Existe un grupo de mujeres espiritualmente significativas poco conocido dentro de la plural y diversa Iglesia católica. No son monjas ni religiosas, tampoco se casan. Tienen otro tipo de consagración. Son católicas, forman parte de grupos o viven solas, y se llaman así, laicas consagradas. Cuando era niña las imaginaba todas cortadas con el mismo patrón: pelo corto, blusa abrochada, poco o nulo maquillaje, falda bajo la rodilla, tacón discreto, pañuelo en el cuello. Poco estridentes, con una sonrisa cordial pero contenida, sin excesos. Algunas son así, pero este cliché, naturalmente, está desenfocado. La realidad es que, evidentemente, son mujeres de todo tipo y estilo, con tejanos o con americana. Algunas ríen estrepitosamente y otras menos. Algunas fuman, otros no. Mujeres, mujeres de todo tipo que han escogido una especial conexión con la Iglesia.

Conocemos a muchas y, de hecho, no sabemos que son laicas consagradas, porque no se ponen ninguna etiqueta ni tienen demasiado interés en difundir su identidad si no es necesario. En números podríamos estar hablando de unas 4.000 mujeres al mundo. En Italia, que es donde he conocido a más de ellas, algunas pertenecen a la Orden de las Vírgenes o a Notre-Dame de Vie y profesan los mismos votos que las religiosas, pobreza, castidad y obediencia, pero sin ingresar en una comunidad religiosa. Llevan regularmente su vida pero sin estar en comunidad. Mayor autonomía, el mismo compromiso y consagradas por el obispo.

Una de ellas, italiana, me explicaba que son "auténticas monjas y auténticas laicas", en el sentido de que están y se sienten consagradas, pero al mismo tiempo son radicalmente laicas y no viven en monasterios y, solo en el caso de habitar en comunidad, lo hacen, pero siguiendo los propios ritmos. Si una es médico y trabaja en turno de noche y la otra es maestra, llevarán horarios diferentes y el funcionamiento y la logística doméstica será más parecida a una familia que a una comunidad religiosa.

Algunas de las que yo conozco son muy listas, formadas, discretas, un perfil medio que, si fuera potenciado, enriquecería a la Iglesia, que está demasiado masculinizada y falta de presencia femenina cualificada. Otras, como por ejemplo algunas consagradas que había conocido que eran de México o de Estados Unidos, son demasiado serviciales y parece que hayan nacido para ejercer cometidos secundarios permanentemente, alejadas de todo liderazgo o vocación de servir desde los cuadros dirigentes. Es una opción, la del recogimiento y la humildad. Lo que ocurre es que en nuestro mundo la Iglesia pasa por ser una institución patriarcal y falta de rostros y voces femeninas. Solo se ve a curas, cuando en el fondo representan un número mínimo, ínfimo, de los católicos en el mundo. Y estas mujeres podrían contrarrestar esta situación.

La consagración, en su caso, a Dios, a quien le dan la vida, es un asunto serio. No lo hacen a medias o por una temporada y ya está. Las laicas consagradas son una manera nueva de ser mujer en la Iglesia que pasa demasiado desapercibida. No aparecen en los medios de comunicación, no tienen voz propia, por ejemplo, en los debates sociales, culturales, políticos... En Catalunya también tenemos laicas consagradas. A las que conozco yo no les gustan los focos. ¡Pero serían tan útiles! Estos días ha venido a Barcelona Lucetta Scaraffia, autora del libro sobre la mujer en la Iglesia Desde el último banco. Desde el último banco se tiene una perspectiva muy interesante, pero es necesario también que haya mujeres en el primer banco.

Cuando se critica a la Iglesia me viene a la cabeza esta miríada de aportaciones, sobre todo femeninas, que no están en la capa visible, pero que a menudo sustentan auténticos templos sociales, litúrgicos, asistenciales, intelectuales. Hay trabajo por visibilizar la vida de tantas mujeres que prefieren la soledad de su cuarto a la intemperie de la jungla mediática. Y qué fácil es entenderlas. Como también es necesario hacer saber a estas mujeres que su presencia podría ser positiva, restauradora y una maravillosa manera de romper tópicos sobre la falta de referentes femeninos en el campo de la religión y la espiritualidad. Como dice al personal brander Jordi Collell, no se trata de hablar de uno mismo o ponerse bajo los focos para hacerse autoabombo: negar y silenciar sistemáticamente los propios dones y lo que se es y se sabe hacer puede ser egoísmo. Y una falta de implicación en el mundo y la sociedad, que necesita manos, cerebros, presencia y testimonio.