Era la segunda vez que acudía a los talks del Hospital de Sant Pau. Siempre con la sensación del por-qué-no-voy-más. Cris Puig y su equipo celebran unos actos que son mejores, en forma y contenido, que el mejor programa de la tele. La primera vez que acudí, las charlas iban sobre las enfermedades raras, y fui porque mi pareja hablaba de su trágica experiencia con su hijo pequeño. Estos días, iban sobre el suicidio. Supongo que durante mis abortos continuados —en uno de ellos sufrí tres legrados en un mes y pico— mis amigos y amigas me verían muy mal, porque estuvieron un par de semanas haciendo turnos para dormir conmigo. Yo nunca he pensado en suicidarme, pero dos embarazos en medio año me dejaron muy KO. Donde reina la hormona, no entiende tanto la neurona. Y confieso que acudí al tercer legrado habiendo bebido demasiado el día anterior para anestesiar lo que sentía. "Total, no puedo ser madre, qué más da todo", pensaba. Después me dijeron que tenía un bulto en el pecho y pensé que la vida me estaba dando una hostia para que despertara de mi victimismo. Al final, un bulto benigno que convive conmigo tras haber sido madre dos veces.
A menudo, creo que no debemos dar ninguna lección de vida, porque va del canto de un duro —como la película Match Point— que la vida nos vaya bien o no. Justo antes de asistir al acto organizado por Cris Puig, fui a ver la película The son, con Hugh Jackman como actor principal. Desconocía que quien ha intentado suicidarse volverá a intentarlo si no está curado del todo. En la charla del Hospital de Sant Pau, comprendí que la gente que lo intenta no es solo gente con depresiones profundas, sino que también es gente que tiene una vida funcional. "Ya no puedo más" es una frase que forma parte de su cotidianidad. El testimonio de Ada Parellada fue capital. Tenía una vida aparentemente fantástica, pero lo intentó cuando sus dos hijos eran lo suficientemente pequeños como para no recordarla. Y nosotros, ¿qué podemos hacer? Pues no hacerles sentir más culpables y avergonzados de lo que ya están. "La tercera vez que lo intenté, en el hospital me dijeron que me fuera porque aquella cama era para gente que realmente lo necesitaba", explicó la cocinera del restaurante Semproniana. "No puedes estar mal, tienes dos hijos sanos", le decían sus familiares. "Porque eres débil", "te quejas por todo", le decían otros. Y de tantas presiones externas, el sufrimiento era insoportable. A pesar de las dificultades externas y privadas, la Asociación de Supervivientes (DSAS) explica que lo fundamental es poder perdonar al otro y, sobre todo, a uno mismo. Los supervivientes de suicidio pueden convertirse en muertos en vida si no hay una terapia para su sensación de fracaso.
Roger de Gràcia, con su libro Digue’m boig, recordó los tiempos generacionales en los que, al pasar por Sant Boi en coche, hacían el gesto de tocarse la cabeza para decir que los ingresados estaban chiflados. Eran otros tiempos. Hoy en día, quien más quien menos conoce a una persona cercana con un problema de salud mental.
Lo que está claro es que la gran prevención del suicidio es hablar de ello
Escuché entre lágrimas el testimonio de una madre cuyo hijo de 19 años se le suicidó de repente, sin ninguna pista ni ningún adiós. Y es que nunca existe una respuesta razonable. Cada día, once personas mueren por suicidio solo en España. "Si se te muere porque le ha fallado el corazón, lo puedes explicar… pero de suicidio, cuesta mucho asimilarlo". Han transcurrido años y la madre todavía recuerda la soledad que sentía intentando ocultar la muerte del hijo, hasta que conoció a otra madre, después de años. "Si ella ha podido vivir, yo también", se dijo.
¿Y que cómo acabé en este talk? Assumpció Llauradó de Febrer era mi tía abuela. Una mujer simpática con una innata joie de vivre. Aquella bestial luz que desprendían sus ojos, acompañados de sus pestañas postizas y su sombra de ojos verde. La fundación que lleva su nombre donó al Sant Pau 56.259 euros, destinados a comprar un equipo de estimulación magnética transcraneal (TMS). Sunsi era la cuñada de mi abuela Maria. Cuando mi abuelo, Vicenç Febrer —conocido como el Lleó de Sants— murió, la acompañó toda la noche, llorando abrazadas. Es una de esas imágenes que se te quedan, no porque la vivieras, sino porque se la oí contar a mi abuela, recordando el porqué se había convertido no solo en su mejor amiga, sino también en su compañera de clases de la universidad para gente mayor de la UB. Hablar y estar acompañado es terapéutico.
Lo que está claro es que la gran prevención del suicidio es hablar de ello. No como con la muerte de Kurt Cobain, que se temía que hubiera una avalancha de suicidios si los medios se hacían eco. Pues igual que no por hablar más de la violencia machista hay más asesinatos, sino que se tiene más información y conciencia. Y así, los jóvenes no tendrán que tener como única fuente la IA para ver si ponen punto y final a su vida. Vemos muchas campañas antitabaco y de tráfico, cuando el suicidio es la primera causa de muerte entre los jóvenes. Por esa necesidad de desconectarse del todo. La mítica llamada se moderniza por WhatsApp. Mercè, una pediatra nefróloga retirada, es voluntaria. Desde 2020, ha recibido más de 25.000 llamadas, para dar espacio para ser escuchado sin ser juzgado, y también a través de un chat con más de 10.000 comunicaciones al año. "Mejor quemarse que apagarse lentamente", escribió el solista de Nirvana en su carta de despedida. Siempre es mejor vivir sin jugar con fuego. En estas fechas en las que todo el mundo parece feliz comiendo turrón, hay que estar todavía más atento a quienes no están bien psicológicamente.