Vaya de antemano que no soy cazador. Mantengo una relación con los animales de respeto y simpatía. Incluso tuve un perro pequeño y cariñoso cuando uno de mis hijos me convenció para hacerlo. Me dan miedo las serpientes, las arañas, los osos y los tiburones. Sobre todo porque me pueden matar. Debe ser ancestral. También me dan asco las palomas y las ratas. Son unas plagas. Un poco como los mosquitos, a quienes extermino si es necesario a golpes de almohada cuando en las noches de verano se vuelven intratables. No soy animalista, pero lo de los toros me parece una crueldad. Con estos comportamientos debo formar parte del club de los hombres y mujeres normales. Y con la autoridad de ser un vulgar representante de la raza humana, puedo pedir que se acabe de una vez por todas con la plaga de los jabalíes. Quizás sea por la influencia de Obélix, el exterminador de jabalíes por excelencia, pero acabar con los jabalíes no me parece una crueldad. Es, a estas alturas, una necesidad.

Los barceloneses de los barrios cercanos a la ronda de Dalt hemos convivido con los jabalíes de Collserola desde que se puso de moda salir a correr y a pasear por la carretera de las Aigües. El fenómeno nos parecía curioso. Pequeños cerditos con madres cerditas de piel oscura corrían cerca de las casas, incluso por la carretera. Algunos llegaban, sin miedo, a pasear por el barrio. También hemos visto carteles que pedían que no se diera de comer a los jabalíes. Pretendían culpabilizar —quizás injustificadamente— a los vecinos de su presencia. Ahora resulta que la plaga ha demostrado que era mucho más peligrosa de lo que parecía. La industria de la cría de cerdo de todo el país está con el corazón metido en un puño porque no los hemos eliminado cuando era necesario. Con las plagas, no se juega. Y un día acaban haciendo daño. Esperemos que todo acabe siendo una pesadilla y no se sufra una peste porcina de grandes magnitudes. A estas alturas, es imposible saberlo, aunque se han hecho las cosas, según los criadores que he consultado, bastante bien. Con contundencia, transparencia y sin que tiemble el pulso.

He oído decir cómo determinados movimientos ecologistas piden que, para restablecer el equilibrio, se reintroduzcan los lobos

Parece, pues, un buen momento para aclarar ciertos falsos dilemas ecologistas. Hay que poner fin a la plaga de los jabalíes, aunque sean animales. Hay que impulsar sin miedo la utilización de trampas, las batidas de caza, los drones, lo que haga falta. Pero por favor: ¡no reintroduzcamos los lobos! He oído decir cómo determinados movimientos ecologistas piden que, para restablecer el equilibrio, se reintroduzcan los lobos. ¿Alguien se ha planteado seriamente cuántos lobos harían falta para acabar con los más de 250.000 jabalíes que hay en Catalunya? El senderismo en Catalunya, con 50.000 lobos campando sin límites, se puede convertir en un deporte de riesgo. El ecologismo mal entendido plantea dilemas equivocados. Uno de ellos es que no se pueden matar a los animales. Como se está demostrando con los jabalíes, no matar jabalíes es un "mantra" suicida. Con el crecimiento exponencial actual, podemos tener millones de jabalíes en Catalunya en poco menos de diez años. No quiero imaginarme la cantidad de accidentes de tráfico que pueden acabar causando. La peste porcina será lo menos relevante.

Otro de los falsos dilemas es que no se pueden cortar árboles. Los árboles son también seres vivos que, cuando crecen descontroladamente, se acaban autorregulando con macroincendios. Los hombres hemos talado todo lo que no es bosque. Ahora la moda ecologista es que hay que dejar que crezca todo. De nuevo, el buenismo falsamente ecológico acabará produciendo macroincendios de dimensiones desconocidas.

Y déjenme que termine con un tercer falso dilema ecologista: el control suicida de las emisiones de CO₂ en las industrias europeas. En los últimos quince años de regulación del CO₂, en las industrias europeas solo se han conseguido cierres sonados. En el mundo del vidrio, en el Estado español, solo quedamos la mitad de las industrias que existíamos hace veinte años, a pesar de que hemos conseguido reducir las emisiones en proporciones de 10 a 1. Y mientras en Europa cierran industrias que emiten 1, en China e India se ha más que triplicado la industria de vidrio que emite el doble permitido hace veinte años, es decir, 20. Hagan ustedes los cálculos.

Si los falsos dilemas ecologistas nos acaban engullendo, acabaremos haciendo realidad, supongo, el sueño de una Europa sin industria, con bosques inmensos, llenos de jabalíes y lobos. Los europeos que quedemos tendremos que convivir como podamos con toda esta naturaleza primigenia, antes de que llegue, eso sí, el macroincendio.