parlamentarias, por sacudidas judiciales o por todo a la vez. El agujero negro que podría engullirlo se forma bien cerca.
Pero más allá de lo que suceda en España, el otoño catalán también anuncia ruido político y diversión mediática, por mucho que Salvador Illa se esfuerce en vender el falso relato de la “normalidad”. ¿Qué normalidad es esa, cuando dos de los partidos más importantes del país tienen a sus líderes en situación de represión? Puigdemont en el exilio y Junqueras inhabilitado, y ambos imposibilitados para realizar un ejercicio político completo. Illa no es el cirujano que recose heridas y trae la paz social, tal como se vende, sino un oportunista que se ha aprovechado de la represión colectiva para conseguir el máximo poder del país. Conviene recordarlo cada vez que repita la letanía de la “pacificación” de Catalunya. Es una pacificación asentada en la represión y por debajo, como diría el poeta, se oye un murmullo…
Illa deberá intentar conseguir unos presupuestos que solo pueden pasar por hacer todo tipo de concesiones a Comuns y por la obligada aquiescencia de los 20 diputados de ERC
Más allá, pues, de las palabras gloriosas que Illa repite con bíblica persistencia, lo cierto es que le espera un otoño complicado, si no se cambian las tornas de forma drástica. En primer lugar, deberá intentar conseguir unos presupuestos que solo pueden pasar por hacer todo tipo de concesiones a Comuns —cada vez más asentados en el trono del poder— y por la obligada aquiescencia de los 20 diputados de ERC. Pero el acuerdo con ERC obligará a los republicanos a tragarse algunos sapos más, de los muchos que ya se han tragado desde la investidura. ¿Está Junqueras dispuesto a aprobar los presupuestos de Illa, pese a quedar claro que la financiación singular es un globo inflado sin más recorrido? Es decir, ¿está dispuesto a sellar un nuevo acuerdo gratis et amore, como los que ha hecho hasta ahora? De momento, esa ha sido la tónica, con un partido republicano más preocupado por mantener cuotas de poder con los socialistas —diputaciones mediante— que por el desgaste electoral que los representa. Pero las críticas internas aumentan, la situación volátil en Madrid complica los escenarios y Junqueras ya ha quedado demasiado en evidencia. No es impensable, en este sentido, que la posición de ERC se endurezca en las negociaciones presupuestarias, sobre todo porque les preocupa que el único partido que quede como oposición a los socialistas sea Junts. Es cierto que Sánchez lo tiene mucho más difícil y que la probabilidad de gobernar por tercera vez sin presupuestos es altísima, pero tampoco lo tiene fácil Illa.
Más allá del ruido que provocará el tema presupuestario, Illa deberá enfrentarse a la grave situación de Rodalies, cuyo caos ha llegado a la pura indecencia. Ahí el líder socialista no tiene escape posible: la indignación de los 400.000 usuarios diarios es máxima, el desorden es estratosférico y la indiferencia del Gobierno es insultante. Solo falta el ilustre ministro Puente asegurando que las cosas van por buen camino. Si le añadimos que es la falta de inversión del Estado —con el PSOE gobernando durante décadas— lo que ha llevado a la situación actual, no parece que Illa pueda hacer una de sus maniobras de distracción ante el problema. Su partido y él mismo son responsables directos de la falta de inversiones que nos ha conducido a esta situación.
Y con los presupuestos y Rodalies, dos bombas de tiempo que explotarán en los próximos meses. La primera, la sentencia del catalán en la escuela del TC, que, si se cumplen los malos presagios, será un golpe mortal para la inmersión lingüística. Y todo ello sucederá en un momento en que el catalán atraviesa una grave emergencia lingüística. Difícilmente Illa podrá nadar sin mojarse en aguas que se presagian turbulentas.
Y, por último, los próximos meses deben ser los del regreso del presidente Puigdemont, si se cumplen las previsiones de Junts. Es evidente que el Supremo pondrá muy difíciles las cosas, como ha hecho hasta ahora, pero también es cierto que está a punto de agotar los límites de su intervencionismo. En cualquier caso, si Puigdemont regresa físicamente a Catalunya, el impacto en la política catalana será notable y marcará un punto de inflexión: se acabará este baño maría insípido y desmovilizador al que Illa ha sometido al país.
Septiembre, pues, será un mes políticamente intenso en Catalunya, si no pasa nada en el gobierno español. Pero si el terremoto que se anuncia tiene su epicentro en Madrid, las ondas sísmicas sacudirán el poder catalán. Con Sánchez en el poder, Illa irá tirando de la cuerda. Si Sánchez cae, el escenario de Illa se complica, sobre todo porque se complica el escenario para ERC, que es el aliado imprescindible. Lo dice nuevamente el refranero: “En septiembre, truenos”, y en el mapa de la política se avecinan fuertes tormentas.