Cada mujer que menstrúa –y las otras personas que menstrúan– tendría que tener un diario de la regla. Se leerían en clubs de lectura abiertos al público, menstruador o no. Hasta ahora, la cultura de la regla se ha transmitido mediante una red social con normas parecidas a las del Club de la Lucha: la primera regla de tener la regla es que nunca puedes hablar de la regla. Y así, las catalanas sobresalimos en el arte de pedir tampones como si traficáramos con heroína y hemos desarrollado una destreza ningética para cambiarnos en lavabos infectos. La silenciosa cotidianidad convive con dos grandes imaginarios sociales sobre la menstruación.

Uno la presenta como un autoataque del cuerpo de las hembras de la especie. Eso ha elevado la menstruación a una enfermedad con toques de posesión demoníaca: las hormonas nos transforman en unos seres todavía más (porque las mujeres ya sabemos como somos) irascibles e hipersensibles. El discurso no ha servido para hacer la vida más fácil a quien sí que tiene problemas graves con la regla, porque a menudo ha sido esgrimido para justificar que las discriminaciones que sufrimos las mujeres son fruto de limitaciones biológicas.

Teniendo en cuenta la lógica de dominación y sumisión que ha definido los géneros masculinos y femeninos, se podría ver la mujer como una herramienta o una extensión prostética del hombre

El otro es la versión femi-hippy: cuando tenemos la regla, entramos en contacto con nuestra diosa interior. Tenemos que ir al bosque con las otras compañeras reglosas y bailar la danza de la Madre Tierra mientras arroyos rojizos nos tatúan la entrepierna. Si nos da un poco de cosita, podemos bailar con compresas de tela y limpiarlas en las fuentes de la sabiduría eterna. Este imaginario a menudo ha sido la puerta de entrada de la pseudociencia tanto en el feminismo como en el género femenino.

Ambas narrativas beben del hecho de que la menstruación ha sido uno de los pilares sobre el cual la hembra humana se ha convertido en mujer, al determinar el cuerpo que acogerá el fruto del acto reproductivo, sobre el cual se ha constituido toda una economía. Al estar anclada en procesos biológicos, sospecho que la feminidad se ha convertido en más fija y maleable que la masculinidad, más débil y resqueblajable al depender mucho más de la relación con el otro. Teniendo en cuenta la lógica de dominación y sumisión que ha definido a los géneros masculinos y femeninos, se podría ver la mujer como una herramienta o una extensión prostética del hombre. Por eso, cuando las mujeres conquistamos un espacio dominado por los hombres, la masculinidad entra en crisis.

 En las sociedades occidentales, todo conocimiento que no es institucionalizado no suele ser reconocido completamente como tal

Los clubs de la regla, pues, tendrían que ser trincheras desde las cuales hundir imaginarios. Antologías de historias orales y escritas, contarían con el poder de la contradicción y el matiz, grandes enemigos del dogmatismo. Reivindicaríamos la capacidad de autosuperación que supone alcanzar algunos de los hitos de nuestra vida cuando sangramos por los descosidos y tenemos el cuerpo dolorido, mientras afirmamos que la regla no nos causa ningún problema más que no sea el de ir al lavabo más a menudo de lo que es habitual. Podemos reflexionar sobre cómo el contexto material, social y laboral en el que menstruamos influye en la salud física y psicológica. O preguntarnos si tenemos bastante información para decidir la opción de recolección de la regla que nos va mejor y si tenemos acceso a ella. Urge debatir cómo gestionamos los residuos, y extender el mensaje que aquello que consideramos natural no tiene por qué ser inocuo, y exigir políticas, acciones y tecnologías menstruales seguras y limpias. Hay que recuperar la memoria de nuestras madres y abuelas.

En su fantasía encendidamente lúbrica, que disolvería sangrantemente los límites entre el arte de la regla y la ciencia menstrual, todo eso culminaría en una obra de conocimiento que se guardaría en museos de la regla, se analizaría en estudios de la regla y se divulgaría en congresos de la regla. Porque en las sociedades occidentales, todo conocimiento que no es institucionalizado no suele ser reconocido completamente como tal. Tocando de pies a tierra, me conformo con que entendamos la regla no como una degradación o una canonización, sino como un hecho biológico sobre la cual los humanos construimos construcciones sociales, culturales y tecnológicas.