Hoy, mientras estáis leyendo este artículo, ya son 949 los días que Carme Forcadell lleva en prisión. En el balcón del ayuntamiento de su pueblo natal, Xerta, hay una pancarta que lleva la cuenta. Cada día se actualiza. Falta poco para las cuatro cifras. Ahora, pensad en todo aquello que habéis podido vivir los últimos dos años y medio de vuestra vida. Yo, no puedo dejar de estremecerme al constatar lo que le han quitado de la suya en este mismo periodo de tiempo. Abrazos con sus nietos, de uno y tres añitos; besos con su madre, de 92 años; rutas por el mundo con su marido, Bernat, a los dos los encanta viajar; conversaciones con sus hijos, paseos con sus amistades, sonrisas sin un cristal por en medio, hacerse un café para desayunar, leer el diario en el bar, ducharse en el baño de casa, contemplar una salida de sol. Ver como pasa el río...

Cualquier privación de libertad es estremecedora. La suya me parece especialmente injusta y cruel. Por el ensañamiento del Estado con quién es ella y qué representa, por el machismo que sufrió cuando era presidenta del Parlament ("¡Dale, dale, que está floja! Dale, que ésta llora), por la desorbitada y vengativa condena, porque fue extremadamente valiente cuando otros se encogían y eso a pesar de que se le ocultara información necesaria para dar los pasos que daba. Porque no se la protegió lo suficiente, porque viniendo como viene del activismo estiró del carro a pesar de saber que había alguna rueda pinchada, porque ha estado sola mucho tiempo. Y sí, claro está, también porque es del Ebro y porque es amiga. Y duele.

Cualquier privación de libertad es estremecedora. La suya me parece especialmente injusta y cruel

Es una mujer inteligente y sensible que vale mucho más de lo que pesa y que tiene la cabeza muy bien amueblada. Su "President, posi les urnes" no era ningún arrebato, fue la lógica evolución de un pueblo en movimiento, de un plan de trabajo de la Assemblea que ella refundó y presidió con tanto éxito. Como buena licenciada en Filosofía y en Ciencias de la Comunicación que es, sabe qué decir, cómo razonarlo y cuándo y cómo decirlo. Y así lo hizo. De la misma manera que lo hizo aquel 27 de octubre de 2017 cuando, desde la butaca presidencial de la mesa del Parlament, leyó la propuesta de resolución que decía: "Nosotros, representantes democráticos del pueblo de Catalunya en el libre ejercicio del derecho a la autodeterminación [...] constituimos la República Catalana como estado independiente y soberano de derecho democrático y social [...] Catalunya deviene en un estado independiente en forma de República". Yo estaba en el Parlament aquel día de ahora hace justo tres años y recuerdo abrazarme emocionada a Elisenda Paluzie y J. Manuel Tresserres, los compañeros con quienes compartimos toda la sesión. Y sí, aquel gran día, aquella histórica declaración (que ninguna otra resolución posterior ha rectificado o anulado y que, por lo tanto, tiene vigencia) fue pronunciada en un catalán con acento del Ebre, que ella conoce, defiende y reivindica porque también tiene un máster en Filología Catalana.

Pensad en todo lo que habéis podido vivir los últimos dos años y medio de vuestra vida y lo que le han quitado de la suya en este mismo periodo

Precisamente, este fin de semana la tierra que te ha visto nacer y que habla el subdialecto tortosino con tanto orgullo, ha recibido tu visita. La gente de tu pueblo sabe que bajas de vez en cuando, pero actúa como si nada. Te respeta el tiempo y el espacio, te saludan con la mirada y sonríen contentos de verte por las calles que te vieron crecer. Son discretos y prudentes y te quieren. Te abrazan con su silencio o con un guiño. El tercer grado —al cual tienes derecho por ley— no te puede devolver el tiempo robado. Sin embargo, ahora —y quién sabe hasta cuándo— te permite recuperar pequeñas parcelas de vida. Un tercer grado que conservas porque un juez de vigilancia penitenciaria, el pasado mes de julio, plantó cara al Supremo con decencia. Un derecho del cual los hombres, los presos políticos, no pueden disfrutar porque les tocó otra jueza. Maldita injusticia.

Nos quedan muchas páginas por escribir, Carme, y las escribiremos contigo y con tinta lila. Haremos un debate constituyente que definirá cómo queremos que sea esta República nuestra y haremos que todo haya valido la pena. Sobre todo, tu sufrimiento. Este fin de semana has tenido una hora más para ver el cielo sin barrotes, el cielo de tu terreta. Las pequeñas bocanadas de libertad que puedes ir dando nos llenan de alegría, pero nunca será plena la libertad hasta que no sea completa, como la patria que soñamos.