Mi abuela no hablaba de ir a la escuela, sino de ir a "letra". Pobre abuela, si viviera, y viera la mala letra que hacen ahora a los estudiantes, no porque sean inútiles y no sepan escribir, que saben, sino porque los teclados los han privado del arte de la escritura. No saben escribir a mano porque no se han entrenado. Pero ir a letra no era sólo ir a hacer caligrafía, sino ir a aprender, a instruirse (otra palabra que ha quedado desterrada por las políticas educativas y que ahora sólo se lee en los manuales de instrucciones de electrodomésticos). La letra de las cartas de las abuelas y bisabuelas era un espectáculo: elegante, fina, con unas expresiones que te hacen cerrar los ojos para revivir su sonido y intención.

Hice el experimento (!) de pedir a mis estudiantes que escribieran una carta —a mano— y que se la enviaran a ellos mismos. Que la releyeran a final de curso, y comprobaran qué se decían a su "futuro yo". Algunos no habían escrito nunca una carta. No a ellos mismos, que no deja de ser una excentricidad. A nadie. Me preguntaban dónde se escribía la dirección. Y qué tenía que poner. Otros, naturalmente, buscaron en Google "cómo se escribe una carta" o "dónde se pone la dirección en un sobre para enviar una carta". La gente no se escribe cartas, pero la mensajería instantánea no se detiene. Ahora nos escribimos microcartas continuamente. El movimiento epistolar entre las personas es tremendo, pero lo que se ha perdido es el formalismo. Todavía conozco gente que hace los e-mails como si fueran cartas, y claro, no los responden al momento, porque formalmente son cartas y requieren su tiempo.

Hay una necesidad de hablar, de compartir, de mantener conversaciones, porque las conversaciones no se tienen y ya, sino que se mantienen, que es un grado más intensidad y conservación

A menudo vamos hablando con la gente siguiendo el hilo de lo que decía nuestra conversación de Whatsapp o de Telegram del día anterior, y no pensamos en que quizás el otro lo ha borrado, y quizás no entiende nada. Con las cartas de antes había menos malentendidos, porque tú respondías a la carta y hasta que no te llegaba la nueva no hacías otra. La sincronía actual no siempre es positiva para la buena comprensión entre las personas. Un aspecto del impacto de la tecnología en nuestras relaciones interpersonales es que tenemos que hacer muchos esfuerzos para seguir en un solo canal: si la conversación se tuerce, solemos pedir para hablar por teléfono, o para vernos, porque nos damos cuenta de que el medio nos condiciona y nos limita. Hay una necesidad de hablar, de compartir, de mantener conversaciones, porque las conversaciones no se tienen y ya, sino que se mantienen, que es un grado más intensidad y conservación.

En su mensaje para la Jornada de la Comunicación del 2021, el Papa escribe: "En la comunicación, nada puede sustituir completamente el hecho de verse en persona. Algunas cosas se pueden aprender sólo con la experiencia. No se comunica, de hecho, sólo con las palabras, sino con los ojos, con el tono de la voz, con los gestos. La fuerte atracción que ejercía Jesús en las personas que encontraban dependía de la verdad de su predicación, pero la eficacia de lo que decía era inseparable de su mirada, de sus actitudes y también de sus silencios".

Quizás no es cierto que la gente que está con el móvil todo el día está simplemente distraída. Es plausible que algunos de ellos estén viviendo su momento epistolar más álgido. Me consuela pensarlo cuando estoy en el metro y observo. Sólo el rápido cambio en la pupila y la alteración en los ojos de las personas que observo delatan que quizás no están en un momento epistolar, largo e intenso. Quizás sólo pasan de una imagen a otra a la ligera, sin demasiado sentido. Random, como se dice ahora. Lo aleatorio es nuestro pan de cada día. Hoy no vamos a letra, vamos a imagen, y veloz, fugaz e intermitente.