Hace semanas, en una marquesina de autobús, vi un inmenso cartel publicitario de la editorial Anagrama promocionando la gira de presentaciones en España de la novelista Mariana Enríquez. Más que el tour de una escritora, sin embargo, por el diseño parecía el cartel de un grupo de música famoso cuando hace una gira por el sur de Europa. "Barcelona, dos solas fechas" decía el letrero con la cara de la escritora argentina como si fuera Taylor Swift. Pensé que aquel anuncio era un ejercicio de altísima flipamenta, pero unos días después, comprando judías y espárragos en el mercado de Vilafranca, me di cuenta de que yo también era uno flipado cuando un conocido me saludó y me dijo que me veía 'a tope' con la promo del libro que acabo de publicar, L'aire de les coses (Ara Llibres, 2024). Hacer muchas presentaciones no es sinónimo de tener muchos lectores, le respondí quitando hierro al asunto, pero él, mientras escogía unas berenjenas tocándolas como un masajista haciendo friegas en el muslo, me dijo que no paraba de ver stories de Instagram con los carteles de mis presentaciones en cada pueblo y que, más que un escritor, estaba hecho un rockstar. Todo es mentira, le dije, sin embargo.

Si en Osona hay más cerdos que personas, seguramente en Catalunya empiece a haber más presentaciones de libros que lectores dispuestos a asistir a ellas.

Comenté la anécdota con Miquel Bonet en Reus, el lunes, dado que el insigne autor de El dia de l’escórpora (La segona perifèria, 2024) accedió a presentar mi fato a la capital espiritual de los Països Catalans. Era mi cuarta presentación en cinco días y tal como me había presagiado el cielo al llegar a la ciudad, a media tarde, en la sala noble del Centre de Lectura había una veintena de personas como mucho, quizás por eso empezamos la conversación preguntándonos si las presentaciones, hoy en día, tienen algún sentido. Le expliqué que una hora antes, al salir del parking municipal ante el teatro Fortuny, me había parecido percibir en el color del cielo un polvo sahariano digno de la capital sudista en la cual me encontraba y había tenido un mal presagio. La luz no era de color de miel, ni siquiera de color d’olor de poma, como escribió Gabriel Ferrater: era de color de olor de presentación con cuatro gatos, como una plaga bíblica. Plantado en medio de la plaza, pues, había temido que aquella tarde de lunes el combate sería más duro que nunca y me había encomendado al general Prim, que por culpa de las partículas en suspensión estaba embadurnado como un lomo rebozado. Pasara lo que pasara, me dije, orgullo y honor.

En realidad, ser un escritor desconocido en Catalunya y carretear tu libro por el país va de eso. Es empezar la gira creyendo que las presentaciones literarias son un paseo militar triunfal y darte cuenta de que más bien son una emboscada, pero a la inversa: en vez de aparecer público de manera inesperada, más bien es la ausencia de público la que te acaba derrotando. Si alguna cosa me ha quedado clara en estos últimos dos meses es que un autor desconocido y pringado como yo tiene el mismo interés para el público que un ficus, pero también que si en Osona hay más cerdos que personas, seguramente en Catalunya empiece a haber más presentaciones de libros que lectores dispuestos a asistir a ellas. Darse cuenta de ello hace daño, pero ya que publicar un título es un ejercicio de egocentrismo intelectual, también está bien que hacer presentaciones y tener menos éxito que Marta Pascal cuando se cortó el pelo sirva, como mínimo, para desinflarte el ego de golpe y hacerte tocar de pies en el suelo.

¿Vale la pena conducir doscientos kilómetros un jueves por la tarde para hablar delante de cinco personas? ¿Es necesario ocupar el 70% de los metros cuadrados de una librería, en horario comercial, para hacer una presentación en la que solo han venido dos amigos, los familiares y amigos de la persona que presenta el acto y, si me apuras, tres despistados que no tenían donde caerse muertos? Y sobre todo, si absolutamente todo el mundo coincide en que la burbuja de las presentaciones es un falso boom con más oferta que demanda, ¿por qué algunos seguimos insistiendo en ir por el mundo dando la chapa sobre aquello que hemos escrito ante menos personas que en una pachanga de fútbol sala? La respuesta es sencilla: porque pasear un libro es la única manera, más allá de la prescripción de los libreros y del dificilísimo boca-oreja de los lectores, de alargar la vida de un título dentro de este sistema literario catalán en que la promoción convencional de una novedad editorial tiene una vida pública de una semana. Alguna entrevista en un par de periódicos, una ruta breve por algunas radios y, en el mejor de los casos, una conversación con Graset en el 3/24. Después, asumir el silencio provocado por el alud de novedades de la semana siguiente, que a su vez quedará sepultada por una nueva avalancha una semana más tarde.

El mundo del libro es como un iceberg en el cual solo se ve un 20% de lo que existe, y la única manera de aparecer a la superficie es yendo de pueblo en pueblo vendiendo aquello que has escrito

Contra esta inercia solo hay dos opciones: asumir que el mundo del libro es como un iceberg en el cual solo se ve un 20% de lo que existe o, de lo contrario, y a pesar de la dureza del combate, no rendirse y seguir moviendo el libro, ni que se te quede cara de Forrest Gump corriendo por el mundo. Yo soy de los segundos, por eso esta última semana he tenido el honor de hacer presentaciones en Badalona, Vic, Roses y Reus. Contando las que desde el 9 de febrero he ido celebrando por varios rincones de la catalana tierra, hoy por hoy sumo ya un total de trece en este cuaderno de bitácora particular que no se llama A peu per les llibreries de Catalunya, que es como lo habría querido titular Espinàs, sino más bien Con un Nissan Qashqai de pueblo en pueblo y crucemos los dedos a ver si somos más de ocho personas. Señalar la absurdidad de la situación es necesario; criticarlo, opcional. No todo el mundo es Xavi Coral, no todo el mundo hace sold out en el CCCB como Pol Guasch y no todo el mundo tiene el don comunicativo de Maria Nicolau, por lo tanto, al lado de estas estrellas del rock que sí que llenan librerías y salones de actos, creo que el resto nos tenemos que tomar la promoción como un ejercicio de amor al arte y de match tinderiano con los pocos lectores que tengamos en cada lugar, siempre que las librerías y bibliotecas hagan buena difusión por los canales internos de su comunidad. Y que las editoriales paguen el kilometraje y la cena, claro.

Quizás no diría eso si me dedicara profesionalmente a la literatura, claro está, pero como de momento no tengo esta suerte, intento trampear la plaga de presentaciones que asola el país con deportividad y dándome cuenta de que explicar aquello que has escrito, abrir debate sobre los temas del libro, levantar carcajadas entre el personal o conversar con los lectores es, realmente, una joya incomparable a nada más, sean tres, quince o cien las personas que asisten al acto. Espinàs decía que no escribía por vanidad, sino para compartir su mundo con los lectores, por lo tanto, yo presento libros con la misma intención. Además, como gracias a él he generado una técnica para hablar con los muertos como si estuvieran vivos, el lunes, en Reus, de vuelta hacia el parking volví a levantar la vista hacia el rostro del general Prim y él, ya más rebozado que unos muslitos del KFC, me vio alegre y me dijo que el honor es no protestar después de pinchar en una presentación. Pero, sobre todo, me recordó que ser escritor en Catalunya y decidir hacer presentaciones es un acto de fe tan grande como creer en las plagas de la Biblia, y que quien no lo vea así y se decepcione, no olvide que, con polvo o sin polvo sahariano de por el medio, qui no vulgui pols més val que no vagi a l’era.