El primer día de junio de 2018, se llevó a cabo la moción de censura contra Mariano Rajoy. Fue la primera, y de momento la única, que ha prosperado nunca en España desde el fin de la dictadura. Solo unos días antes, se había hecho pública la sentencia de la Audiencia Nacional relativa al "caso Gürtel", que certificaba la corrupción estructural del PP desde su fundación en torno a una estructura paralela y secreta de financiación del partido. La guinda había sido la declaración del propio Rajoy durante el juicio en calidad de testigo, que la propia sentencia dejó claro que no había sido fiable ni creíble. Es decir; todo un presidente del gobierno español habría mentido en un juicio, en el que los testigos tienen la obligación de decir toda la verdad. La votación que desalojó a Rajoy de la Moncloa e invistió a Pedro Sánchez aglutinó a todos los partidos que, siete años después, conforman la llamada mayoría de la investidura del líder socialista, es decir, toda la izquierda española y todos los partidos nacionalistas, a excepción del único diputado de UPN.
Confieso que nunca fui ningún entusiasta de aquella moción de censura, y no por ninguna simpatía hacia Mariano Rajoy ni hacia su partido. Mis recelos tenían su origen en dos factores: la motivación de la moción de censura y las perspectivas de futuro en relación con lo que a mí me interesa, que es Catalunya. Para empezar, la mayoría que eligió a Pedro Sánchez en la moción de censura ya existía previamente. Si Rajoy había sido investido en 2016 fue porque 68 diputados del PSOE se abstuvieron para facilitarle el acceso a la Moncloa. Por lo tanto, dos años después, la moción de censura fue un gesto reactivo, emocional, ante la sentencia del “caso Gürtel”. Fue una mezcla de euforia y de histeria, con altas dosis de voluntad de revancha entre los catalanes por la aplicación del artículo 155 por parte de Rajoy. Fue una moción visceral, impulsada también por la voluntad de algunos personajes de creerse estadistas. Pero cuando el confeti y la purpurina cayeron al suelo, ya se vio que no había ningún programa político detrás, ninguna intención estratégica, ninguna hoja de ruta. El objetivo de la moción era echar a Rajoy a cualquier precio, no investir a un presidente nuevo. No existía ningún plan para Catalunya, más allá de la retórica y el tono más amable del socialismo español.
Creo que si el propio Sánchez quiere llegar hasta 2027, hay que exigirle nuevas condiciones, porque la situación ha cambiado
A principios del siglo XIX, el patriota irlandés Daniel O'Connell dijo una frase que hizo fortuna: “la dificultad de Inglaterra es la oportunidad de Irlanda”. Esta idea se convirtió en nuclear en la estrategia republicana irlandesa, y por eso, por ejemplo, el Alzamiento de Pascua de 1916 se llevó a cabo en plena Primera Guerra Mundial, cuando el Reino Unido estaba enfangado hasta las rodillas en las trincheras de toda Europa. Lo vemos también ahora con el Brexit, cuando hay ruido en las fronteras de Irlanda del Norte en relación con el libre paso de personas y mercancías. De esta idea, los catalanes podríamos sacar alguna lección. Porque, en general, siempre hemos actuado al revés. Podríamos decir, incluso, que nuestro lema ha sido "la fragilidad de España es la debilidad de Catalunya". El caso más evidente es la guerra civil española, cuando los catalanes nos hicimos matar en una guerra entre nacionalistas españoles en vez de aprovechar el conflicto para largarnos o para fortificarnos en Catalunya. Siempre hacemos lo mismo y, por lo tanto, siempre obtenemos los mismos resultados. De algún modo, habría que recuperar aquella exclamación de Francesc Cambó en el Teatre Bosc, en noviembre de 1918: "¿Monarquía? ¿República? ¡Catalunya!".
Por eso no es buena idea especular ahora con ninguna moción de censura contra Pedro Sánchez, que, por otro lado, supondría el acceso al gobierno de una coalición ultra entre el PP y Vox. Pero tampoco creo que convenga, simplemente, dejar caer al gobierno del PSOE y provocar el adelanto de las elecciones, que también llevarían a un gobierno de PP y Vox. A lo sumo, podría forzarse una cuestión de confianza para que Pedro Sánchez revalidara su apoyo. Pero creo que si el propio presidente quiere llegar hasta 2027, hay que exigirle nuevas condiciones, porque la situación ha cambiado: el gobierno español es más débil que nunca, su negociador ha tenido que dimitir, la confrontación en España es insoportable y la imagen internacional de la política española es digna de una república bananera. La debilidad del gobierno español es causada por el propio PSOE y por el desbarajuste de Sumar, no por culpa de los socios externos. Por lo tanto, es necesario que vascos, gallegos y sobre todo catalanes le suban el precio. Pedro Sánchez tiene el agua al cuello y solo los nacionalistas "periféricos" pueden salvarlo. Para acercarle el bastón se necesitan nuevas condiciones. No hay que apoyarle solo para detener al PP; hay que hacerle ver que su debilidad es extrema, existencial. Hace tiempo que los británicos dejaron escrito que en política no hay amigos ni enemigos, sino intereses. Es esta otra buena lección: ¿cuál es el interés de Catalunya? Una cosa es obvia: el interés de Catalunya no es ni el PSOE ni el PP.