El trabajo de Albert Llimós publicado hoy en el diario Ara nos ha permitido conocer un nuevo caso de depredador sexual de menores. Esta vez el impacto social no se debe a que sea un cura, como sucede habitualmente, sino que va más allá porque se trata de un personaje público y relacionado, ni más ni menos, que, con la Masia del Barça, de donde fue el máximo responsable y hasta hace una semana coordinaba el fútbol base. Por lo visto, pero, los abusos no los habría cometido allí sino en la escuela Barcelona del barrio de Les Corts de la capital catalana y durante 20 años. A las pocas horas de saberse el caso, la Conselleria de Educación ha anunciado que lo investigará.

Pero no, esta pieza no va de las actividades de este pederasta ni de si es culpable o no, sino del individuo como personaje público y del tratamiento que los medios hemos hecho (y haremos) de su identidad. En este caso todo el mundo sabe que el presunto culpable es Albert Benaiges. Y, como consecuencia de su actividad profesional hemos visto su imagen del derecho y del revés. En foto y en movimiento. La cosa va de que no tengo claro cómo habría que tratar mediáticamente estos casos.

Conozco personajes públicos acusados de acosos que no eran ciertos y que fueron portada en los medios, que perdieron el trabajo, que estuvieron señalados socialmente y que las están pasando muy putas para salir adelante. Económicamente. Después veremos qué pasa humana y públicamente porque ya para siempre, cuando pongas su nombre en google saldrán manchados. No digo que sea el caso, ni comparo hechos, ni digo que Benaiges sea inocente, ni pongo en cuestión la investigación siempre modélica y necesaria de Llimòs, ni disculpo al agresor porque este delito es quizás de los que más me repugna y más me genera más empatía con las víctimas. Por su indefensión y por los efectos que estos actos les provocan el resto de su vida. Simplemente es una reflexión en voz alta sobre la manera como se deberían manejar las cuestiones relativas a la identidad de los acusados, la immensa mayoría de veces culpables. Por comparación. Porque lo que me inquieta de este caso concreto es la comparación con otros parecidos.

En decenas de sucesos relacionados con pederastas, sobre todo los relacionados con la iglesia, la opinión pública quizás llegamos a saber el nombre del (presunto) culpable, pero como que no son personajes públicos, nunca sabremos qué cara hacen. Porque no hay ninguna imagen suya. Y su institución, la mayoría de veces ya se ocupa de "protegerlos", recluyéndolos en residencias de personas mayores. Y allí les perdemos la pista. Para siempre. Porque generalmente hablamos de hechos de hace muchos años, que se saben ahora y que, por lo tanto, han prescrito. Y el pobre señor, ya viejecito, por los pocos días que le quedan ahora tampoco le daremos un disgusto, ¿verdad? En cambio de Benaiges lo sabemos todo y su cara está en todos los medios. Insisto, no digo que no tengamos que verlo. Digo que el hecho de ser un personaje público le hace pagar doble pena. O dicho de otra manera, el anónimo lo seguirá siendo. Y si pertenece a una institución que habitualmente esconde, protege y minimiza los centenares pederastas que tiene en su seno, pasará por la actualidad sin ningún arañazo personal añadido. O al menos, nunca comparable a la de Benaiges. Pena de Telediario le llaman en otros casos.

Y la reflexión también va de que si eres un mosén pederasta que das clase en una escuela religiosa, la conselleria no te abre ningún expediente porque la iglesia aplica sus propios protocolos. Porque hay abusos que, parece ser, no son de este mundo.