Las personas mayores son una bendición. Cuanto antes las familias vivían juntas, con abuelos y abuelas o parientes solteros ancianos dentro de la unidad familiar, estos eran el referente de autoridad y a menudo también de bondad personificada. Sé que los límites que me condicionan en una columna periodística no me consienten espacio para las personas mayores manipuladoras, maltratadoras y mala gente, que también pueblan los universos familiares. Soy consciente de su existencia, pero me quiero centrar ahora en las personas mayores humanas, sana, centrada y sabias.

Quedar bien es una convención de los adultos, que no afecta ni a los niños ni a los viejos

Me refiero, pues, a un aspecto de las personas mayores que aplaudo: su facilidad para no filtrar. Para decirte las cosas directamente. Para no tener que quedar bien. Para saber que quedar bien es una convención de los adultos, que no afecta ni a los niños ni a los viejos. El Papa de Roma —que él también ya es mayor— pide, siempre que puede, que no se olvide a las personas mayores, que se las escuche y, si se puede, que se les haga caso. Se las deja de lado demasiado deprisa, a las personas mayores. Lo hacen los jóvenes, que quieren relevo, que necesitan salir de la precariedad laboral y existencial y ven en los viejos un estorbo. Se olvidan (bueno, no lo olvidan, nunca lo han llegado a retener, todavía) que estas personas mayores han sido jóvenes. Ha luchado, ha aguantado. Ahora no queda bien, aguantar nada. Todo el mundo se ofende muy rápido. Me estresas, me ofendes, eso no te lo consiento, por aquí no paso... son frases muy frecuentes. Por supuesto que hay situaciones por las que no hay que pasar, ni se tienen que soportar. Pero también las hay cotidianas, pequeñas dificultades que la vida presenta, que exigen algo más de cintura de la que abunda.

Las personas mayores ríen y calla con la misma fuerza. Tienen muchos secretos. Han cometido travesuras, han asistido a muchas situaciones estrambóticas. Las han visto de todos los colores. Y cuando callan, debemos escucharles, porque en esos silencios condensan mucha verdad. Y cuando hablan, debemos saber qué nos dicen. Nos faltan tantos asesores eméritos, jubilados, pensionistas. Gente que nos señale los campos minados. Que con su trayectoria nos recuerde qué les hizo felices. Y qué les impidió serlo. Que nos confiesen sus miedos, sus renuncias, sus ilusiones. Ellos somos nosotros.