Hemos llevado el gato al hospital, y el pronóstico grave que nos han dado hace dudar de que todavía esté con nosotros por Navidad. Tristeza.

Si hubiera dicho esto hace 20 años, sin duda, me habría caído encima una avalancha de críticas sobre el orden de prioridades y la obligación de aplicar el dinero a causas humanas, que hay muchas, antes de proteger a un animalito. Yo misma he hecho críticas de este tipo delante de peluquerías caninas y ciertos juguetes de lujo para todo tipo de animales. Ahora, en cambio, alguien habrá que todavía piense como antes, pero se ha ido imponiendo una idea que Harari dice derivada de la sospecha humana de que nuestra especie será destronada por la inteligencia artificial, y que empezamos a sentirnos más próximos al resto de la creación. Incluso se habla, a opinión mía de forma errónea, de los derechos de los animales, sin prestar atención al hecho de que los derechos sólo existen si estructuralmente su titular tiene también obligaciones.

El movimiento animalista parece que ha venido para quedarse, no porque sus ideas sean aceptables, sino porque se acerca la realidad de la aniquilación de la primacía humana

Cuando Darwin, dicen, sacó a Dios de su papel de creador del mundo, recordando a Galileo pero también el origen animal de "Sapiens" en la carrera evolutiva, nunca nadie habría podido imaginar que era el inicio de un camino hacia la destrucción de nuestra ególatra identidad. El movimiento animalista, que niega el papel superior de los humanos en el conjunto de la realidad animal, parece que ha venido para quedarse, no porque sus ideas sean aceptables, sino porque se acerca la realidad de la aniquilación de la primacía humana. Algo más rápido que nosotros haciendo demandas o sentencias, operaciones o diagnósticos, diseños arquitectónicos o informes de resistencia de materiales, algo que ya es capaz de hacer notas de prensa, construir best-sellers literarios o musicales o de ayudar a un discapacitado a meterse en la cama, se acerca a gran velocidad por el horizonte. Es hora de hermanarse, no solo hombres y mujeres (que ya va siendo hora), negros y blancos (a pesar de todos los racismos del mundo), o creyentes de todo tipo y ateos (que quizás parece demasiado difícil). Es como si hubiera llegado la hora de hermanar humanos y animales, sobre todo, pero no sólo, con los mamíferos, de manera que sea una sola realidad orgánica, enfrentada a la gran amenaza de la perfección, monstruosa por el hecho de que pueda acabar haciendo de cualquiera de nosotros una graciosa mascota.

En un panorama como este, nuestras diferencias ideológicas, los diversos puntos de vista, parecen empequeñecerse a gran velocidad. Como si observados desde un ángulo lejano, fuera imposible entender nuestra continua pelea sobre temas que en el fondo poco afectan a nuestra vida cotidiana, y que por lo que se ve, todavía la afectarán más en un futuro que casi está presente.