Hace pocos días, en la línea 1 del metro de Barcelona, vi al exparlamentario Josep Maria Sala i Grisó, condenado por la financiación irregular del PSOE en el que se bautizó como caso Filesa. La sala segunda del Tribunal Supremo lo condenó en fecha 28 de octubre de 1997 a dos penas de un año de prisión, y el Tribunal Constitucional le admitió un recurso de amparo, de manera que al cabo de 42 días salía de prisión. La triple circunstancia de Tribunal Supremo / Tribunal Constitucional, condena / anulación de condena y PSOE, me ha hecho pensar en el comportamiento político de este partido en Catalunya en los últimos tiempos y, obligadamente, en su posición con respecto al conflicto con España.

Obviaré referirme al actual presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, a quien los independentistas hicieron presidente, y ahora resulta que son peor que la peste. Este señor que vive en Madrid da toda la impresión de que no conoce el problema catalán, ni lo quiere conocer. Me quiero referir al papel de dos catalanes que permite entender dónde está ahora el PSC.

Antes de nada déjenme decir que, como simple ciudadano que vota en todas las elecciones, espero de las candidaturas políticas que me hagan propuestas atractivas, propuestas que a mi entender puedan representar un progreso económico y social amplio, definido y verosímil en mi marco de referencia, que es Catalunya. Aparte de las propuestas de los partidos, también considero la categoría de las personas que encabezan las opciones políticas. Me decanto, lógicamente, por las que me inspiran confianza a partir de su claridad, su voluntad de esforzarse por conseguir los objetivos, su honestidad, su bondad, entre otros. Sobre estos dos pilares, personalmente yo no podría votar nunca a un candidato que fuera contra los intereses de Catalunya, de la misma manera que no votaría a quien se inventara títulos universitarios, cambiara de opinión cuando manda y fuera un loro de repetición de consignas repetitivas.

Dicho esto, dos políticos de peso del PSOE en Catalunya encajan lamentablemente en algunos de los atributos que considero negativos. Y confieso que me sabe mal, viniendo de donde venía el PSC. El de más actualidad es el Sr. Miquel Iceta, pero antes de hablar de él creo que merece una atención el otro hombre importante que ha marcado el rumbo del partido. Me refiero al expresident de la Generalitat José Montilla.

Montilla quiere transmitir una cierta sensibilidad con respecto a los presos y la sentencia, pero su debilidad personal y política de siempre hace estéril esta sensibilidad

A Montilla, a quien le tengo un gran respeto, lo tengo por un político de obediencia españolista y sin ideario concreto con respecto a Catalunya. A pesar de ser o aparentar ser una persona acomodaticia y pasiva, escaló hasta ocupar la más alta instancia de gobierno catalán. Los que lo encaramaron hasta la más alta responsabilidad política de su país de adopción, no supieron descubrir que su ideal con respecto a Catalunya, si es que tenía, era en términos de región de España, eso sí, una región un poco singular. Nada más que eso.

Entre sus realizaciones figuran ser un inspirador y ejecutor eficaz y silente de la decapitación catalanista del PSC, hasta dejarla a cero. En una línea parecida, cuando salió adelante la propuesta de nuevo Estatut con el acuerdo Maragall-Mas, era ministro de Industria en Madrid y desde allí hizo lo imposible por cargárselo.

Al expresident de la Generalitat de Catalunya también lo tengo por un político en cierta manera maquiavélico, conspirador (en el buen sentido político del término). Más hábil que su compañero de partido Josep Borrell, quien, a pesar de ser más espabilado, es esclavo de las malas formas y del instinto, trampas en las cuales no cae Montilla.

Pero si nunca se volviera a presentar a unas elecciones, lo que más me impediría votar a Montilla sería que es un político sin sustancia en su apariencia, y sin ninguna valentía en su acción. Cuando era senador, en el 2017, y se votaba la aprobación del artículo 155, sabiendo lo que eso significaba para la institución que él había presidido, se ausentó, se lavó las manos. Ante el dilema entre castigo para salvar la unidad de España y la dignidad de Catalunya, optó por renunciar a posicionarse, se portó bien delante del amo y así se aseguraba la silla y su tranquilidad de espíritu. Su silencio fue, de hecho, una bendición de la operación 155. De la misma manera que sus silencios han bendecido la judicialización del problema catalán, la prisión preventiva, la condena de los presos y la guerra sucia y la represión del Estado contra el independentismo.

Montilla quiere transmitir una cierta sensibilidad con respecto a los presos y la sentencia, pero su debilidad personal y política de siempre hace estéril esta sensibilidad. Se muestra predispuesto a hablar de la sentencia si se inicia un diálogo, pero lo hace desde la perspectiva del vencedor, de quien se ve con la potestad de ser un poco generoso, quizás porque en el fondo tiene la mala conciencia de que el sistema se ha pasado y él es cómplice.