"Pensar bien es fruto de la racionalidad. A los veinte años reina la voluntad, a los treinta el ingenio, a los cuarenta el juicio"
Baltasar Gracián

No existe ningún misterio en torno a los pinchazos a jóvenes en discotecas si uno aplica la razón y extrae conclusiones lógicas. Algo que cada vez es menos común. Solo pueden deberse a unos motivos concretos y me malicio que mientras menos bola le demos al asunto y menos hablemos de él, antes desaparecerá. En realidad yo creo que sí podemos afirmar que no hay ninguna oleada de pinchazos que introduzcan drogas de sumisión a nuestras jóvenes cuando salen por la noche. Puede que haya, eso sí, un montón de ¿gamberros, hijos de mala madre, malnacidos? con unas agujas pinchando aquí y allá para hacerse los graciosos y copiar cosas que han visto en la red que han pasado en otros lugares.

Seamos lógicos, sobre todo si tenemos una cierta edad y ya no te digo si somos ministras. No existen pruebas ni móviles ni resultados. Para inyectar cualquier sustancia hace falta una aguja, una jeringuilla y algo de tiempo para apretar el émbolo que haga entrar el líquido en el cuerpo. El líquido al entrar se nota. En ninguno de los casos ha habido tiempo material para esa inoculación, ni ninguna víctima ha referido haber notado ningún líquido. Los análisis son negativos. Ninguna sustancia de ese tipo ha sido encontrada en las denunciantes, aunque en algunos sí alcohol y algunas drogas de consumo en la noche. Los “pinchazos” no tienen consecuencias ni buscan ningún objetivo. No se han producido agresiones sexuales ni otros delitos, a excepción de una sola persona que ha referido que su cartera había desaparecido, aunque es harto probable que no haya relación entre una cosa y la otra. No, no podemos deducir que haya nadie inyectando drogas de la sumisión por ahí.

Esta oleada de “pinchazos” comenzó, si no recuerdo mal, con unos cuantos casos en San Fermín, una fiesta fuertemente internacionalizada. Y es que esa cuestión es muy importante dado que estamos ante un fenómeno que no solo no es nuevo, sino que ha tenido ya un largo recorrido en países de nuestro entorno.

Hasta donde llegan los datos, esta movida comenzó en septiembre del año pasado en Reino Unido. Las denuncias comenzaron a surgir y los medios de comunicación británicos, como aquí, se hicieron eco con largueza de lo sucedido. Los casos fueron en aumento. A partir de ahí se comenzó a oír la tesis de la inyección de GHB —la droga del violador—, tal y como ha sucedido ahora en nuestro país. Los británicos nos llevan, pues, mucha ventaja, puesto que se abrió una investigación parlamentaria para aclarar qué estaba sucediendo. Los resultados de esa comisión de investigación se publicaron el 26 de abril de este año. En ellos se recogía que entre septiembre de 2021 y el 26 de enero de 2022 se habían denunciado 1382 casos de pinchazos en zonas de ocio de nocturno realizadas a jóvenes. En ninguno de ellos apareció ni una sola traza de GHB u otras drogas de sumisión. No se produjeron tampoco delitos derivados de las supuestas inoculaciones.

Una descripción de hechos así solo puede apuntar a la viralización de una práctica macarra y peligrosa —por otras cuestiones— que nada tiene que ver con miles de casos de hombres que intentan drogar a las chicas para violarlas

Tras eso, la oleada de pinchazos saltó a Suiza. Un mensaje de WhatsApp que se viralizó denunciaba que 59 jóvenes habían sido pinchadas en discotecas. A partir de ahí comenzaron las denuncias. El mismo resultado. Ni evidencias científicas de drogas ni delitos asociados. A Francia le tocó después. Hasta el inicio del verano se habían denunciado más de 300 pinchazos en los más diversos puntos del país. Idénticos resultados. El fiscal jefe de Rennes no se cortó y acabó afirmando que quizá el malestar que algunas víctimas refieren sea debido a otras sustancias tomadas voluntariamente. “La mediatización del fenómeno puede tener un efecto colectivo”, afirmó.

En mi opinión, una descripción de hechos así solo puede apuntar a la viralización de una práctica macarra y peligrosa —por otras cuestiones— que nada tiene que ver con miles de casos de hombres que intentan drogar a las chicas para violarlas. Claro que hay casos de violación tras administración de drogas de sumisión, pero todos los constatados se han producido por la introducción de la droga en las consumiciones. El riesgo es que estos desalmados andan haciendo sus pinchazos macarras con las mismas agujas a diferentes personas y eso obliga a aplicar profilaxis a las jóvenes por si hubiera riesgo del contagio de alguna enfermedad infectocontagiosa. Ese es el verdadero problema.

Así que hay que estar pendientes, como están haciendo las autoridades, pero sin sacar las cosas de quicio. La expansión de los fenómenos de forma colectiva está documentada y no es pertinente repetir lo ya experimentado por Reino Unido y al calor de las noticias invitar a decenas de descerebrados a salir a hacer la misma estupidez por las noches. No hay elementos objetivos ni científicos para pensar otra cosa. La expansión de tales histerias no es nueva. El caso más antiguo reportado se produjo en 1518 en Estrasburgo, cuando una mujer, Frau Troffea, se puso a bailar por las calles sin motivo aparente. A la semana eran más de cuarenta las personas que bailaban sin ton ni son por las calles de la ciudad y en un mes eran más de 400 los que danzaban sin parar. Hubo muertes entre ellos por agotamiento, cansancio, inanición o infartos. Nunca se ha sabido qué sucedió.

Con los pinchazos de discoteca, queda comprobado que somos europeos para todo y que en los fenómenos de respuesta o contagio masivo no íbamos a ser menos. Pasará.