Renacimiento, restauración, reforma. Son nombres que a la Iglesia le suenan mucho. Forman parte de su historia, teología, artes, tradición. Ahora se tienen que aplicar al espinoso tema de los abusos sexuales por parte del clericato. No es un problema de una Conferencia Episcopal concreta. Es global. Por ahora, los que encabezan cómo afrontarlo de manera profesional son los franceses, que lo están haciendo francamente bien. Han estudiado durante años qué estaba pasando, implicando a abogados, psicólogos, víctimas, asociaciones y altos cargos, porque había silencios incómodos y cómplices, y finalmente han presentado un informe muy completo que deja a la Iglesia católica en un mal lugar, pero también demuestra que los obispos han afrontado el problema y no lo quieren esconder. El informe que han hecho público sobre el tema es clarísimo: quiere ofrecer luz sobre la violencia sexual (no abusos, violencia, la llaman por su nombre) cometida por la institución desde los años cincuenta (por la institución, por lo tanto, asumen colectivamente la culpa de personas individuales). Además, han decidido examinar si estos casos fueron estudiados, o no. Quieren ver si las medidas han sido adecuadas y hacer recomendaciones. Francia ha sido un escándalo, pero está resultando ser muy competente en la respuesta al problema. La Comisión francesa ha hecho lo que se debía en estos casos: poner a las víctimas en el centro del trabajo. Las ha escuchado no como expertos, sino como personas humanas que han expuesto las miserias perpetradas por miembros de la Iglesia y que se exponen a explicar la verdad. No se puede encontrar una solución si se es incapaz de sentirse afectado por el sufrimiento, el aislamiento, la vergüenza y la culpa que arrastran las víctimas. No son los únicos.

Sin que sea un elemento de reparación, sí que lo es de justicia que se reconozca la culpa y se busquen explicaciones y se repare este dolor

El informe francés, CIASE (Comisión Independiente sobre Abusos Sexuales en la Iglesia), contempla varias medidas, desde un teléfono de asistencia jurídica psicológica y social, naturalmente gratuito, hasta buzones electrónicos para señalar casos o sospechas. También ofrece varios documentos, nombres de contacto... y se propone poner luz, comprender, prevenir, proponer y actuar. Los miembros de la Comisión no son cargos remunerados: han ejercido su misión independientemente. La Conferencia Episcopal Francesa les ha asegurado la financiación necesaria para operar, locales, secretariado, herramientas digitales, colaboradores... y los archivos de las diócesis e instituciones religiosas han sido accesibles a la Comisión, que ha tenido en cuenta casos desde hace 70 años de toda Francia y los territorios de ultramar.

Esta semana, el cardenal de Madrid, Carlos Osoro, ha pedido públicamente perdón en un programa de mucha audiencia y ha pronunciado esta frase: "Las víctimas son sagradas". Las víctimas, las que han conseguido verbalizar su desgarrador dolor, no fueron sagradas para sus abusadores, y eso ya es irrecuperable, como un salfumán que corrompe, destruye y no deja que nada se regenere. Con todo, sin que sea un elemento de reparación, sí que lo es de justicia que se reconozca la culpa y se busquen explicaciones y se repare este dolor. Francesc Torralba, que suele saber poner en palabras fáciles complejidades enormes, lo describe así: "Perdonar no es en ningún caso justificar comportamientos negativos propios o ajenos. No es un acto de condescendencia o debilidad. No es hacer injusticia: es, más bien, trascender toda justicia". El perdón no surge del derecho, no es una consecuencia o una petición jurídica. Para perdonar se tiene que entrar en otra dimensión.