El acuerdo de paz que se está implementando en Gaza es una puerta abierta a la esperanza para acabar con la pesadilla de la guerra que fue iniciada por los ataques brutales y despiadados de Hamás del 7 de octubre de 2023. Es un acuerdo todavía débil que tiene una gran virtud: no satisface del todo a nadie, pero estos son los buenos acuerdos. Los sectores más reaccionarios del gobierno israelí (los que quisieran desplazar a toda la población de Gaza) y los sectores más fanáticos palestinos (que quisieran la guerra perpetua para eliminar a toda la población israelí) son los perdedores del nuevo escenario. Sin embargo, y a pesar de las palabras bienintencionadas de todos y los aspavientos de los ultras israelíes, este acuerdo es una clara victoria israelí, puesto que se alcanzan los objetivos marcados al inicio del conflicto: eliminación de Hamás, retorno de los rehenes y conversión de Gaza en un territorio que deje de ser una amenaza para Israel. Estos tres objetivos forman parte de los veinte puntos del plan de paz y constituyen el núcleo del acuerdo. El bonus track para el gobierno israelí es que la Franja será gobernada inicialmente por un ente bajo control internacional y la seguridad será implementada por una fuerza multilateral. Si todo va bien, pues, la Franja dejará de ser un frente de guerra permanente contra Israel. Cabe recordar que Hamás y otros grupos terroristas han disparado unos 28.500 cohetes contra la población civil israelí entre 2015 y 2025, que afortunadamente han causado pocas víctimas gracias al sistema defensivo de la Cúpula de Hierro.

Hagamos un poco de memoria. En noviembre de 1947, las Naciones Unidas aprobaron la resolución 181, que establecía la partición del Mandato británico de Palestina en dos estados independientes. La resolución se aprobó en la Asamblea General, con 33 votos favorables, 13 en contra y 10 abstenciones. El plan establecía un Estado judío con unas 900.000 personas, un 45% de las cuales eran árabes. El Estado palestino, en cambio, acogía a unas 730.000 personas, pero los árabes eran el 99%. La zona de Jerusalén quedaba bajo control internacional y tenía unos 200.000 habitantes, de los cuales la mitad eran judíos y la otra mitad árabes. Con estas cifras, y teniendo en cuenta el índice de natalidad de cada grupo, si todas las partes hubieran aceptado esta partición, hoy los árabes serían mayoría absoluta también en el Estado judío. Pero las cosas no fueron así. Como es sabido, los judíos aceptaron y celebraron este acuerdo, pero los árabes lo rechazaron y en mayo de 1948, cuando los israelíes proclamaron su independencia, los ejércitos de siete países árabes, junto a milicias palestinas, atacaron las localidades judías. El resultado lo conoce todo el mundo: Israel vivió su primera guerra existencial de supervivencia y la ganó, contra todo pronóstico.

Este acuerdo es una clara victoria israelí, puesto que se alcanzan los objetivos marcados al inicio del conflicto

Aquella guerra bautismal del Estado hebreo vino seguida por una serie de nuevas guerras, todas y cada una de las cuales tuvo a Israel como vencedor. Israel no podía permitirse el lujo de perder ninguna, porque ya no existiría. En cambio, todos los países árabes fueron derrotados, pero ninguno de ellos desapareció. Como decía Golda Meir: "Nosotros tenemos una arma secreta en nuestra guerra contra los árabes; no tenemos alternativa. […] El único lugar al que podíamos huir está en el mar, y antes de hacerlo hemos decidido luchar." Cada vez que alguien menciona el acuerdo de partición de 1947, salen los de siempre diciendo que no debemos mirar tan atrás y debemos focalizarnos en los hechos actuales, como si toda la cadena de acontecimientos históricos no hubieran desatado la situación actual o como si los hechos de hoy se pudieran analizar desconectados de la secuencia. Pero esto no es posible, del mismo modo que no se puede entender la situación catalana actual sin remontarnos necesariamente a la derrota de 1714 o a la dictadura franquista. Si somos objetivos, los israelíes han incumplido muchas resoluciones de la ONU, pero los palestinos también han incumplido muchas otras. Por eso a algunos solo les interesan algunas resoluciones, y no todas.

El futuro del plan de paz se pondrá en tensión cuando llegue el día de abordar la cuestión del Estado palestino. Es el elefante en la habitación. Ahora mismo, este ente vive una paradoja: es reconocido por la mayoría de Estados del mundo, pero no tiene una existencia física ni control alguno del territorio. La Autoridad Nacional Palestina es una administración ineficiente, no representativa y corrupta. Además, las últimas elecciones al Parlamento palestino se celebraron en 2006. A Palestina le ocurre justo lo contrario que a Taiwán o Somalilandia, que no son reconocidas por casi nadie, pero tienen el control efectivo del territorio y estructuras de Estado funcionales. Seguramente un día se encontrará alguna fórmula para hacer efectivo el Estado palestino, siempre y cuando los propios palestinos dejen de dispararse tiros al pie y abracen el pragmatismo. Será el día en el que antepongan la vida de sus hijos a la muerte de los hijos de los israelíes. Pero será un Estado débil, desconectado internamente y con dificultades de continuidad territorial. Será un Estado mucho más pequeño y mucho menos viable que el Estado que la ONU les ofrecía en 1947 y que rechazaron. Los pueblos, con demasiada frecuencia, son víctimas de sus propios líderes. Y las decisiones que toman estos líderes pueden llevar a estos pueblos a la libertad o a la desaparición.