La iniciativa del president Aragonès con el acuerdo de claridad, tal y como se ha planteado, supone para su partido, Esquerra Republicana de Catalunya, lo mismo que para algunos insectos la metamorfosis completa o complicada. Se llama así al proceso en que el animal cambia de forma completa y significativa sus formas de vida, su anatomía e incluso su hábitat de existencia, tras atravesar una etapa de inactividad y transformación profunda. En el caso de ERC se trata de una reconversión ideológica, de un cambio tan o más profundo que el que supuso en 1959 el congreso de Bad Godesberg para los socialdemócratas alemanes cuando renunciaron al marxismo y asumieron la economía de mercado y el derecho a la propiedad, una rectificación que enseguida asumieron el resto de partidos socialdemócratas europeos.

La propuesta de Aragonès aplaza la negociación con el Estado hasta que el conjunto de los catalanes se pongan de acuerdo, que a lo sumo puede llegar a una nueva reforma del Estatut, susceptible de ser sometida a referéndum. Es más o menos asumir la tesis de PP y PSOE que siempre han mantenido que el conflicto no es entre Catalunya y el Estado, sino entre catalanes. De la selección de expertos académicos y de las preguntas que el president ha formulado en este recién constituido consejo se desprende que no hay un objetivo concreto. No se trata de conseguir la independencia, ni el referéndum —ya habla de “mecanismos análogos” difíciles de imaginar—, se trata de encontrar la fórmula transversal, es decir, aceptada simultáneamente por independentistas y unionistas, para “resolver el conflicto político”... desde Catalunya. Obviamente, si los unionistas deben aceptar una fórmula de consenso, nunca será la independencia ni la autodeterminación. La propuesta Aragonès equivale a buscar el “encaje” de Catalunya en España que predicaba Jordi Pujol en los años ochenta y algo menos atrevido que el “independentismo gradual y metódico” que defendía Joan Hortalà cuando lideraba Esquerra Republicana de Catalunya en los años noventa.

La iniciativa del acuerdo de claridad supone un cambio en los objetivos y en el proyecto político de Esquerra Republicana, una reconversión ideológica tan profunda que requiere alguna explicación a la ciudadanía y el aval de los militantes en un nuevo congreso

Aragonès sigue los pasos necesarios para conformar una fuerza política que aspira a marcar la agenda intentando ocupar cierta centralidad política. Forma parte de esta estrategia la incorporación a su proyecto de personas rebotadas de otros partidos, exconvergentes, exsocialistas, excomuns, excupaires... Es una forma de trasladar a la opinión pública sensación de transversalidad. También lo hizo Pujol incorporando gente procedente de los ámbitos de las izquierdas y del centrismo y lo hizo Artur Mas con la Casa Gran del Catalanisme. La centralidad es lo que le aseguraría a ERC unos resultados electorales suficientes para mantener la presencia institucional como primer o segundo partido y gobernar con socialistas y comuns o incluso con Junts per Catalunya allí donde proceda. Se trata de ser el nuevo partido catalanista de referencia. Con peores condiciones empezó Convergència y tuvo poder en la Generalitat durante los 23 años de Pujol y los 6 de Artur Mas y un tiempo similar en la mayoría de municipios del país y en las diputaciones. Obsérvese que Aragonès ya ha advertido que lo que salga de toda esta movida del acuerdo de claridad será su propuesta, con la que es de prever que pretende presentarse a las elecciones. Y ya lo ha dicho bastante claro. Él tendrá una propuesta y de los demás, de momento, nada se sabe.

Es fácil pensar que Aragonès lo que ahora pretende es conquistar no sólo el espacio, sino, sobre todo, el papel que desempeñaba la Convergència de antes, pero también hay que decir que las cosas no son tan fáciles ni los tiempos son los mismos. No se conoce hasta dónde está dispuesto Aragonès a reconvertir ideológicamente su partido, pero bajo su mandato se han subido los impuestos a las clases medias, se aumentó el impuesto de sucesiones y se rechazó la ampliación del aeropuerto y otras iniciativas favorables al crecimiento económico. No son muy partidarios de la escuela concertada, regatean el concierto a algunas escuelas religiosas cristianas pero fomentan la enseñanza del Corán y avalan el uso del hiyab como un acto de libertad individual de las mujeres. Y, en general, siempre ven con recelo cualquier colaboración público-privada. Sin cubrir este flanco es difícil abarcar la centralidad y prueba de ello es cómo se ha apresurado Salvador Illa a cubrirlo por su cuenta sin miedo a que le reprochen su desplazamiento al centro. Además, la gran diferencia entre la ERC de ahora y la CiU de antes es que la coalición pujolista era un actor permanente de la política española fuera quien fuera el partido que gobernara el Estado y Esquerra no lo puede ser. Desde el primer momento, Pujol y Roca y Duran i Lleida estaban declaradamente interesados en el progreso de España y eso es lo contrario de lo que van diciendo los diputados de ERC en el Congreso para tener contenta a la militancia. Desde Madrid siempre se ha mirado con desconfianza al catalanismo, fuera de la Lliga, de Convergència o del PSC de Maragall, pero cuando un partido se declara independentista automáticamente se convierte en adversario del Estado. Y no se puede hacer política en España ni en ningún país del mundo jurando cada día (aunque sea perjurando) que quieres romper y marcharte. Y hacer política en España es fundamental para ocupar la centralidad y obtener réditos en el autogobierno. El principal avance autonómico desde el Estatut de 1980 fue sin duda el pacto del Majestic de CiU... ¡con el PP! Y precisamente una segunda diferencia entre la CiU de antes y la ERC de ahora, si no la cambia lo suficiente Pere Aragonès, es que CiU podía pactar indistintamente con PSOE o PP, mientras que ERC no será interlocutor cuando gobierne el PP y, por tanto, estará condenada a apoyar siempre al PSOE y como no puede ejercer de bisagra siempre será a cambio de nada sustancial para los intereses de los catalanes.

La propuesta de Aragonès aplaza la negociación con el Estado hasta que el conjunto de los catalanes se pongan de acuerdo. Es más o menos asumir la tesis de PP y PSOE que siempre han mantenido que el conflicto no es entre Catalunya y el Estado sino entre catalanes. Obviamente si los unionistas deben aceptar una fórmula de consenso, nunca será la independencia ni la autodeterminación

Se puede considerar que ERC ha obtenido réditos en este mandato de Pedro Sánchez y efectivamente ha logrado una notoriedad mediática que no tenía, sobre todo gracias a los aspavientos de la derecha, y eso desde el punto de vista de su interés electoral no es menor. Pero nada más. Los indultos han sido importantes pero estaban previstos de hacía tiempo, como se le escapó a Miquel Iceta cuando todavía nadie hablaba de ellos. Convenían los indultos porque era una condición necesaria en Europa para cerrar el asunto allí, pero sobre todo, sobre todo, era una condición sine qua non de supervivencia del PSOE. No hay que olvidar que cuando el procés estaba encendido quien ganó las elecciones en Catalunya fue Ciudadanos. El PSC obtuvo entonces los peores resultados de su historia. Y sin Andalucía ni Catalunya los socialistas iban al desastre en España. El procés sólo excitaba a las derechas y había que cerrarlo como fuera. Y sí, indultaron a nueve líderes, pero al resto de encausados no les han perdonado nada. Como se ha demostrado, la reforma del Código Penal en lo que se refiere a los delitos de sedición y malversación sólo ha servido para agravar las acusaciones en la mayoría de casos. La Fiscalía y los abogados del Estado, que dependen del Gobierno, han mantenido los mismos criterios persecutorios de cuando gobernaba el PP. El espionaje ha continuado. Y en cuanto al autogobierno, el Gobierno del PSOE no solo no ha retirado recursos al Constitucional presentados por el Gobierno de Rajoy, sino que ha añadido otros nuevos, como por ejemplo y sin ir más lejos, la ley del alquiler. Pedro Sánchez impugna la ley catalana y ERC ha apoyado la ley española.

De la selección de los expertos y de las preguntas que el president ha formulado al Consejo Académico se desprende que la iniciativa equivale a buscar el “encaje” de Catalunya en España que predicaba Jordi Pujol en los años ochenta y algo menos atrevido que el “independentismo gradual y metódico” que defendía Joan Hortalà cuando lideraba Esquerra Republicana de Catalunya en los años noventa

Con todo, hay que decir que las iniciativas del president Aragonès están cargadas de sentido. Tal como han ido las cosas, seguramente era necesario que alguien diera un paso similar. Lo que no está tan claro es que los ciudadanos, con todo lo que ha dicho, ha hecho y ha dejado de hacer Esquerra Republicana, acepten ahora que sea ese mismo partido quien diga que se equivocaron de camino pero que lo pasado pasado está. Esta metamorfosis complicada que pretende el president Aragonès requiere alguna exposición ante la ciudadanía de los argumentos que justifiquen una rectificación tan copernicana, que seguro que están ahí. Y, por supuesto, alguna disculpa. Y teniendo en cuenta el independentismo de sus bases, será necesario convocar un congreso extraordinario del partido que avale el cambio que, se diga lo que se diga, descarta la independencia. Y también hay que decir que este nuevo proyecto es difícilmente compatible con el liderazgo de Oriol Junqueras. Con todo lo ocurrido, no puede defender ahora Junqueras todo lo contrario de lo que ha predicado desde que asumió la presidencia del partido. Porque, además, para llegar a este tipo de acuerdo de claridad habría bastado con que Junqueras hubiera apoyado a Puigdemont en 2017 cuando el president pretendía convocar elecciones en vez de realizar la DUI. Sin la amenaza de ERC con abandonar el Govern y las 155 monedas de plata, nos habríamos ahorrado muchas desgracias y probablemente habría sido Junqueras quien enviara a todos a casa y pusiera en marcha la iniciativa del acuerdo de claridad con seis años de antelación. Ya quería las elecciones Junqueras en 2017, pero con un Puigdemont amortizado y sumido en el oprobio. Fue un error de cálculo dejar a Puigdemont sin otra salida, un error del que Junqueras aún está pagando las consecuencias. Y como la equivocación se cometió en un momento clave de la historia y ha tenido tantas consecuencias y tan graves, le perseguirá para siempre.