Una de las primeras medidas del restituido Govern de la Generalitat ha sido crear la figura de un comisionado que evalúe el impacto del artículo 155. Irá bien conocer qué ha comportado la principal disposición legal de castigo del Estado a la osadía catalana de poner en cuestión la unidad de España. El artículo en cuestión simboliza la desavenencia histórica entre España y Catalunya, que siempre se ha resuelto a base de algún tipo de fuerza, sea militar, policial, legal, judicial, por parte de quien la tiene, que es el Estado. Mientras los resultados de la evaluación llegan, vale la pena rascar un poco, con perspectiva económica, en la lógica que inspira el famoso artículo, que no es más que un síntoma más de un problema de fondo.

El origen del artículo en cuestión hay que buscarlo en el sonoro fracaso del estado español al impedir que se celebrara el 1-O. A pesar de una cantidad ingente de recursos de todo tipo (humanos, materiales, legales...) y a pesar de la violencia policial para impedirlo, hubo referéndum. La opción represiva y judicial, antes y durante, resultó estéril y la ciudadanía catalana plantó cara. El sentimiento de humillación que se generó en el todopoderoso Estado no podía quedar impune. Los pasos posteriores del Govern y del Parlament no hicieron más que indignar todavía más a un estado enfadado. Políticamente impotente, pero con toda la fuerza en sus manos, se conjuró en aplicar una venganza ejemplificante.

Algunos estudiosos han prestado atención a la economía de la venganza. Aunque se apoyan en el estudio del comportamiento de personas de muchos países diferentes, el análisis se puede trasladar a la esfera de la praxis política. En términos económicos, la venganza se define como la disposición a pagar un precio por infringir mal a otros. El beneficio de la acción es el mal que se provoca, la satisfacción psicológica, el reconocimiento social, la restitución del honor perdido con la ofensa.

El beneficio de la venganza es el mal que se provoca, la satisfacción psicológica, el reconocimiento social, la restitución del honor perdido con la ofensa

El coste o el precio, el castigo por haberlo provocado, que será en forma de multas, de prisión, de daños personales, etcétera. Naturalmente, cuanto mejor sea el sistema policial y judicial para encontrar y castigar a los vengativos, menos venganzas habrá. Es por eso que en sociedades avanzadas, con sistemas judiciales independientes, el coste es más alto, y en consecuencia, la demanda de venganza baja con respecto a sociedades menos desarrolladas.

Aplicado al caso que nos ocupa, el rendimiento de la venganza al plante catalán ante el estado español ha sido doble: por una parte, político, es decir, votos electorales en futuro ante los partidos competidores que pedían venganza; y de la otra, moral, del convencimiento del cumplimiento de la obligación de preservar la unidad de España, un bien superior que había que preservar a costa de lo que fuera. Ahora bien, la venganza no tenía coste para el vengador, dado que el sistema judicial quizás todavía tenía más ganas que el poder ejecutivo y legislativo. De manera que no hay coste, al menos en el corto y medio plazo, mientras no intervenga la justicia internacional. El 155, los encarcelamientos injustificados, el exilio, la prevaricación con respecto a cargos electos, etcétera son gratis por ahora para el PP, PSOE, Ciudadanos, sistema judicial y todo el mundo implicado. De momento, la venganza no tiene coste, y si un día lo tiene, los que mandan hoy y los jueces implicados ya no estarán. Y mientras eso no llega, se aplica el castigo, y aquí paz y allí gloria.

El 155 y todo el proceso represivo ha sido una respuesta a lo que se ha interpretado como una gran ofensa 

A la práctica, el 155 y todo el proceso represivo ha sido una respuesta a lo que se ha interpretado como una gran ofensa. Pero más allá de eso, según mi criterio, también es la concreción de un aspecto emocional que la economía también ha intentado explorar: el odio. Su objetivo es el mismo que el de la venganza: hacer daño a quien odias. Como inspirador de la venganza, seguramente que del trío de partidos del 155 quien mejor lo ejemplariza es el tándem Rivera-Arrimadas, que viven políticamente de manera casi exclusiva de eso y que tienen sed de llevar el clima hacia la violencia. Detrás del odio acostumbra a haber la envidia o la proyección del fracaso propio, de los errores propios. Se trata de un sentimiento de carácter destructivo, que incluso afecta al comportamiento económico: la gente no quiere comprar cosas a aquel que odia, como lo demuestra el actual boicot comercial a los productos catalanes.

Ahora que el gobierno Sánchez, el mismo que avaló el 155 y la represión, es quien manda, tiene una oportunidad de renunciar a la política de venganza, que resulta muy primitiva e impropia de una democracia del siglo XXI. De Ciudadanos no esperamos una renuncia al odio, porque forma parte de su ADN. De un PP fuera del gobierno, pero atizando la venganza como estrategia, sólo hay que esperar a que no se suscriba también al odio de Ciudadanos.

Venganza y odio, objetivo de hacer daño a otros, contrastan y mucho con los principios que inspiran el movimiento independentista, que no va contra nadie y sólo va en favor de los catalanes. Y que por mucho que nunca olvidará lo que ha pasado, no reclama ni venganza, ni mucho menos, odio.