La reedición del libro Des dels turons a l'altra banda del riu, escrito por un joven Jordi Pujol en los dos años y ocho meses que pasó en la prisión de Zaragoza por su lucha antifranquista, presentado este miércoles en la librería Ona de Barcelona, ha permitido al pujolismo completar un lento y traumático camino de reparación de quien sigue siendo a estas alturas el indiscutible prohombre del catalanismo y el principal constructor de la Catalunya moderna. A sus 92 años —llegará a los 93 el próximo 9 de junio— y cuando aún no se han cumplido cinco meses de su intervención en el Hospital de Sant Pau como consecuencia de un ictus, que hizo temer por su vida y que le ha dejado secuelas, Jordi Pujol ha reaparecido a lo grande y en medio de un acto, el primero, convocado por él mismo desde su viaje a las tinieblas iniciado el 25 de julio de 2014 con la confesión de que había escondido la famosa deixa del avi Florenci.

Pujol no ha escatimado esfuerzos durante estos años para llegar a un acto público como el de la presentación de este libro, que supone la rehabilitación entre los suyos y marcará el inicio del perdón en muchos sectores de la sociedad catalana. Atrás quedan todos aquellos años en que asistió a numerosos actos desde una discreta fila de la platea en un intento de pasar lo más desapercibido posible. También el acto más o menos coral que convocó hace un año la entonces consellera Victòria Alsina en el paraninfo de la Universitat de Barcelona con los expresidents de la Generalitat para hablar de Europa, y en el que participaron además de Pujol, José Montilla, Artur Mas, Carles Puigdemont y Quim Torra, y que ya supuso un importante punto de inflexión en su alejamiento de los focos.

Esta semana parece haber querido poner una marcha más en su retorno a la vida civil, como si el tiempo si fuera importante y aún quisiera hacer y decir unas cuantas cosas. El lunes en la primera fila del Auditori para avalar la candidatura de Xavier Trias a la alcaldía de Barcelona, mandando un mensaje a todos los dispersos grupos de la diáspora de la antigua Convergència de que se dejen de tonterías y remen en la misma dirección. No hay otro camino si un partido pretende ser hegemónico y gobernar el país. El martes volvió al Palau para dar el último adiós al escritor y periodista Josep Maria Espinàs, tres años mayor que él. Y, este miércoles, para dejar dos mensajes claramente diferentes: uno del político, el país está vivo, y otro de la persona, yo me he fallado. El Pujol de la esperanza frente al Pujol arrepentido.

De hecho, la reedición del libro escogido no es casualidad. Tampoco que haya mantenido el subtítulo de aquella primera edición, Entre l'acció i l'esperança. El Pujol de los escritos de la prisión y de su confianza en el país, verbalizada en su declaración de que el país está vivo y reivindicando su legado. Capaz de levantar aplausos espontáneos y con un dominio del escenario que no ha perdido, intentando recuperar la mejor versión posible a los 93 años y después de no pocos contratiempos. La asistencia de hasta una decena de consellers de gobiernos de Convergència, PDeCAT o Junts, con el president Mas al frente, no es más que otro ejemplo de la absolución. También la asistencia de dos consellers del actual Govern de Esquerra con carnet de independientes, como Joaquim Nadal, ex PSC, y Carles Campuzano, ex CDC.

Porque, con aciertos y errores, aquellos gobiernos construyeron un país, moldearon una identidad y su política era seria y con una mirada de altura. Nada que ver con una Catalunya donde la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, es capaz de un acto tan estrafalario e incomprensible como la ruptura del hermanamiento de la ciudad con Tel Aviv por razones exclusivamente electorales y sectarias, saltándose el pleno del Ayuntamiento. Gobernantes como Jordi Pujol no es extraño que se hagan gigantes.