La moda de una parte del independentismo de llamarse no nacionalista, abrazada por el presidente Torrent y exhibida de vez en cuando por el president Puigdemont, responde a dos motivos. Uno es el cálculo electoral: ver si, asumiendo el marco mental que el españolismo ha utilizado para negar la soberanía al pueblo catalán, algunos votos unionistas se transforman en independentistas. El otro es de raíz internacional: ganar aliados en Europa a quienes la palabra nacionalista les recuerda a su pasado etnicista, o el de los vecinos.

Las dos razones sintetizan el fracaso del proyecto independentista. Un gobierno y un socio que tan sólo busca complacerte es un gobierno y un socio débil, nada de fiar y sin un proyecto que valga la pena. Aquello que amplía la base, tanto dentro como fuera, es el poder y la fuerza de sacar adelante las propias convicciones sin que te importe qué dirán. En Catalunya es inconcebible, porque hemos mamado una cultura autonomista de raíz pujolista basada en caer bien a la metrópoli para que te deje administrar el chiringuito, y porque el independentismo, como buena ideología de nación derrotada, ha encontrado en la sublimación de la estética y la moral el sustituto a la consecución de victorias materiales que emancipen a la comunidad. Es el "Sea cuál sea la sentencia, ya hemos ganado el juicio", que decía un Josep Rull a quien le han caído diez años y medio de prisión por haberse rendido al amo en el último momento. Diez años y medio de prisión por no entender que nos odian por existir, no por lo que hacemos.

Lo que asusta a la comunidad internacional y te hace quedar como un roñas por el mundo no es que te llames nacionalista, sino que cada vez que has anunciado que harías un plebiscito por la independencia, has retrocedido a pesar de haberlo ganado y has dejado a tus escasos aliados con el culo al aire

A escala internacional, el independentismo catalán alaba a Mandela al mismo tiempo que olvida que fue un guerrillero que durante dos años colocó minas antipersona que asesinaron a una veintena de sudafricanos. Se hincha a hablar de Gandhi y pasa por alto que la política con su amigo Hitler no fue justamente la de una oposición furibunda. El independentismo se inspira en los movimientos afroamericanos, sin pensar en que en el periodo de entreguerras algunos intelectuales dieron apoyo a Japón, y que, una vez la Alemania nazi fue derrotada, muchos afroamericanos no echaban demasiado de menos los Estados Unidos por aquello de que en Alemania los trataban como personas. Los independentistas somos los extraterrestres de la película Héroes fuera de órbita, que creen que los actores de una serie de televisión son en realidad justicieros intergalácticos.

Como resultado, nuestros representantes políticos y palmeros afines debaten sobre si llamarse nacionalista hará que los socios europeos frunzan el ceño, mientras la Unión Europea permite una masacre en el Mediterráneo y sigue aceptando la Hungría de Orbán. Al mismo tiempo que Bruselas añade, sin que le caiga la cara de vergüenza, que defiende valores europeos como el respeto por los derechos humanos y la promoción de la democracia. Allí donde los líderes independentistas presumen, de puertas afuera, de una visión geopolítica infantiloide, en la que los aliados se crean por obra y gracia de la empatía, el amor, la fraternidad y poner la vida en el centro, España compró la lealtad báltica durante octubre del 2017 con tropas en las fronteras rusas. Si te ganas el apoyo de los Estados Unidos, Rusia o China y das a tus vecinos alguna contrapartida, da igual que tu estado se proclame pastafariano y ponga de bandera un unicornio vomitando arco iris. Si la lías y muestras que puedes causar un escándalo internacional, la gente de fuera se preguntará qué puñetas pasa y los estados cómo narices solucionan el problema.

Lo que asusta a la comunidad internacional y te hace quedar como un roñas por el mundo no es que te llames nacionalista, sino que cada vez que has anunciado que harías un plebiscito por la independencia, el 9-N o el 1-O, has retrocedido a pesar de haberlo ganado y has dejado a tus escasos aliados con el culo al aire. Y, está claro, al resto de países eso les irrita un poco. A diferencia de ti, tienen cosas importantes que hacer, como gestionar un estado y lidiar con otros estados, como por ejemplo España. Los españoles, se declaren nacionalistas o carmelitas descalzas, sí que tienen poder para negociar.

Ah, por cierto: ser independentista es ser nacionalista. Es más, si quieres que Catalunya sobreviva a los retos que vienen, más te vale ser nacionalista. De eso hablaré en el próximo artículo.