Recientemente, hemos tenido ocasión de comprobar que las personas tenemos tendencia a la contradicción. Al presidente de Colombia le ha resultado fácil apuntarse a un discurso que, por lo que denota su apellido, debería aplicarse y es el de cargar contra las sombras de la colonización americana sin recordar sus luces. Por supuesto, resulta difícil hacer abstracción de lo que supone, desde la perspectiva actual, un modelo de apropiación de territorios donde las tribus indígenas vivían en condiciones a menudo precarias y donde quienes llegaban desde el continente europeo traían instrumentos innovadores, técnicas médicas más avanzadas que las suyas, pero también una serie de enfermedades que diezmaron su población. Es también verdad que la soberbia del que llega se apuntala en unas leyes propias que impone con violencia sobre el disidente y que, en el caso de la colonización de españoles, portugueses e italianos, llevaba también aparejada la voluntad de convertirlos a su religión.

Pero todo eso, anclado en un pasado secular, no obsta para recordar que mucha mejor suerte corrió Latinoamérica que sus vecinos del norte, diezmados por ingleses y franceses, hasta dejarlos reducidos a un símbolo de la libertad y por supuesto sin ningún tipo de mestizaje como el que sin duda se ha producido en los antepasados de Petro. Más aún, que el fruto de la reflexión de muchos de los monjes que llevaron a cabo el proceso de cristianización fue lo que hoy se conoce como derecho internacional de los pueblos, base a su vez de toda la doctrina jurídica en la que se asientan las declaraciones de derechos humanos.

La famosa izquierda caviar jalea a los pobres desde una vida opulenta aparentando una preocupación por sus vidas que acaba reducida a dar apoyo a un candidato demócrata

Pero la situación es aún más chocante, porque Petro llega a España, carga contra el papel que esta jugó en América, y luego se mete en el bolsillo la Gran Cruz de Isabel la Católica, símbolo como ningún otro de ese pasado que condena sin paliativos. ¿Qué sentido tiene? ¿Qué sentido tiene dársela y aceptarla? Es esa reina la que, como recordaba Ramón Tamames, con más poder del que nunca podrá llegar a tener Irene Montero, no se detiene en el proceso de reconquista católica de los territorios que habían conformado al-Ándalus en la península ibérica, sino que financia de su bolsillo una gesta que hoy parece fácil, pero que consistió en origen en llegar a la India por el oeste y que acabó siendo el descubrimiento de un nuevo mundo, el desarrollo del derecho del comercio marítimo y, de paso, la consolidación de todo el sistema de seguros que llega desde entonces hasta la actualidad convirtiéndose en algunos países en un agente social de primer orden.

Y como Petro, que llega a la cena oficial a bordo de un Rolls Royce de origen franquista, ese Bruce Springsteen que hizo las delicias de muchos en dos conciertos con entradas de precio variable que llegaron a alcanzar cifras astronómicas sin necesidad de la reventa. La famosa izquierda caviar jalea a los pobres desde una vida opulenta (hoteles de cinco estrellas cerrados para el grupo, restaurantes en los que un solo cubierto es la semanada de más de uno...) aparentando una preocupación por sus vidas que acaba reducida a dar apoyo a un candidato demócrata, cuando, como sabemos, nada tienen que ver los rojos y azules estadounidenses con los nuestros aquí, ni siquiera después de reordenados los colores.

Supongo que todos nos contradecimos, pero me gustaría que una parte de la contradicción no consistiera en insultarnos por ser, o querer ser, lo mismo que los que nos insultan ya son.