pactismo màgic

1. Ayer fue domingo 6 de diciembre. Si fuéramos un estado independiente habríamos celebrado 88.º aniversario de la inauguración del primer Parlamento catalán contemporáneo, en 1932, presidido por el MH Sr. Lluís Companys. Durante la República, la jornada fue fiesta administrativa en Cataluña. Pero como que vivimos bajo el régimen del 78, los independentistas difundimos el hashtag #resacelebrar, refiriéndonos a la Constitución española, para manifestar el rechazo a la opresión. Si el catalanismo político posfranquista no se hubiera abonado, también, a la desmemoria, ahora los catalanes celebraríamos un hecho, un acontecimiento histórico positivo, en vez de regodearnos siempre con las derrotas.

2. El MHP Carles Puigdemont publicó ayer un largo artículo en el que reflexionaba, entre otros asuntos, sobre la tradición. O, mejor dicho, sobre la incapacidad del catalanismo contemporáneo de legitimarse sobre la tradición política anterior, independientemente de la ideología que tuvieran los predecesores. Ponía como ejemplo el menosprecio al legado de Jordi Pujol y Pasqual Maragall. El presidente ve en ello un síntoma de debilidad, en especial ante la tendencia contraria que se puede ver en la política española: “En lo relativo a Catalunya, las líneas rojas que el interlocutor español tiene bien presentes no son las que fija su programa de gobierno, ni tampoco el marco ideológico de su formación política —habitualmente más generoso que el programa electoral—, sino las que han marcado todos los predecesores que han tenido la responsabilidad de tratarlo.” Tradición y poder son, pues, el cimiento de la patria. Sin poder, ni obediencia, ni tradición, la patria es una apelación romántica.

3. A pesar de que lo más llamativo del artículo sea la crítica al pactismo mágico, en una clara referencia a la última maniobra de ERC ante la aprobación de los presupuestos del gobierno del PSOE-UP, el artículo de Puigdemont es una reflexión sobre el poder y la incapacidad del catalanismo y, ahora, del independentismo de actuar con sentido de estado. La política del peix al cove sirvió para construir la autonomía, aunque fuera sobre unos cimientos inestables, coyunturales y, como se ha constatado, débiles, pero hoy en día es una vía sin salida para llegar a la independencia. El poder del estado español, el que defiende la unidad con ruido de sables, con la judicatura politizada o con unos presupuestos teñidos de centralismo, lo impedirá por imperativo patriótico. Sin anunciarlo con estas palabras, para Puigdemont la revuelta —la confrontación, expresado a su manera— es lo único que puede doblegar la resistencia del Estado. O cuando menos hacerlo entrar en contradicción con los estándares democráticos.

4. El pactismo mágico de hoy es hijo del independentismo mágico de años atrás, de cuando Carme Forcadell tenía prisa y reclamaba —exigía, más bien— a Mas que pusiera las urnas y Gabriel Rufián señalaba a traidores con su conocida metáfora de las 155 monedas de plata. Entonces los que tenían prisa acusaban a los pactistas (a los que preferíamos convocar elecciones a intentar una proclamación fallida de la República catalana) de ser la reencarnación de Judas. Hoy esta misma gente acusa a Puigdemont y a sus aliados de encarnar la megalomanía de Calígula, el emperador romano asesinado por una conspiración del statu quo romano. Puigdemont opone la necesidad de “consolidar victorias como las del 1 de octubre” al luto que la candidata de ERC, Laura Vilagrà, dice que debemos superar refiriéndose a la más gran manifestación de desobediencia civil de los últimos cien años en Cataluña. Victoria contra luto, este es el núcleo de las múltiples discrepancias que separan a ERC de Junts. En todas las relaciones de poder, afirmaba Michel Foucault, la resistencia es una forma de oponerse a la dominación.

5. El exceso de coyunturalismo acaba con la estrategia. Si algo hay que aprender del pasado, como reclama el presidente Puigdemont, es la diferencia entre táctica y estrategia. Entre los dirigentes y los compañeros de viaje de ERC se ha puesto de moda, con una rotundidad suicida, una consigna desmovilizadora, que es más perniciosa que la represión: “no quiero la independencia...” si no somos más o si eso hipoteca el presente. Ningún dirigente independentista del mundo se expresaría así. Nicola Sturgeon se manifiesta precisamente en un sentido contrario. Que el estado y sus poderes hayan podido contener al movimiento independentista, con la ayuda inestimable de la pandemia, no debería llevar a pensar que el pactismo mágico es “un atajo para hacer más transitable e indolora la consecución efectiva de la independencia”. El atajo es que te prometan inversiones que no se cumplirán jamás o que un socialista listo te ofrezca una Commonwealth mediterránea explícitamente prohibida por la Constitución española o que un periodista que se ha pasado la vida hablando con la cabeza de un toro en Madrid —y a quien no ha votado nadie— te quiera ridiculizar en Twitter por la publicación de un artículo en el periódico del que él es subdirector. Los independentistas escoceses reclaman un nuevo referéndum porque la independencia es la única manera de defender el bienestar y mejorar el presente y no porque sean radicales.

6. Cuando yo era secretario de Josep Benet, el desaparecido senador me contó que uno de los errores de los políticos catalanes al pactar el Estatuto había sido encarar la negociación con una hoja de papel en blanco en la mano, mientras que al otro lado de la mesa el poder español contaba con el apoyo y el asesoramiento jurídico de los altos cargos del Estado. Todos ellos salidos del franquismo y entonces al servicio del nuevo poder constitucional. El resultado ya lo sabemos, a pesar del consenso que en 1979 había entre los partidos autonomistas catalanes. Por lo tanto, no es la falta de unidad o la rivalidad suicida entre los partidos independentistas —obsesionados en hacerse daño a la primera ocasión—, sino la incapacidad de entender qué es el poder y hasta qué punto saberlo aprovechar beneficia la estrategia que tú quieres imponer. El miedo a perder es natural, pero actuar en política dominados por el miedo, que es el que yo pude constatar entre los altos cargos de la Generalitat —fueran del partido que fueran— solo te lleva a la derrota y a justificar lo injustificable. El Estado entró hasta la cocina de la Generalitat por falta de resistencia.

7. Debemos celebrar que el presidente Carles Puigdemont se haya decidido a hablar y ofrecer su opinión sobre lo que está pasando. Si algo hay que reprochar a los dirigentes del 1-O no es, precisamente, que sean inexpertos, sino su silencio y la carencia de liderazgo ajetreados como están para encontrar una solución personal ante la represión. Hoy ya sabemos, como acabamos de constatar nuevamente, que la solución solo será política, lo que no significa necesariamente que sea pactada y rápida. El PSOE engaña más que el PSC de Miquel Iceta, que se posiciona sin tapujos por mantener el castigo a los insurrectos que desafiaron al estado. Sin unos dirigentes independentistas que guíen la confrontación que predican con ideas y organización, quizás sí que el Estado conseguirá reducir el independentismo a la marginalidad. “Ni la supervivencia de un gobierno de izquierdas en España ni la lucha contra la extrema derecha justifican ningún aplazamiento estratégico”. Esa puede ser la estrategia de EH Bildu, el partido arruinado por no haber asumido mucho antes que debía distanciarse de ETA y que ahora ha descubierto que Ernest Lluch tenía razón cuando los interpelaba. Los independentistas catalanes tienen un capital humano —una fuerza electoral— que no se puede dejar perder con políticas estériles. Las izquierdas y las derechas españolas —la normal y la extrema— nos quieren derrotados. Su fortaleza es el estado y no un gobierno en concreto.