El tiempo dirá si la polémica cumbre celebrada por Pedro Sánchez en Barcelona el 19 de enero no pasará a la historia como uno más de los grandes despropósitos con que los torpes políticos españoles pretendían aniquilar el "tema catalán". Y digo despropósitos porque, ¿quién puede dudar de que tal muestra de fanfarronería no tenga muchos números para acabar con un resultado lo bastante contrario al buscado? En todo caso, para desbriznarlo, sería bueno que nos preguntáramos cuál era el objetivo exacto de este acontecimiento tan connotado y cuidadosamente escenificado.

Si juzgamos por la prensa internacional que ha hablado del tema, parece que hay pocas dudas a la hora de interpretar la cumbre —al menos en parte— como un intento de mostrar la subyugación y "pacificación" del pueblo de Catalunya post-Procés. Si bien se nos dice que las costosas "cumbres" que montan las potencias occidentales tienen más de postureo político que de debate y toma de acuerdos, la de Barcelona seguramente se habrá llevado la palma en este sentido. Aquí no han venido a decidir nada dos estados que están permanentemente entablados en múltiples instituciones. Lo que aquí se ha escenificado es un acto de supremacismo para oficializar que nuestro proceso de autodeterminación no solamente ha acabado, sino, y sobre todo, que no nos habrá servido de nada. Lo que ha venido a hacer Sánchez, marginándonos tan elocuentemente, es marcar territorio y recordarnos que políticamente los catalanes  no somos nada. En fin, ha venido a efectuar una clara operación de castigo en la línea del 155 y del rocambolesco discurso borbónico del 3 de octubre. Y lo ha hecho con una inequívoca coreografía colonial de acompañamiento.

Tenemos un aspirante a presidir la Generalitat para quien un acto celebrado en Barcelona sin catalán, sin símbolos catalanes, sin participación política catalana y con un insultante trato colonial hacia el presidente de la Generalitat —por mucho que se haya prestado— marca el futuro deseado.

En este sentido, me gustaría referirme a dos fotografías bien expresivas de esta coreografía. En primer lugar, la muy comentada y patética bienvenida brindada por el presidente Aragonès en la cumbre, por cierto, con su inexplicable aquiescencia. Quien dude del efecto deseado solo tiene que recordar la siniestra sonrisa paternalista con que Sánchez supervisa el momento en que Macron se digna a saludarlo, humillante imagen que se ofreció con todo lujo de detalle a la prensa. Por otra parte, hay aquella otra foto en que los sonrientes Sánchez y Macron salen apoyados en la barandilla del sagrado MNAC con la vista de las soleadas torres venecianas y el plácido Tibidabo de fondo. Ni el Photoshop stalinista lo hubiera hecho mejor, si tenemos en cuenta que, justo debajo de los dos mandatarios, en la gran avenida Maria Cristina que conduce a aquellas torres, se encontraba una gran masa de catalanes que protestaban ruidosamente contra el acto de vasallaje que estaban presenciando. ¡No hay que decir que el unionismo prefirió recoger el instante en foto fija y no en vídeo sonoro! Es, sin duda, la misma elección que hubiera hecho un Salvador Illa que en declaraciones posteriores calificaba la cumbre de acto ejemplar y mejor garantía para el futuro. Estamos avisados, pues. Tenemos un aspirante a presidir la Generalitat para quien un acto celebrado en Barcelona sin catalán, sin símbolos catalanes, sin participación política catalana y con un insultante trato colonial hacia el presidente de la Generalitat —por mucho que se haya prestado— marca el futuro deseado. Dios nos coja confesados, pues, si Salvador Illa sale presidente, con o sin la inestimable cooperación de ERC, que le ha reído casi todas las gracias.

Creo que, por todo lo que he expuesto más arriba, el título de este artículo, "Patiño, Yagüe, Sánchez," queda sobradamente justificado. ¿O quizás el oscuro objetivo de la cumbre de Sánchez no emula fielmente el menosprecio con que anteriores hooligans también emprendieron agresivas actuaciones contra Catalunya y la voluntad democrática de su gente? Por otra parte, y viendo que en Twitter utiliza los dos apellidos (@sanchezcastejon), no creo que mi opinión tenga que afectar mucho a quien es nieto de un sanguinario comandante de la Legión Antonio Castejón Espinosa— que tantas atrocidades cometió en la guerra civil. Si fuera así, estoy seguro de que el partido del señor Sánchez no se habría abstenido tantas veces de votar contra la condena efectiva a los criminales franquistas como él ha hecho. Además, si tenemos que juzgar por la manera en que Sánchez defendió a los criminales de los GAL en su día (vean este vídeo tan chocante: https://www.youtube.com/watch?v=BuN2nsLMk24), ya nada nos tiene que sorprender. ¿Lo ven? Ya no es tan iracundo que en el título yo asocie Sánchez con aquellos otros maltratadores de los catalanes como serían Patiño i Yagüe, ¿verdad que no?